Ernesto Montero Acuña / Prensa Latina
Como balón de oxígeno que se ofrece al paciente para la supervivencia, la Amazonia purifica la vida de la Tierra y alienta la existencia humana, sin que a veces se perciba e, incluso, se ignore o se manipule la obligación de preservarla.
No se demerita a otros parajes o medios geográficos. Se eleva la conciencia de que la enorme floresta se relaciona con todos los terrícolas, en cualquiera de las latitudes de esta aldea desigual, identificada como global.
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que brinda continuidad a la política de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, mantiene el compromiso de preservar el universal pulmón del planeta, aunque no siempre se identifique así a este espacio geográfico con los mejores propósitos.
Despachos de prensa reportan que Rousseff prometió el 7 de junio pasado que su país no retrocederá en la protección de sus magníficos bosques y en la lucha contra la deforestación, mientras en el Parlamento de ese país se intenta reformar la ley que protege las áreas forestales.
Continuadora de la política gubernamental del Partido de los Trabajadores, la mandataria reafirmó que “la nación brasileña de ninguna forma puede renunciar a la protección de sus bosques [y] de sus recursos naturales”.
En el palacio presidencial, donde inició los preparativos para la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Desarrollo Sustentable (conocida como RIO+20), refirió que ésta reunirá a gobernantes de todo el mundo dentro de un año en Río de Janeiro.
“Cumpliremos con los compromisos que asumimos”, dijo, “y no permitiremos que haya una vuelta atrás” en la deforestación. “No negociaremos y no tergiversaremos la deforestación”, afirmó.
Su pronunciamiento estuvo dirigido a la Cámara de Diputados, que aprobó en mayo una polémica reforma al Código Forestal, mediante la cual lo limita contra el avance de la agricultura y la ganadería.
En 2009, durante la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en Copenhague, la delegación que integraban Rousseff y el entonces presidente Lula se comprometió a reducir la deforestación amazónica en 80 por ciento para 2020.
El daño había alcanzado una cota máxima de 27 mil kilómetros cuadrados en 2004 y cayó a cerca de 6 mil 500 en 2010.
Es lugar común llamar pulmón del planeta al enorme espacio amazónico, superior a los 7 millones y medio de kilómetros cuadrados, casi 1 millón menos que la superficie completa de Brasil, uno de los ocho países de ese paraíso natural, cuya función purificadora está realmente en riesgo.
Las mayores cantidades de oxígeno del mundo provienen de la Amazonia suramericana, no sólo brasileña, donde existen grandes niveles de pobreza, desigualdades y se mantienen fuerzas que pujan por distribuir entre menos lo que corresponde a los más.
El expresidente Lula da Silva anunció el 25 de enero de 2008 que reforzaría la vigilancia en esa zona con el envío de policías y fiscales, el embargo de las tierras que fueron deforestadas y la suspensión de todo financiamiento público a quienes violaran la ley ambiental.
Luego, su ministro de Justicia, Tarso Genro, explicó que el número de policías desplegados en el área aumentaría en el 25 por ciento y que se impondrían sanciones económicas a las empresas o individuos que trataran de producir en terrenos deforestados.
La decisión se adoptó un día después de que Brasil anunciara que la tala había aumentado rápidamente en los últimos cinco meses de 2007, provocando entonces la pérdida de 3 mil 235 kilómetros cuadrados de selva.
Mas, acerca de pronunciamientos en países del primer mundo sobre la que llaman necesidad de internacionalizar la Amazonia, existe un precedente muy explícito en la respuesta del brasileño Cristovao Buarque, exministro de Educación de su país y primo del artista del mismo apellido, a un estudiante universitario en Estados Unidos.
“Como brasileño”, dijo, “sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, es nuestro. Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad.
“Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos también las reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo y subir o no su precio.”
Comentaristas opinan que la esencia justa, en este caso, no justifica que potencias globales descarguen su enorme poderío militar y político sobre países petroleros, para controlar un producto que luego destinan al exagerado consumo occidental.
Cuando el brasileño Cristovao Buarque maniestó que “el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado”, reflejaba el criterio de que debe ocurrir lo contrario de lo que las trasnacionales proponen.
Como aseguró en la universidad estadunidense: “Si la Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar solamente por la voluntad de un dueño o de un país”.
Durante su conferencia dijo también: “Quemar la Amazonia es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales. No podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en la voluptuosidad de la especulación.
“También, antes que de la Amazonia, me gustaría ver la internacionalización de los grandes museos del mundo. El Louvre no debe pertenecer sólo a Francia. Cada museo del mundo es el guardián de las piezas más bellas producidas por el genio humano. No se puede dejar que ese patrimonio cultural, como es el patrimonio natural amazónico, sea manipulado y destruido por el sólo placer de un propietario o de un país.
“No hace mucho tiempo, un millonario japonés decidió enterrar, junto con él, un cuadro de un gran maestro. Por el contrario, ese cuadro tendría que haber sido internacionalizado.”
Sobre cómo el gobierno de Estados Unidos trata a algunos mandatarios que deben viajar a la ONU, consideró que “Nueva York, como sede de las Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhattan debería pertenecer a toda la humanidad. De la misma forma que París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia… cada ciudad, con su belleza específica, su historia del mundo, debería pertenecer al mundo entero.
“Si Estados Unidos quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el riesgo de dejarla en manos de los brasileños, internacionalicemos todos los arsenales nucleares. Basta pensar que ellos ya demostraron que son capaces de usar esas armas, provocando una destrucción miles de veces mayor que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil.”
En cuanto a las campañas “a favor” de internacionalizar las reservas forestales a cambio de la deuda externa, opinó que, por el contrario, debería usarse para “garantizar que cada niño del mundo tenga la posibilidad de comer y de ir a la escuela. Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos ellos sin importar el país donde nacieron como patrimonio que merecen los cuidados del mundo entero. Mucho más de lo que se merece la Amazonia.
“Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como patrimonio de la humanidad, no permitirán que trabajen cuando deberían estudiar; que mueran cuando deberían vivir. Como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo; pero, mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia sea nuestra.
En el texto, publicado en algunos grandes medios de Estados Unidos y elogiosamente recibido por los internautas, el autor se ha referido a los poco más de 4 millones y medio de kilómetros cuadrados que ocupa la Amazonia brasileña, aunque lo mismo ocurre respecto de los demás países a los que se extiende.
Fuentes especializadas consideran que la cuenca hidrográfica amazónica cubre el 41 por ciento de Suramérica, un espacio sociobiogeográfico que abarca desde el estuario o archipiélago de la Isla Marajo en el mar Atlántico, a la altura de Pará, Brasil, hasta las nieves perpetuas de la cordillera de los Andes, en Perú.
Se estima que la gran Amazonia posee una extensión superior a los 7 millones 989 kilómetros cuadrados y 60 mil especies vegetales, cuyos árboles mayores representan el 86 por ciento de la biomasa, tentadora para los agrocombustibles.
Su cuenca hidrográfica alberga el 50 por ciento de la diversidad del planeta en la enorme extensión de la referida floresta.
Su población, triplicada desde la década de 1960, ronda los 30 millones de habitantes rurales o radicados en centros urbanos con gran concentración demográfica, principalmente en las ciudades de Bélem, Manaos, Río Branco, Porto Velho, Macapa y Boa Vista, en Brasil.
A estos se unen Iquitos, Pucallpa y Puerto Maldonado, en Perú; Cobijo, Trinidad y Santa Cruz, en Bolivia; Zamora, Puyo, Macas y Loja, en Ecuador; Florencia, San José del Guaviare y Leticia, en Colombia; y otras en la zona del Orinoco venezolano y en Guyana.
Entre el capital planetario predomina hoy, al socaire de la verdadera necesidad de preservación medioambiental, el propósito de continuar expandiéndose hacia estas riquísimas, enormes y biodiversas áreas, para dedicarlas a los agrocombustibles y explotarlas en los más degradantes órdenes, con la falsa justificación de preservarlas de sus pobladores y de algunos males ciertos, entre los cuales el mayor es la pobreza.
Hernando Bernal Zamudio, investigador del proyecto Amazonia en la Universidad del País Vasco, considera que “la Amazonia ofrece al capital privado ventajas, en la actual globalización económica neoliberal, de poder adquirir e invertir en la explotación de ciertos bienes naturales a partir de concesiones otorgadas por autoridades de los diferentes Estados nacionales amazónicos”.
Así, la serie de servicios ambientales afines a bosques, recursos hidrobiológicos y recursos del subsuelo, entre otros, se encuentra en la mira de ser privatizada, con las obvias ventajas lucrativas que ello genera, según el referido analista.
De este modo se somete a mayor riesgo la pureza del aire que respiran todos, cuando el capital trata de explotar la Amazonia. En contra de esto, se proyecta la integración latinoamericana y caribeña, que tendría que mantenerse creciente para garantizar la preservación propia y la verdadera fortuna del mundo.
Mantener el pulmón del planeta más integrado cada vez entre sus Estados nacionales, según políticos y especialistas, es la única posibilidad cierta de que los humanos puedan continuar respirando su oxígeno… y de que la Amazonia tenga un respiro.
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