Más de una cuarta parte del planeta se encuentra en un proceso de desertificación que afecta a 2 mil millones de personas. La humanidad parece no estar preparada para un cambio sostenible de los hábitats. Hambre, devastación y muerte ya empiezan a afectar a los más vulnerables: los pobres
Marta Gómez Ferrals / Prensa Latina
Sin mucho ruido, pero a paso inexorable, procesos de sequía extrema y desertificación ganan palmo a palmo mayores espacios en el planeta, sacudido en los últimos tiempos por catástrofes devastadoras y repentinas de diversa índole.
Sin embargo, urge poner más empeño en mitigar las consecuencias de ambos flagelos, causantes de severos daños a los ecosistemas naturales y a los humanos. Es así aun en medio de tragedias tan graves y urgentes como las que están ocurriendo en Japón y tal vez en otros confines de la Tierra.
El año pasado, en una cita de expertos realizada en la brasileña ciudad de Fortaleza, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró al decenio 2010-2020 como la década del combate contra la desertificación y la sequía, en un esfuerzo más para revertir y mitigar las consecuencias de procesos que vuelven inservibles e improductivas las tierras y amenazan la seguridad alimentaria e integral de los humanos.
La propia ONU ha reconocido que la desertificación y la sequía tienen hoy, y a veces a mediano y largo plazos, un costo social muy alto.
Es un hecho que ya inciden en el incremento de los conflictos por los recursos naturales, en las masivas migraciones de seres humanos y en la creación de riesgos para futuros estallidos sociales de grandes dimensiones.
Cuando se habla de desertificación, se hace referencia, puntualizan estudiosos, a la degradación sufrida por tierras áridas, semiáridas e incluso algunas con cierto grado de humedad, causada por variaciones climáticas y por actividades del hombre.
No se habla de los procesos de expansión de los desiertos ya existentes. Para este último fenómeno se utiliza el vocablo desertización, aunque existe un debate conceptual al respecto.
Es la actividad del hombre, mediante el uso incorrecto de las tierras agrícolas –sobreexplotación, deforestación, falta de riesgo y pastoreo excesivos–, la principal responsable del proceso de desertificación extendido hoy por unos 110 países del planeta.
De acuerdo con datos divulgados por la ONU, organización también promotora del Convenio Marco contra la Desertificación y Sequía, instaurado en 1994, la degradación de las tierras afecta hoy directamente a unos 250 millones de personas y pone en riesgo los medios de vida de más de 1 mil millones.
La mayoría de las personas afectadas, se estima que el 90 por ciento, vive en los países más pobres y de menores recursos.
Las de mayor peligro están ubicadas en las franjas del desierto subtropical: África del Norte, Oriente Medio, Australia, Suroeste de China y el borde Oeste de Suramérica.
Siguen en orden de riesgo, aunque de menor grado, las tierras y estepas tropicales y subtropicales.
Los científicos han divulgado, además, los cambios en los modelos o patrones de lluvias que se han producido en los últimos años en la Tierra, vinculados al calentamiento global de origen antrópico que sufre el orbe.
En algunas de esas conclusiones se refuerza el criterio del carácter real e incontrastable del sostenido incremento de los llamados procesos naturales extremos: sequías y lluvias torrenciales, generadores de desastres en numerosos lugares del mundo.
Volviendo al tema de la desertificación y sus saldos, ya muy visibles en la actualidad, este proceso todavía en desarrollo afecta la cuarta parte del planeta.
La cantidad de personas dañadas crece si se les suma la cifra de perjudicados por residir en las zonas desérticas tradicionales, y esto da un total de 2 mil 100 millones de seres humanos que sobreviven en áreas inhóspitas, con riesgos para la vida y subsistencia o con escasez de agua y alimentos.
En muchos países coinciden procesos climáticos severos: sequías y lluvias torrenciales, con grandes inundaciones y deslaves.
Está el caso de Brasil, que padeció a comienzos de este año graves daños humanos y económicos debido a las inundaciones provocadas por las lluvias del fenómeno meteorológico la Niña.
Sin embargo, en Brasil la desertificación también amenaza con degradar 3 mil 600 millones de hectáreas. Y ya se sabe cuánto influye la improductividad agrícola en la reproducción de la pobreza y obstáculos para el desarrollo.
En África subsahariana, sequías demasiados largas y agudas causan hambre fundamentalmente en países del llamado Cuerno Africano, en tanto que cuantiosas lluvias e inundaciones han castigado a naciones del Occidente de ese empobrecido continente en los años recientes.
Los pronósticos de los científicos corroboran que hay que trabajar más duramente de lo que se ha hecho hasta ahora, con un apoyo más tangible de la comunidad internacional, para mitigar los daños.
En Australia, donde también se reportaron hace poco catástrofes por el exceso de lluvias y con anterioridad se había padecido una sequía severa, hay zonas en riesgo de hacerse improductivas por la desertificación.
Si se analiza el origen principal de ese problema –el manejo inadecuado que históricamente el hombre ha dado a los suelos–, casi no hay una zona en el mundo exenta de padecer el mal si no se toman medidas, incluso cuando no existan “síntomas” apreciables.
Pero trabajar en cada país afectado en el cumplimiento de programas nacionales concretos de lucha contra la desertificación, con el apoyo de organismos como el Programa Mundial del Medio Ambiente y el Programa de la ONU para el Desarrollo, debe ser un imperativo ineludible, incluida la entrega de fondos por parte de los organismos responsables.
De no hacerlo, dicen los expertos, la humanidad tendrá que resignarse a padecer cada vez mayores procesos de sequía y hasta de inundaciones, pues existe una correlación natural entre ambos fenómenos. Además, a padecer más desastres.
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