Marta Gómez Ferrals / Prensa Latina
Voces de expertos y preocupados ciudadanos del planeta llaman la atención sobre los presuntos vínculos entre las anomalías del clima y los potentes sismos registrados en los últimos años con los frutos del programa militar Proyecto de Investigación de la Aurora Activa de Alta Frecuencia (HAARP, por sus siglas en inglés), encabezado por Estados Unidos.
Y aunque los defensores de esta tesis no disponen de pruebas concretas y acabadas hasta el momento –si de rigor científico se trata–, hay evidencias sopesadas a fondo por especialistas muy dignas de tenerse en cuenta.
La alarma y las preocupaciones no surgen de la nada y no se trata de una creación infundada de mentes febriles. Lo cierto es que existe trigo para amasar el pan, como se decía antaño.
Hay que remontarse a los antecedentes del HAARP, nacido en 1993, como una creación de la Fuerza Aérea, de la Marina, del Departamento de Defensa y del Pentágono estadunidenses.
Incluso, se habla de la llamada guerra geofísica basada en la manipulación del clima y de procesos naturales, y usada por el gobierno estadunidense contra naciones invadidas durante varias contiendas bélicas en el siglo XX.
Una información bastante difundida registra que Estados Unidos ha realizado experimentos de manipulación climática desde la década de 1940.
En 1958, el capitán Howard T Orville, del Servicio Aéreo Naval y consejero principal de la Casa Blanca, confirmó que el Departamento de Defensa estaba investigando “métodos para manipular las cargas de la Tierra y el cielo con la intención de producir cambios en el clima”.
Esto se hacía, precisaba entonces Orville, por medio de un haz electrónico que ionizaría o desionizaría la atmósfera sobre una zona determinada, descripción que no hay que olvidar por su relación con el actual HAARP.
El profesor Gordon MacDonald, considerado por muchos el artífice de los basamentos de la guerra geofísica, por lo demás miembro del Comité Científico del presidente, afirmó en 1966: “La clave de la guerra geofísica está en identificar la inestabilidad ambiental que, sumada a una pequeña cantidad de energía, liberaría cantidades ingentes de la misma”.
MacDonald sustentaba que la tecnología pondría a disposición de las “principales naciones” una variedad de técnicas para librar una guerra en secreto.
Y así, las técnicas de modificación del clima podrían ser empleadas para producir periodos prolongados de sequías, tormentas y terremotos que debilitarían a la nación enemiga, la cual se vería obligada a aceptar las exigencias de su oponente.
MacDonald llegó a escribir: “No es necesario declarar esta guerra secreta o incluso que sea conocida en la parte afectada. Sólo deben saber de ella las fuerzas de seguridad implicadas”.
En 1967, como parte del Proyecto Popeye, desplegado por Estados Unidos en la guerra de agresión contra Vietnam, las nubes fueron bombardeadas con 47 mil toneladas de yoduro de plata a fin de extender las lluvias monzónicas sobre la península de Indochina.
El macabro experimento resultó exitoso para sus realizadores e incrementó los obstáculos que tuvieron que enfrentar los vietnamitas en su lucha.
Sin embargo, en 1978, Estados Unidos accedió a firmar la Convención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre la prohibición de los usos militares u hostiles de técnicas de modificación ambiental.
Pero no renunció a sus planes al respecto. Decenas de experimentos no recogidos oficialmente o no reportados por medios siguieron realizándose, según testigos.
El HAARP cuenta con un laboratorio cerca de la localidad de Gakona, Alaska. Desde 2007, dispone de su infraestructura actual, dotada de tecnología sofisticada y de un campo de 180 torres que envían cargas de energía electromagnética a la ionosfera, la capa más alta de la atmósfera terrestre.
En 1997, William Cohen, secretario de Defensa de Estados Unidos, planteaba: “Otros se están dedicando incluso a un tipo de terrorismo ecológico que puede alterar el clima, generar terremotos, activar volcanes a distancia mediante el uso de ondas electromagnéticas. Es decir, hay muchas mentes ingeniosas allá afuera trabajando en la búsqueda de medios para causar terror a otras naciones. Es real y es la razón por la cual tenemos que intensificar nuestros esfuerzos”.
Palabras con las que establecía el sustento moral de las investigaciones que ellos estarían “obligados” a hacer, pero que en realidad respondían a una línea en que venía trabajando Estados Unidos desde mucho tiempo atrás, de acuerdo con expertos; aunque el gobierno estadunidense ha negado sistemáticamente que el HAARP tenga fines militares.
El mismo hecho de que exista una convención de la ONU que prohíba tales propósitos y usos da la razón a los que sospechan y se preocupan. “No se prohíbe lo que no existe y sólo vive en la imaginación de algunos”, arguyen.
Michel Chossudovsky, experto canadiense y profesor de la Universidad de Otawa, ha expuesto que la tecnología está siendo utilizada bajo el HAARP en Canadá como parte de la Iniciativa de Defensa Estratégica.
Según el especialista, la evidencia científica reciente sugiere que el HAARP está plenamente operativo y tiene la potencial capacidad de desencadenar inundaciones, sequías, huracanes y terremotos.
“Potencialmente, constituye un instrumento de conquista capaz de desestabilizar selectivamente los sistemas agrícolas y ecológicos de regiones enteras.”
El experto Nick Begich y la periodista Jeanne Manning, luego de una amplia investigación sobre el citado programa, publicaron en 1995 el libro Los ángeles no tocan esta arpa, en el que plantean su convicción de que las ondas electromagnéticas enviadas a la ionosfera contribuyen a su calentamiento.
Begich denunció que existe un informe sobre el desarrollo de un sistema manipulador de los procesos mentales humanos mediante frecuencias de radio sobre extensas zonas geográficas.
La doctora Elizabeth Rauscher, especializada en física, valora que al bombear tremendas energías en un sistema molecular de muy delicada configuración, como la ionosfera, se pueden provocar reacciones catalíticas y efectos no lineales, perjudiciales para todo el planeta.
Esto podría derivar, por ejemplo, no sólo en un agujero, sino en una verdadera incisión de la capa de ozono, aunque esté situada en la estratosfera (capa intermedia).
“El hecho es que la ionosfera todavía nos pertenece a todos”, advierte la especialista.
La doctora canadiense Rosalie Berttell opina que la investigación científica de los militares está utilizando los sistemas climáticos como un arma potencial.
Berttell, de reconocido prestigio en la materia, ha planteado que los calentadores de la ionosfera del HAARP modifican el campo magnético del planeta.
En 1998, una comisión parlamentaria de la Unión Europea investigó los preocupantes efectos del HAARP.
En sus conclusiones, los integrantes aseguraron que, pese a los convenios existentes, la investigación militar sigue basándose en la manipulación ambiental como arma.
En 2002, la Comisión de la Duma parlamentaria de Rusia expresó oficialmente sus preocupaciones sobre el programa estadunidense, por su alcance planetario impredecible.
He aquí un tema complejo y escabroso de innegable origen real traído a la mesa de los debates actuales.
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