El hambre en el mundo se debe a la especulación financiera y no a la falta de tierras cultivables, señala la dirigente brasileña de Vía Campesina, Janaina Stronzake. La también líder del Movimiento de los Sin Tierra advierte que el mundo se encuentra al borde de una serie de rebeliones cuyo origen es la desigualdad económica y la explotación que ejercen grandes trasnacionales sobre millones de seres humanos
Gustavo Capdevila / IPS-Voces de la Tierra
Ginebra, Suiza. El aumento del precio de los alimentos que lleva al hambre, una de las causas de las revueltas populares en Túnez, Egipto y otros países, se debe a la especulación financiera y no a la falta de tierras cultivables, advierte Janaina Stronzake, del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras (MST) de Brasil.
La carestía de los artículos de primera necesidad y el hambre son utilizados como armas que terminan obligando a las poblaciones a asumir conductas determinadas, sostiene Stronzake, quien, además de integrar la coordinación nacional del MST, representa a la Vía Campesina, una articulación mundial de movimientos de trabajadores rurales.
La activista brasileña habla sobre el papel de los campesinos en momentos de crisis alimentaria, en conversación con IPS, en un alto en su participación en el encuentro organizado por la Federación Ginebrina de Cooperación, el 29 y 30 de enero en esta ciudad suiza.
—¿A qué atribuye esta conmoción por los precios de los alimentos?
—El tema de los precios y de la escasez de alimentos, o de las hambrunas, siempre es una cuestión compleja, con causas múltiples y una serie de factores que influyen. Atribuir, como se hace, el aumento de precios de los comestibles a que las poblaciones de China e India ahora se están alimentando, me parece demasiado simplista. Es como decir: “Bueno, si estamos pagando más, es culpa de indios y chinos”. Y esto no es verdad.
—¿Faltan alimentos en el mundo?
—Tenemos capacidad en el mundo de producir alimentos, y de calidad suficiente, para toda la gente, sin recurrir a tecnologías dudosas, como el caso de los transgénicos. En Brasil, tenemos 120 millones de hectáreas sin cultivar. Es decir, para producir más no hay que quitarle tierra a la Amazonia, no hace falta desequilibrar el ambiente ni tampoco acabar con los bosques. Lo único que se necesita es hacer una reforma agraria decente, adecuada, que se aseguren condiciones para que campesinos y campesinas sigan produciendo.
—¿Entonces, cuál es la causa de todo esto?
—Uno de los factores fundamentales para el aumento de precios es la especulación financiera. Es porque los alimentos son considerados mercancías y se negocian en las bolsas de los mercados de futuro.
—¿A quiénes beneficia la especulación?
—Las empresas trasnacionales sacan partido de esto, juegan y especulan con el hambre de la gente y obtienen beneficios. Para demostrarlo, basta con comparar entre los años de ascenso de los precios de los alimentos y los gráficos de ganancias y beneficios de las grandes empresas transnacionales. Por ejemplo, entre 2004 y 2008 asistimos a una serie de choques, disturbios, de poblaciones que atacaban supermercados en busca de alimentos. En ese lapso, los beneficios de Syngenta, que es una de las grandes empresas del sector agrícola mundial, saltaron de 6 mil millones de dólares a 11 mil millones. Entonces, mientras la hambruna castiga a las poblaciones, mayores beneficios se embolsan las empresas trasnacionales.
—¿Cómo se evidencian las políticas de esas compañías?
—Por la forma en que las empresas quieren estructurar la agricultura, quitando capacidad de producción a la gente a través del control del agua, de semillas y de la propiedad intelectual de los productos, además de acaparar las mejores tierras. También, a partir del control del mercado. Hoy son 10 firmas que dominan casi todo el mercado de soya, de maíz y de la caña de azúcar
—¿Cómo reacciona el movimiento campesino ante los aumentos de precios de los alimentos?
—Con mucha preocupación, porque responden a todo un sistema integrado. El pensador Zygmunt Bauman, de origen polaco, habla por ejemplo de los desperdicios humanos. Dice que es como si la gente sobrara en el mundo y hay que hacer algo con ella. Una forma es que se mueran de hambre, pues no hay trabajo para todos. Con las nuevas tecnologías de producción, ya no hay necesidad de tantos brazos para trabajar. Entonces este exceso de población debe desaparecer. No porque no se puedan alimentar, sino porque dentro del sistema capitalista no generan ni consumen. Por tanto, tienden a desaparecer. Y un camino es éste: que se mueran de hambre con este tipo de crisis.
—¿Y las otras formas?
—Otro camino es el negocio de las cárceles, la privatización del sistema penitenciario. En momentos de crisis aguda, la gente tiende a la criminalidad para su supervivencia. De allí vienen los robos y todo tipo de delitos, y luego las cárceles son privatizadas y se convierten en un negocio rentable. Las empresas reciben bonos de los Estados para instalarlas, administrarlas y obtener beneficios del trabajo de los presidiarios. Eso recuerda mucho a los campos de concentración de los nazis en Alemania. Este sistema se está desparramando por el mundo. En Brasil, algunos gobiernos estatales de derecha empiezan ahora a ensayar cómo hacer el proceso de privatización de cárceles.
—¿Ahí se acaban los métodos de exterminio?
—No. El tema de las guerras también está asociado. Como se pueden seguir manteniendo guerras, como en la República Democrática del Congo, sin una situación de hambre que obligue a la gente a desplazarse y actuar como soldados mercenarios. Allí se ve cómo el hambre y los altos precios de los alimentos son empleados como armas que obligan a las poblaciones a asumir conductas determinadas. A eso deben sumarse otras formas delictivas, como el tráfico de armas, de drogas, de mujeres y de órganos humanos. Todos interconectados en un mismo sistema que genera beneficios a pocas empresas.
—¿Qué opinión tiene de los tratados de comercio internacional que abarcan a productos alimentarios?
—La Vía Campesina reivindica que los alimentos no estén dentro de los acuerdos que promociona la OMC (Organización Mundial del Comercio). No pueden ser considerados como simples mercancías. Toda la humanidad necesita alimentos y debemos garantizar un mínimo para todos, independientemente de sus condiciones económicas. Y eso no pasa solamente por políticas asistenciales, como, por ejemplo, las del Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia). Pasa por la necesidad de empoderar a la gente desde su propia comunidad para garantizar y producir alimentos. Ésta es la soberanía alimentaria.
—¿Qué espera de las negociaciones de la Ronda de Doha que promueve la OMC, con un capítulo dedicado a la reforma del comercio agrícola mundial?
—Esas negociaciones no nos incluyen. Nos toma en cuenta simplemente como una tendencia a la desaparición de los campesinos y las campesinas. Pero el tema es que esa desaparición conlleva el riesgo de falta de alimentos, porque el agronegocio, las grandes empresas, los que discuten en la Ronda de Doha pueden asegurar sólo por un periodo una cantidad de alimentos, pero su preocupación es sólo en torno a sus propios ingresos.
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