Las deportaciones masivas que realizan algunos países de la Unión Europea, como Italia, son desdeñadas por los demás estados del continente. En el discurso, los gobiernos de la región dicen proteger los derechos humanos de las personas y demandan lo mismo para todas las latitudes; sin embargo, son incapaces de ofrecer un trato digno a quienes huyen de la guerra, el hambre y la miseria
Pablo Osoria Ramírez/Prensa Latina
Lampedusa es una isla situada a mitad del camino entre Italia y el continente africano. Constituye por estos días el epicentro de una crisis que refleja la falta de coherencia de la Unión Europea para enfrentar las constantes oleadas migratorias.
El pequeño territorio acoge cada año a miles de indocumentados que, en su afán de encontrar una mejor vida en el viejo continente, se embarcan en precarias lanchas, muchas de las cuales zozobran, incluso, frente a la mirada gélida de buques que vigilan el Mediterráneo.
Fuertes protestas de inmigrantes en situación irregular tuvieron lugar recientemente en Lampedusa, debido a las políticas de repatriación llevadas a cabo por Italia, país al cual pertenece la mayor isla del archipiélago de las Pelagias. Las manifestaciones causaron varias decenas de lesionados durante la represión policial contra centenares de extranjeros, amotinados frente a una gasolinera de ese meridional territorio luego de incendiar un centro de internamiento. Los pobladores también se unieron a la fuerza del orden, que intentó hacer retroceder a los indocumentados, en su mayoría, procedentes de Túnez.
Luego de fuertes críticas sobre la inactividad del gobierno italiano, la subsecretaria del Ministerio del Interior, Sonia Viale, condenó la violencia, aunque afirmó que los planes de repatriación deben seguir adelante. El ministro de ese frente, Roberto Maroni, anunció que antes de finalizar este año Italia expulsará por lo menos a 30 mil inmigrantes. Éste es miembro de la conservadora Liga Norte, reconocida por su discurso xenófobo y nacionalista, y aboga por un endurecimiento de las políticas frente a las oleadas migratorias del Norte de África.
El Centro de Internamiento de Extranjeros de la pequeña isla mediterránea alberga por estos días a más de 2 mil personas, en un sitio donde sólo caben 800.
La mayoría huye de sus territorios originarios por la inestabilidad en algunos Estados norafricanos, los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Libia y la escasez de fuentes de empleo para sortear la miseria y el hambre, flagelos endémicos en gran parte de África.
Centros de acogida o mazmorras temporales
Los inmigrantes que llegan a Lampedusa permanecen en centros de recepción antes de ser trasladados al continente, desde donde muchos intentan llegar a otros países europeos, como Francia.
Tras pasar unos días en la isla, donde viven unas 5 mil personas, migrantes y refugiados son trasladados a otras instalaciones de recepción repartidas por todo el país, tales como las de Kinisia, Manduria, Catalanissetta y Mineo.
Las leyes europeas sostienen que Italia tiene el deber de proporcionar un tratamiento prioritario y adaptado a sus necesidades a todos los solicitantes de asilo, sin embargo, en la práctica es todo lo contrario.
Desde el inicio de las revueltas en varios países árabes llegaron a las costas de Italia más de 50 mil personas, de las cuales 13 mil fueron deportadas y otras permanecen en centros de retención a la espera de ser repatriadas. La mayoría de éstas, lejos de encontrar un trato adecuado, tropiezan con medidas que agravan todavía más su sufrimiento.
Organizaciones humanitarias denuncian que esas situaciones se dan, aún y cuando las autoridades italianas conocen que en verano aumenta siempre el número de embarcaciones recaladas en las costas, así como la inevitable huída de libios por los bombardeos de la OTAN a ese país.
Cientos de personas se han visto obligadas a dormir a la intemperie, mientras que otras muchas son confinadas a centros de detención que están abarrotados, donde pernoctan sobre colchones sucios, revelan activistas defensores de los derechos humanos. Angelo Cassano, párroco de la iglesia San Sabino de Bari (Apulia, Sureste), describe las condiciones de vida en los sitios de retención como inadecuadas, que consumen a los migrantes en cuerpo y alma.
En más de una oportunidad, el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, ha declarado que la cuestión de la inmigración es un problema de toda Europa y considera que es necesario un acuerdo común al respecto.
Uno de los últimos episodios ocurrió apenas una semana atrás cuando el gobierno de Roma decidió amontonar a centenares de extranjeros en tres barcos en el puerto de Palermo a la espera de repatriarlos a Túnez. A cada uno de ellos lo vigilan dos policías que les prohibían salir a cubierta. Desde fuera parecían barcos vacíos, relata el abogado Fulvio Vassallo, de la Asociación de Estudios Jurídicos sobre Inmigración. Para el jurista, se trata de repatriaciones masivas prohibidas explícitamente por el artículo 4 de la Convención Europea de Derechos Humanos.
El silencio europeo
Varios editorialistas de medios europeos denuncian la postura sinuosa de la Unión Europea frente al tema migratorio. El periódico liberal de izquierda Der Standard en uno de sus escritos pide al resto de la mancomunidad que se solidarice con los países de acogida. Al igual que España y Grecia, Roma lleva años quejándose con razón de que los demás Estados del bloque regional dejan solos a los italianos con el problema de la inmigración, sostiene el rotativo austriaco.
La Stampa, de Italia, critica a la canciller federal alemana, Angela Merkel, quien ha rechazado que se acepten en su país desplazados magrebíes llegados a la isla italiana de Lampedusa. Esa postura, de acuerdo con el diario, muestra una vez más que Los Veintisiete carecen de una política migratoria común. Existe un mecanismo europeo de inmigración, pero sólo en el papel, añade la publicación.