Julio Morejón*
Las demandas contra el Reino Unido hechas por exguerilleros del movimiento nacionalista Mau Mau, revelan el lado cruel de un imperio colonial en fase de remisión, que asumió como rutina la tortura y las vejaciones contra 90 mil kenianos.
La Revolución del Mau Mau, una fuerza insurgente integrada por pobladores de la comunidad kikuyu, se desató en 1952 y concluyó en 1960, época de las independencias africanas, proceso que ya cumplió medio siglo, pero del que aún hay asignaturas pendientes.
En abril pasado, cuatro ancianos kenianos (tres hombres y una mujer), comparecieron ante el Tribunal Supremo en Londres para demandar una indemnización por los crímenes de guerra perpetrados por los británicos, durante la represión del levantamiento.
Los antiguos rebeldes Ndiku Mutwiwa Mutua, Paulo Muoka Nzili, Wambugu Wa Nyingi y Nane Muthoni Mara acudieron ante la corte a exigir una compensación por los maltratos sufridos entre 1952 y 1960, cuando el Reino Unido aplastó con gran violencia a los nacionalistas en Kenia, entonces su colonia.
Quienes demandan la reparación representan a miles de ciudadanos que padecieron torturas y ultrajes, víctimas de graves abusos sexuales y castraciones perpetradas por oficiales británicos en campos de concentración.
Los representantes legales de los demandantes, cuya exigencia común procedió, destacaron que se trata de hacer un acto de justicia histórica que reponga en lo posible la dignidad de los afectados.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial en 1945, las colonias africanas intensificaron sus reclamos nacionalistas, y tales clamores en la década siguiente se reforzaron con la lucha armada en varios países. Uno de ellos fue Kenia, donde el modelo británico de sometimiento agobiaba a la población nativa.
Los mecanismos establecidos por el imperio no daban espacio al desempeño socioeconómico de la población negra, marginada también de toda posibilidad política. Los nacionales estaban claros de la nocividad del sistema instalado por Londres, cuando en 1925 ya denunciaban la discriminación persistente en Kenia.
En ese contexto, la Asociación Central Kikuyu (KCA, por su sigla en inglés) concentraba las peticiones de la población que demográficamente representaba y que era la mayor parte de los habitantes del entonces colonato blanco, que pretendía apoderarse de todas las tierras de la Provincia Central, al Norte de Nairobi y al Oeste del Monte Kenia.
Los británicos desplazaron a la población africana de esa zona apoderándose así de sus propiedades, lo cual impulsó colateralmente la creación de una economía informal divorciada de la raíz terrenal, donde la propiedad es un atributo de la comunidad y la familia, de extraordinaria importancia en el ámbito africano.
Esos europeos “permitieron a unos 120 mil kikuyus laborar en sus granjas, pero sin derechos sobre los terrenos que antes fueron suyos”, indica un recuento de la época. “Entre 1936 y 1946 los plantadores blancos incrementaron sus exigencias en cuanto a días de trabajo, y aumentaron las restricciones de acceso a la tierra para los africanos”.
Tal proceso exacerbó las contradicciones entre colonos y nativos en un sistema preparado para satisfacer sólo los requerimientos de los primeros, sin ofrecer solución a los problemas de los otros, sin importar de la etnia que procedieran (kikuyo, meru, embu).
Las condiciones para los nacionales fueron empeorando y en 1940, la ilegalizada KCA inició una campaña de desobediencia civil, que agravó el contexto político keniano.
En 1952, una sociedad secreta kikuyu, el Mau Mau, se levantó contra el dominio colonial y en el núcleo de esa resistencia también participaron pequeños grupos de las comunidades embu y meru.
Para los historiadores, el nombre Mau Mau, con el que se identificó a los sublevados, no corresponde con el empleado por ellos para denominarse. Los complotados utilizaban los términos autóctonos Muingi (el movimiento), Muma wa Uiguano (el juramento de unidad) o KCA (la Asociación Central Kikuyu).
Esa acción fracasó desde el punto de vista militar y concluyó en 1960, pero colocó en el centro del conflicto el tema de la independencia, la cual logró Kenia en 1963.
La guerra contra el movimiento insurgente, que mayormente empleaba armas rústicas y artesanales frente a miles de soldados de la Corona bien equipados y apoyados por aviones, tuvo dos direcciones: una directa en los bosques y otra que abarcó a toda la población kikuyu, estimada en 1 millón 500 mil personas, en los años de la contienda.
En 1950 esa comunidad no disponía del sustento económico tradicional, sus tierras, y se enfrentaba a la pobreza, el hambre, el desempleo y la sobrepoblación. Fue esta situación de desequilibrio la que condujo en 1952 al alzamiento contra el imperio.
Para 1955, “las autoridades coloniales habían detenido a casi toda la población kikuyu en unos 150 campos de concentración o en más de 800 pueblos cercados con alambres de espino”, comentó en 2009 la profesora Caroline Elkins, del Centro de Estudios Africanos de Harvard, cuando se presentó la denuncia contra el Reino Unido.
“Detrás de los alambres, agentes británicos perpetraban inconfesables actos de violencia. Castraciones, sodomías forzadas con botellas rotas y ratas, torturas con materias fecales y violaciones colectivas no eran más que algunas de las tácticas utilizadas para forzar a los detenidos a someterse”, añadió.
Elkins, autora de La hora de la verdad del imperio: la historia nunca contada del gulag inglés en Kenia, establece analogías y contrastes que develan la crueldad con que se trató al Mau Mau.
Según datos del artículo “Mis rebeldes, sus rebeldes”, de Víctor J Sanz, la represión británica contra el Mau Mau se traduce en más de 9 mil kenianos torturados, mutilados o ejecutados, y entre los maltratos resaltaron las heridas de bala en extremidades, así como castración y violación de las mujeres; 160 mil nacionales encerrados en campamentos de prisioneros entre 1952 y 1960; el 90 por ciento de la comunidad kikuyu detenida; 32 europeos muertos.
En cuanto a la contrainsurgencia desatada, además de crear un nuevo escenario coercitivo, se incluyeron más confiscaciones de tierras contra los africanos; arrestos sin causa; se contratara a 20 mil mercenarios locales para los actos de represión, que apoyaron la labor de 21 mil policías paramilitares y miles de civiles británicos armados; se destacó una división completa del ejército imperial, apoyada por la Fuerza Aérea Británica, que perpetró bombardeos contra la población civil keniana.
Las demandas cuyo cumplimiento exigen los veteranos del levantamiento Mau Mau impactan en la conciencia de un sistema que se proclama paradigma de justicia aunque, metafóricamente hablando, esconde ese “esqueleto en su armario”.
Una sobreviviente de los hechos aseguró que esa situación “sólo cambiará cuando todo el mundo sepa lo que nos pasó. Quizás entonces haya paz, cuando la gente pueda llorar en público y cuando nuestros hijos y nuestros nietos sepan lo duro que luchamos y lo mucho que perdimos para liberar a Kenia para ellos”.
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