Por Verónica díaz rodríguez
“Para que quede claro, mi quehacer es el periodismo. No tengo otra cosa; no tengo oficina de relaciones públicas, ni taxis, ni camiones, ni autobuses, ni gasolineras, ni agencias aduanales, ni carritos de hot dogs, negocios en el aeropuerto, ni table dances, ni teatros, ni cines, ni antros, ni discotecas, tampoco hago relaciones públicas, ni represento a nadie.
No me levanto a correr ni juego tenis, ni golf, no me gusta la jardinería, ni la cocina, ni la mecánica, ni la numismática, ni la filatelia. Yo me dedico a reportear, me duermo y despierto pensando en ello.”
Es claro, sin embargo, que Joaquín López Dóriga es el periodista con la mayor audiencia en la televisión mexicana. Es un reportero, como se hace llamar, con un oficio tal que ni sus críticos más radicales le pueden regatear. Es, también, un hombre que de tanto empeñarse en no ser actor de la noticia, ha terminado convertido en ello gracias a su obsesión por la nota.
Pero sobre todas las cosas, el periodismo ha significado para Joaquín López Dóriga permanecer en la rueda de la fortuna -imagen con la que metaforiza a los medios de comunicación-, y salir de una sola pieza, de lo que en su caso han sido bajadas estrepitosas.
Hacía siete meses había perdido dos dedos del pie izquierdo, y con esta crisis volvió a la silla de ruedas. Mientras tanto, en el ámbito periodístico, simplemente volvió a empezar. Atrás quedaron las expectativas de un reportero que despuntó rápidamente, su proyecto de noticiario para Canal 13 llamado Siete Días, el Premio Nacional de Periodismo y, sobre todo, la cercanía con el entonces presidente José López Portillo, a la que muchos no dudaron en tildar de amistad.
Quizá por eso, a la menor provocación repite que lo único que tiene es su oficio, a él se ha asido como un náufrago cada vez que ha sido necesario y siempre regresa a salvo al puerto.
Así es Joaquín, quien nació en Madrid el 7 de febrero de 1947. A la viudez, su madre, María José Velandia, decidió emigrar a México donde radicaban sus papás, que apoyaron económicamente a su hija y sus dos nietos: Joaquín (de nueve años de edad) y María Cristina.
Cursó la primaria y la secundaria en el Instituto Cumbres. Más tarde, a causa de una especie de prejuicio dejó a un lado las inquietudes periodísticas que había mostrado desde niño y que se acentuaron a partir de la secundaria. “Era la segunda mitad de los años 60 y pensaba que ésta era una carrera poco seria, así que decidí estudiar leyes en la Universidad Anáhuac.”
Y la coyuntura vino con la llegada del hombre a la Luna, hecho que por cubrir para El Heraldo de México desde Cabo Kennedy, no presentó el examen de derecho internacional, la única materia que le falta para culminar sus estudios de licenciatura.
Gracias a esa decisión, a principios del nuevo milenio, Joaquín López-Dóriga cuenta con 30 años de carrera y un equipaje ligero para abandonar el cuadro, cuando sea necesario. “Preparo cada programa con mucha pasión sí, pero como si fuera el primero; cuando lo termino, pudo haber sido el último, pero bien hecho.”
A propósito del paso del tiempo, acepta la imagen de un buen vino, para decir que el tiempo también mejora a los hombres. Hoy no sólo se otorga pequeños lujos como los trajes Zegna, o sus zapatos Rogport, los más cómodos que ha tenido.
Cierto, ya no es el mismo muchacho que compartió aventuras con Raúl Sánchez Carrillo y quien lo recuerda no sólo como un excelente reportero, además como un galán noviero y un amante de la velocidad: “Fue un gran motociclista como yo; por los años de 1979 a 1981, más o menos nos íbamos a Acapulco, a Cuernavaca, él en su Honda 1300 y yo en una Kawasaki 900. Al Teacher, como le decían, y a la Muñeca, como me dicen, nos conocían como galanes por eso”.
Entre éste y el periodista de hoy hay una historia por contar.
“Conocí a Joaquín en 1968. El señor Alberto Peniche Blanco lo conoció por medio de su mamá, y lo puso a reportear para El Heraldo, lo que me brindó la oportunidad de conocerlo. Entre otras cosas cubrimos juntos la refriega del 2 de octubre de 1968, en la que mataron a una novia que era edecán del Comité Olímpico Mexicano. Fue en la Cuarta Delegación que vimos su cuerpo; él la reconoció por el uniforme”, rememora el periodista Raúl Sánchez Carrillo.
“En ese momento vi los primeros cadáveres de mi vida -señala López-Dóriga- y ese sólo hecho me marcó mucho, porque además yo todavía era estudiante, tenía 19 años de edad, e hice la cobertura como auxiliar de redacción. Entonces aportábamos, acarreábamos la información y lo que El Heraldo no podía contar, lo mostraba con páginas enteras de fotografías y el gobierno era tan torpe que se metía en los contenidos de los textos.”
Casi dos años después, en septiembre de 1970, López Dóriga ingresa al equipo del noticiario 24 Horas de Jacobo Zabludovsky. “Él me comentó sobre el nuevo noticiero, yo iba a Copenhague, a la asamblea del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional por El Heraldo y me pidió que le enviara información, cuestión que hice, con la venia de don Gabriel Alarcón.
El 6 de noviembre de 1970 le correspondió al joven reportero la tarea de escribir la nota sobre la muerte de Agustín Lara. Cuando iba a entregar su nota a su jefe Jacobo Zabludovsky, éste le dijo: “Seguro que mañana algún cursi va a publicar: se apagó el farolito”. Joaquín dobló sus cuartillas y rehizo la nota.
Zabludovsky asegura haber descubierto en López Dóriga dos características fundamentales, estilo para redactar y tenacidad. “Además era un muchacho muy jovencito y me pareció que era una buena edad para que trabajáramos juntos.”
Para 1977 Joaquín es colaborador de la revista Siempre de José Pagés Llergo; un año después dejó de ser el reportero de la fuente financiera para Televisa y asume la dirección general de Noticiarios y Eventos Especiales de Canal 13 de la Televisión de Estado.
“Abandoné Televisa debido a un proyecto de noticiario que le planteé al director de Canal 13, y que fue aprobado. El mismo Emilio Azcárraga Milmo me felicitó y me apoyó para que lo realizara”, recuerda López-Dóriga negando que su nombramiento haya sido resultado de una “supuesta” amistad con el entonces presidente José López Portillo.
Fue entonces cuando Adriana Pérez Cañedo conoció al famoso Teacher, mote que obtuvo por su habitual saludo: ¿qué hay teacher? Patricia Conde, Amaya Escudero, Tita Mendoza y yo leíamos algunas notas con él. También estaban en el equipo Pedro Ferriz de Con y Raúl Sánchez Carrillo. “Descubrí a un hombre responsable y un profesionista disciplinado, que no admitía el menor error”, dice la periodista.
“Jamás olvidaré -continúa Pérez Cañedo– que una compañera llegó tarde al noticiero y le dijo: ‘Perdóname, se me ponchó la llanta del coche’. Joaquín le dijo: ‘mira no tienes que mentir, dime la verdad’. Ella insistió en su argumento, entonces Joaquín le pidió a su chofer que revisara la cajuela del coche de su reportera. Así lo hizo y como no había ninguna llanta ponchada la suspendió recitándole una de sus frases preferidas: no quieras enseñarle a curtir chiles a Clemente Jacques”.
El noticiero de López-Dóriga, Siete Días logró arrebatarle audiencia a 24 Horas y provocó que cambiara de horario.
“Creo que el periodismo que ha hecho desde aquel entonces hasta ahora, sigue siendo el mismo, de una gran entrega, de mucha responsabilidad y disciplina; aunque ese periodismo era otro, aburrido y acrítico. Finalmente era el noticiero del presidente”, apunta Adriana Pérez Cañedo.
Precisamente esta condición de Siete Días fue el detonador de su fin; aparentemente Joaquín López Dóriga se negó a favorecer en su espacio informativo al tapado Javier García Paniagua, como se lo pedía Margarita López Portillo.
A la salida de Canal 13, el equipo se dio a la tarea de hacer la revista Respuesta, cuyo lema era: “una actitud independiente”. Luego se organizó la productora de un noticiario nocturno, que transmitía por ABC radio y que fracasó por falta de recursos para pagar su tiempo en el aire.
De 1984 a 1987 el periodista fungió como director de noticias de Imevision. Sobre este periodo Fernando González señala en el libro Apuntes para una historia de la Televisión Mexicana que “probablemente la crisis económica que vivió México por esos años, así como los constantes cambios en la dirección general del Instituto Mexicano de la Televisión, fueron hechos que se conjuntaron en lo que para muchos era el final de su carrera como periodista.
“Graves problemas de salud y acusaciones de malos manejos administrativos en Imevisión constituyen el horizonte personal de López Dóriga a finales de los años ochenta. A pesar de ello, su prestigio sigue incólume después de siete auditorías y un desistimiento de demanda por parte del socio principal de TV Azteca.”
La misma publicación se refiere al retiro por cuestiones de salud y reproduce una idea recurrente en el periodista: “Fui como un ave Fénix que todos los días resurge de sus propias cenizas de la noche anterior, y doble, porque además en 1992 me diagnosticaron cáncer, pero finalmente no pueden con uno”.
Para 1989 el informador ya es un importante columnista político del diario El Heraldo de México y de la agencia de noticias UPI. Regresa a los medios electrónicos en la primera mitad de los noventa. Primero en la radio conduciendo el programa que aún conserva en la cadena nacional Radio Fórmula y más tarde en la televisión con el programa Entre-vistas que se transmitió por Multivisión.
A golpe de nota diaria el periodista se rehizo en la radio y su columna. Para el 30 de mayo de 1998, López Dóriga volvía a ser noticia. Como el hijo pródigo regresaba a su casa, Televisa. Entraba por la puerta grande y empezaba un rápido ascenso conduciendo el programa sabatino Chapultepec 18.
Tan sólo dieciséis meses después, conducía Primero Noticias y un año posterior a esto, exactamente el 30 de abril del 2000, sucedía a su antiguo maestro, Jacobo Zabludovsky en el espacio noticioso más importante de la televisión mexicana.
Previo al cambio López Dóriga prodigaba entrevistas, en las que defendía el nuevo perfil de la televisora.
Hoy todavía esgrime los mismos argumentos: “Televisa ha tenido la virtud e inteligencia de transformarse como se ha transformado el país, me refiero en esta etapa. Es un país diferente, es una Televisa diferente”.
Y vaya que él sabe de esa capacidad transformadora, aunque sus críticos la llamen capacidad camaleónica. Muchos periodistas y analistas de medios cuestionan la que en su momento fue demasiada cercanía con José López Portillo; o más recientemente con el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari; o el haber asumido el proyecto de comunicación de Estado con la dirección de noticiarios de Canal 13; o esa sutileza tan suya, de las verdades a medias.
“No es que diga cosas que no son. Le falta decir otras que están ahí y que no se dicen”, explica la investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, de la División de Ciencias de la Comunicación, Alma Rosa de la Selva.
Continúa la académica: “Con el retiro de Zabludovsky Televisa acepta que ha perdido credibilidad, por problemas internos se desprende de Ricardo Rocha. Entonces encuentra a alguien más acomodaticio, López Dóriga, más afín a las políticas informativas de esa empresa.
“El es un buen reportero, con oficio sí, más maduro ahora, también; pero se ha ido ajustando a las circunstancias. No manifiesta abiertamente una postura ni la mantiene, en lo que es un espacio -el noticiero- que busca ser aséptico, no objetivo, sino más bien aséptico”.
Finalmente De la Selva, como muchos mexicanos, se pregunta si el periodista más visto de la televisión mexicana asumirá por fin el compromiso de informar a una audiencia cada vez más exigente. “Hay una especie de espera por el cambio, pero ello les exige un trabajo periodístico más profundo. Y parece que no quieren dar el paso por lo que políticamente implica eso.
No quieren tener fricciones con los nuevos poderes, no quieren tener fricciones con el foxismo”, dice De la Selva.
Éste es hoy Joaquín López Dóriga, un periodista con un gran compromiso por delante que a pesar de sus gustos por los barcos y el placer de disfrutar a sus hijos, se dedica en cuerpo y alma al periodismo. “Los sábados mientras me baño estoy pensando en lo que voy a escribir, sin embargo, el día entero es para la familia, así como la mitad del domingo, porque por la tarde escribo -mientras escucho a Wagner– la columna que publico el lunes en El Heraldo.”
-¿Y de qué manera le afecta ser el periodista más visto?
-Sólo soy un reportero. Nada más.
-¿Qué tanto ego tiene?
-Un 150 por ciento.
Responde con esa amplia sonrisa suya y luego abre las puertas de un mueble ubicado detrás de su sillón en la oficina de Chapultepec 18. Perfectamente ordenadas, se encuentran al menos seis camisas nuevas, aún envueltas.
Después de todo, como se dijera de Cassius Clay acerca de su capacidad para aguantar los embates pugilísticos: su ego es enorme, pero si no lo tuviera no podría aguantar lo que aguanta.
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