El 11 de noviembre de 2004, falleció el presidente Yaser Arafat en un hospital militar francés. Su muerte dio lugar, en aquel entonces, a una polémica sobre el origen de su envenenamiento. Cuando el movimiento Hamas descubre una serie de documentos en los archivos personales del ministro Mohamed Dahlan, logran reunirse las pruebas del complot. Arafat habría sido asesinado por traidores palestinos bajo las órdenes de agentes israelíes y estadunidenses
Thierry Meyssan* / Red Voltaire
La llegada de George W Bush al poder es Estados Unidos, en enero de 2001, y la del general Ariel Sharon en Israel, en marzo de 2001 y en plena Intifada, marcan un cambio radical en la política hacia los palestinos. Este periodo coincide con la entrega del informe del senador George Mitchell sobre las responsabilidades compartidas en la continuación del conflicto. El presidente Bush designa a un experimentado diplomático, William Burns, como su representante en el Medio Oriente. Junto al director de la Agencia Central de Inteligencia, George Tenet, Burns elabora un documento de seis puntos para el alcance de un cese del fuego. El 26 de junio, Sharon y Bush analizan el plan en la Casa Blanca.
En realidad, se trata de una simple puesta en escena. La reapertura de las vías de circulación en los territorios ocupados se subordina al cese inmediato y total de las hostilidades. En otros términos, las medidas represivas en los territorios ocupados no se suspenderán mientras los palestinos no renuncien incondicionalmente a la resistencia armada. Sharon y Bush se ponen de acuerdo sobre la adopción de un discurso que estigmatiza al presidente Yaser Arafat y lo hace responsable de la continuación de las hostilidades: es “el terrorista” por excelencia y los dos países tienen que unirse para enfrentar el “terrorismo”.
Por consiguiente, el general Sharon decide aplicar en adelante la estrategia de los “asesinatos selectivos” contra los dirigentes políticos palestinos. El primero en ser eliminado será Abu Ali Mustafa, uno de los jefes de la Organización para la Liberación de Palestina.
Se producen entonces los atentados del 11 de septiembre de 2001; la retórica anterior se incorpora sin problemas a la de la “guerra contra el terrorismo”. Aquella mañana, los medios de comunicación incluso divulgan una declaración en la que un grupo palestino reclama la autoría de los atentados, mientras que Israel cierra todas sus representaciones diplomáticas a través del mundo. Imágenes de unos 15 palestinos que gritan de alegría ante los daños causados en Estados Unidos dan la vuelta al mundo. En definitiva, la responsabilidad de los palestinos será descartada durante el transcurso del día y los atentados serán atribuidos a un grupúsculo instalado en Afganistán.
Para cerrar este capítulo, Yaser Arafat se presenta en un hospital para donar su sangre a víctimas estadunidenses. Pero la oportunidad es demasiado propicia para dejar de aprovecharla. Los dirigentes israelíes multiplican sus declaraciones de condolencia por las víctimas al comparar los sufrimientos de los estadunidenses con los de los israelíes. Ariel Sharon califica a la autoridad palestina como “organización que apoya el terrorismo”, mientras que el vocero de la Casa Blanca subraya que Israel tiene derecho a defenderse. Se recurre a la mezcolanza entre resistencia y terrorismo.
Tel Aviv intensifica las acciones tendientes a aislar al “terrorista” Yaser Arafat; pero los ministros de relaciones exteriores de la Unión Europea reafirman que el presidente palestino es un interlocutor favorable a la paz, mientras que Washington mantiene sus contactos con el viejo líder. Luego de haber comprobado que una solución militar es imposible, el general Sharon traza un plan que establece nuevos límites territoriales en Palestina y que garantiza la continuidad territorial de Israel y de sus colonias mientras que divide los territorios palestinos en dos zonas aisladas entre sí.
Discretamente, Sharon emprende labores de acondicionamiento, en especial la construcción de un muro que marcará la nueva frontera. El plan en su conjunto sólo será revelado posteriormente. El general Sharon se limita, primeramente, a anunciar la creación de “zonas de contención”, robadas a los territorios ocupados.
Simultáneamente, una asociación de exoficiales realiza una campaña de propaganda a favor de una separación entre judíos y árabes decidida unilateralmente por los judíos. Comienza la marcha hacia una forma de apartheid en la que Gaza y Cisjordania harán el papel de bantustanes.
Para desplazar las líneas en el terreno, el gobierno israelí emprende la operación “Muro de protección”, traducida a veces como operación “Muralla”, apelación que sólo se comprenderá posteriormente. El ejército israelí arrasa parte de Yenin y asedia, en Belén, la Basílica de la Natividad, donde la iglesia católica había dado refugio a varios miembros de la resistencia palestina.
El general Sharon designa a Yaser Arafat como el “enemigo público de Israel”, algo que muchos interpretan como signo de su inminente eliminación. En una solemne alocución televisiva, el primer ministro israelí declara: “El Estado de Israel está en guerra (…) Una guerra sin compromiso contra el terrorismo (…) actividad coordinada y dirigida por Yaser Arafat”. Durante cinco meses, las fuerzas israelíes asedian el palacio presidencial en Ramala y declaran esa ciudad “zona militar prohibida”. El viejo líder se ve sitiado en unas pocas habitaciones, sin agua ni electricidad. Sharon le propone la partida “sin pasaje de regreso”.
Terminado el asedio, gracias a la presión internacional, Arafat sigue estando confinado, en prisión domiciliaria, entre las ruinas del palacio presidencial.
El príncipe Abdullah, de Arabia Saudita, propone un plan de paz razonable, que tiene en cuenta los intereses de todas las partes. Lo presenta en la cumbre de la Liga Árabe, en Beirut, en ausencia de Yaser Arafat, quien sigue prisionero en Ramala, y obtiene el apoyo de Estados árabes.
George W Bush, quien se entrega a un doble juego con William Burns y Donald Rumsfeld por un lado y con Anthony Zini y Colin Powell por el otro, sabotea el plan árabe de paz. El 24 de junio de 2002, Bush se pronuncia por la creación de un Estado palestino, pero pone como condición previa la partida voluntaria del presidente Arafat y el establecimiento de una nueva dirección palestina que no esté “comprometida con el terrorismo”.
Está en marcha la lógica que debe conducir al asesinato del viejo líder. Ya nada podrá detenerla.
Washington solicita inútilmente a sus socios del “cuarteto” (Organización de las Naciones Unidas –ONU–, Unión Europea, Rusia) que apoyen la partida de Arafat. Después de un atentado que ocasiona siete muertos en Tel Aviv, el general Sharon ordena poner de nuevo bajo asedio el palacio presidencial. El ejército israelí destruye casi todo el complejo gubernamental y los dirigentes israelíes no esconden sus intenciones de acabar definitivamente con su “enemigo” Arafat. Toda la población palestina manifiesta su apoyo al viejo líder, mientras que el Consejo de Seguridad de la ONU vota la resolución 1435 en la que ordena a Israel poner fin inmediatamente a la operación. El ejército israelí levanta el asedio.
En Israel se organizan elecciones anticipadas, cuyo resultado refuerza el poder de Ariel Sharon. Al conformar su nuevo gabinete, Sharon declara sin ambages que va a “llevar a su término la guerra contra el terrorismo, marginar la dirección palestina y crear las condiciones para la aparición de una nueva dirección con la que será posible llegar a una paz verdadera”.
Rusia y Francia urgen a Arafat ceder posiciones para evitar lo peor. El viejo líder acepta crear un puesto de primer ministro y ponerlo en manos de una personalidad que goce de la aceptación de Tel Aviv y de Washington y que pueda conversar con ambos gobiernos para romper el aislamiento. Designa a Mahmud Abbas.
Los dos dirigentes tienen problemas para ponerse de acuerdo sobre la formación del gobierno. Abbas quiere poner las relaciones con las organizaciones de la resistencia militar en manos del general Mohamed Dahlan, proposición que Arafat rechaza. En definitiva, deciden nombrar a Dahlan como jefe de la policía.
En todo caso, la formación del gobierno palestino no cambia nada. La decisión de matar a Arafat ya está tomada. Ése es incluso el programa oficial del nuevo gobierno de Sharon. El embajador estadunidense William Burns y el primer ministro israelí Ariel Sharon organizan un encuentro secreto con el primer ministro palestino Mahmud Abbas y con el futuro ministro del Interior, Mohamed Dhalan.
Los conspiradores discuten los detalles del crimen. Acuerdan asesinar simultáneamente al viejo líder y a los jefes del Hamas para evitar que estos últimos retomen la antorcha.
El “cuarteto” acoge la formación del nuevo gobierno palestino con la publicación de la “hoja de ruta”. El gobierno de Sharon aprueba públicamente ese paso, pero transmite secretamente a la Casa Blanca una nota en la que expone 14 reservas que vacían la “hoja de ruta” de su contenido.
Durante seis meses, Mahmud Abbas participa en numerosos encuentros internacionales para poner en aplicación las recomendaciones del “cuarteto” y es recibido con honores en la Casa Blanca. Pero se descubre que está aceptando compromisos que van más allá de sus competencias, como la promesa –durante la cumbre de Akaba– de poner fin a la resistencia armada sin pedir nada a cambio.
El complot acaba por llegar a oídos del presidente francés Jacques Chirac, quien alerta a su homólogo ruso Vladímir Putin. Francia y Rusia proponen al presidente Arafat evacuarlo inmediatamente de Ramala y darle asilo político en el país de su elección. El viejo líder no acepta. Sabe que si sale de Palestina, nunca podrá regresar.
Para garantizar su propia seguridad, Arafat crea el cargo de consejero de seguridad nacional, que interfiere con las prerrogativas de Abbas y de Dahlan, y lo pone en manos de Jibril Rajub. La tensión alcanza su punto culminante. Abbas presenta su renuncia y se lleva a Dahlan.
En ese momento, Mohammed Dahlan envía una carta al ministro israelí de Defensa, Shaul Mofaz; de ésta se encuentra una copia en los archivos privados de Dahlan cuando este último se da a la fuga. Dahlan escribe: “Tenga usted la seguridad de que los días de Arafat están contados. Pero déjenos acabar con él a nuestra manera, no a la de ustedes (…) cumpliré las promesas que hice ante el presidente Bush”.
Yaser Arafat nombra primer ministro a Ahmed Qorei. El gobierno de Sharon responde con la adopción del principio de expulsión del presidente de la autoridad palestina fuera de Palestina. Los palestinos se manifiestan nuevamente a favor de su líder.
Siria pide al Consejo de Seguridad de la ONU que prohíba la expulsión de Arafat, pero Estados Unidos recurre al veto contra ese proyecto de resolución. Como represalia, los aviones israelíes sobrevuelan el palacio presidencial sirio y bombardean un antiguo campamento palestino cerca de Damasco.
En marzo de 2004, el ejército israelí asesina al jeque Ahmad Yasin, jefe espiritual del Hamas. Este asesinato puede interpretarse como el deseo de decapitar la rama musulmana de la resistencia para que no pueda sustituir a la rama laica cuando ésta sea también decapitada. En la ONU, Washington recurre al veto ante una resolución de condena contra ese crimen. Siguiendo la misma lógica, el ejército israelí asesina un mes después al jefe civil del Hamas, Abdel Aziz al-Rantisi.
Ariel Sharon viaja a Washington y da a conocer el nuevo plan de repartición de Palestina que ya viene aplicando desde hace tres años. Insiste en que la continuidad territorial israelí exige el desmantelamiento de las colonias demasiado expuestas e indefendibles y en que las tropas israelíes se retirarán de los territorios destinados a los palestinos. Admite la existencia de un proyecto de separación de las poblaciones en entidades étnicamente homogéneas y revela todo el trazado del muro de separación. El presidente Bush le da por escrito la luz verde de Washington y agrega que, debido a “la nueva realidad [existente] en el terreno”, el principio de regreso a las fronteras establecidas por la comunidad internacional es ya “irrealista”. El hecho consumado prevalece ante el derecho.
Como el Consejo de Seguridad de la ONU se niega a condenar las anexiones de territorios que se concretan con la construcción del muro de separación, la Asamblea General pone el caso en manos de la Corte de La Haya para que determine lo que establece el derecho.
En Ramala, Yaser Arafat teme que el ministro del Interior del gobierno de Qorei se haya sumado al complot y decide destituirlo. Ahmed Qormi, quien se siente rechazado, presenta su renuncia. Finalmente, Arafat deroga su decisión. Qormi y su equipo se quedan, incluyendo a los traidores.
El 21 de octubre de 2004, Yaser Arafat presenta vómitos. Los médicos creen, en principio, que se trata de una simple gripe. Su estado empeora rápido y su sistema inmunitario se debilita gravemente. A propuesta del presidente francés Jacques Chirac, Arafat acepta salir de Palestina para recibir tratamiento médico. Sabe que su vida corre peligro y que, incluso si se salva, ya no podrá volver a su tierra. En Francia, es internado en un hospital militar especializado. Los médicos no logran aislar el veneno debido a que sus asesinos le han inoculado, además, el retrovirus del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, lo cual hace ilegibles todos los exámenes que se le realizan. Cae en estado de coma.
Se anuncia su muerte el 11 de noviembre de 2004, a las 03:30, hora de París. La presidencia de la república francesa se ocupa de que en el acta de defunción se precise que el presidente de la autoridad palestina es una persona nacida en Jerusalén.
Al oponerse el gobierno de Sharon a que Yaser Arafat sea inhumado en Jerusalén, se realizan obsequias de nivel internacional en El Cairo y sus restos son enterrados en Ramala. Los colaboracionistas que habían conspirado con los ocupantes para matarlo no tardarán en apoderarse del poder.
*Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace
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