La hambruna mundial será inevitable, advierten sociólogos y economistas. Si en 2010 más de 1 mil millones de personas, un tercio de la población económicamente activa del mundo, se encontraba desempleadas o subempleadas, para 2011 la cifra podría aumentar en 50 por ciento. Además, los alimentos se seguirán encareciendo a causa de la especulación financiera. Sólo un cambio de modelo económico podría frenar lo que ya se vislumbra como la crisis alimentaria más seria de los últimos siglos
Ernesto Montero Acuña / Prensa Latina
Con salarios y pensiones inferiores, como consecuencia de la crisis económica, una incalculable cantidad personas sufrirán la escasez y el encarecimiento de sus víveres durante el año que transcurre, periodo que se vislumbra prolongado.
Alimentos más caros, mayor desempleo y menor solvencia en gran parte del mundo han conducido a que prominentes científicos auguren una hambruna mundial para las próximas décadas, evidenciada ya como una realidad progresiva.
El papa Benedicto XVI proclamó, el 29 de mayo de 2009, que la crisis económica mundial puede transformarse en una catástrofe humana para los habitantes de numerosos países frágiles, por lo que hace falta un espíritu de solidaridad global verdaderamente asumida por las naciones más ricas.
Consideró, asimismo, que hoy día, en la crisis social y económica que recorre el mundo, resulta urgente tomar renovada conciencia del combate que debe ser llevado a cabo, de manera eficaz, para establecer una paz auténtica, “en vistas de construir un mundo más justo y próspero para todos”.
El 2 de junio de 2010, un reporte de la Organización Internacional del Trabajo anunciaba que unos 1 mil millones de trabajadores, alrededor de un tercio de la población económicamente activa planetaria, se encontraban desempleados o subempleados, situación que ha empeorado.
De ese total, unos 150 millones estaban desempleados y 850 millones subempleados, condición esta última en la que ven reducida su jornada laboral a niveles sustancialmente inferiores a los que desearían, o a que el salario sea menor al que requieren.
Esta situación, agravada por día, expresa un fuerte desequilibrio en la fuerza laboral, pues la oferta de mano de obra supera ampliamente a la demanda y crea una masa de personas sin trabajo, que funciona a manera de “ejército de reserva”.
Más recientemente, un estudio ordenado por el Reino Unido concluye que la producción alimenticia tendría que aumentar 40 por ciento en el transcurso de los próximos 20 años para abastecer a la creciente población mundial.
El informe Foresight (previsiones) sobre el futuro de los alimentos y la agricultura, elaborado por 400 científicos de 35 países durante dos años, pone énfasis en el inminente desafío de nutrir a la creciente población mundial frente al aumento precipitado de los precios y a la disminución o el encarecimiento de tierra, agua, combustible y otros recursos.
John Beddington, asesor del gobierno británico, atribuye una hambruna mundial a que la población planetaria crecerá a unos 8 mil 300 millones en los próximos 20 años y a que la urbanización generará el desplazamiento hacia las ciudades de entre el 65 y el 70 por ciento de los habitantes.
Esto originará la elevación de la demanda de alimentos, por un lado, y la depresión relativa de la oferta, por otro, de modo que en 20 años se incrementará en 40 por ciento la necesidad de estos víveres; en 30 por ciento, la del agua, y en 50, la de energía, de por sí ya encarecida.
El informe alude los transgénicos, que considera “un problema complicado que involucra a niveles muy diferentes de la sociedad”, lo que implica convencer a los líderes políticos de que no piensen en estos temas de manera aislada.
Beddington opina que frenar el desperdicio de alimentos es clave en la estrategia que propone el referido estudio, debido a que “mucha comida se pierde por mal almacenamiento, infraestructura pobre, pestes y enfermedades”, asegura.
Mas la producción de éstos no resuelve hoy las necesidades de los más vulnerables, calculados en 925 millones de hambrientos y en unos 1 mil millones más de desnutridos, ante otros 1 mil millones que comen en exceso y cuantifican la población de los obesos.
“Es otro síntoma de la falla en el sistema de producción de proveer salud y bienestar a la población mundial”, reflejó el 26 de enero de este año la británica BBC Mundo.
Devinder Sharma, presidente del Foro sobre Biotecnología y Seguridad Alimenticia en Delhi, India, expresa que el mundo produce alimentos para 11 mil 500 millones de personas, alrededor de un tercio más que la población actual.
Según su apreciación, se desperdicia el 40 por ciento de ellos, y si se incrementara la producción, no se sabría qué hacer con el excedente, por lo que cualquier campaña puede ser una estratagema promovida por compañías vinculadas con los cultivos de alimentos genéticamente modificados.
Al revés de lo que promueven, estas multinacionales actúan en detrimento de productores y consumidores, principalmente en los países pobres, aunque bajo otra concepción podrían resultar beneficiosos.
Un artículo de Lester R Brown publicado en Vía Orgánica refleja, por otro lado, que en Estados Unidos se cosecharon 416 millones de toneladas de granos en 2009 y 119 millones de toneladas (casi el 30 por ciento) se enviaron a las destilerías de etanol para producir combustible. Con ellos, bastaría para alimentar a 350 millones de personas al año.
De forma similar, Europa presenta una demanda creciente de combustible diésel obtenido a partir, principalmente, de aceite de colza y de palma, cuya demanda reduce la superficie europea disponible para fines alimentarios y acelera, por ejemplo, el desbroce de bosques tropicales en Indonesia y Malasia.
El autor apunta que el crecimiento anual del consumo de granos en el mundo, desde un promedio de 21 millones de toneladas anuales en el periodo de 1990-2005, ascendió a 41 millones de toneladas al año en el periodo 2005-2010.
Pero la “mayor parte de este salto enorme –asevera– puede atribuirse a la orgía de inversiones en destilerías de etanol en Estados Unidos entre 2006 y 2008”.
Mientras, se agravan la erosión de los suelos, el agotamiento de los acuíferos, la reducción de áreas irrigadas en territorios agrícolas, como Texas y California; el ascenso de las temperaturas, el derretimiento de los glaciares de montaña y de Groenlandia, y el Oeste de la Antártica; la expansión térmica de los océanos, y aumentan los precios de le energía.
Mayores déficits de alimentos y precios ascendentes de los productos alimentarios “amenazan nuestro futuro mundial” si los gobiernos no revisan las cuestiones de seguridad y desvían los gastos de usos militares hacia la mitigación del cambio climático, apunta el autor.
Añade también la contribución a la eficiencia hídrica, la conservación de los suelos y la estabilización demográfica, sin lo cual, con “toda probabilidad, el mundo enfrentará un futuro de más inestabilidad climática y volatilidad de los precios de los alimentos”.
“Si se siguen haciendo las cosas como hasta ahora” y los precios de los alimentos continúan su tendencia a subir, la situación tenderá a empeorar, estimulada por el desempleo crítico del 10 por ciento en Estados Unidos y la Unión Europea, la reducción de los ingresos entre grandes masas humanas y la inestabilidad política creciente.
No asumir la solución ahora sólo puede conducir a multiplicar la ecuación perfecta del hambre y del caos.
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