En 1968, la atmósfera “estaba impregnada de deseos de cambio. Hasta las canciones y las relaciones sexuales reflejaban una necesidad de transformación. Se aspiraba a lo imposible. Frente a esa efervescencia, [el presidente Gustavo] Díaz Ordaz –educado para ‘mantener el orden’– no podía ver nada nuevo–”, explica el investigador Lorenzo Meyer, en referencia a la masacre estudiantil del 2 de octubre de aquel año.
En entrevista, el doctor en relaciones internacionales dice que “el autoritarismo mexicano de esa época aceptaba disidencias o críticas, pero ‘controladas con el permiso del señor presidente’”. Sin ese “permiso”, desde la óptica del régimen, las protestas se podía salir de control y eso no se podía permitir.
“El 2 de octubre fue una sorpresa para todas las autoridades, para el sistema, el régimen y para los propios estudiantes y jóvenes, que de repente se convirtieron en actores políticos importantes del choque. Se explica que los estudiantes estaban llegando a sus límites de control, y en ese momento el sistema político parecía una maquinaria perfecta de relojería en contra de esa disidencia”.
En el marco del 56 aniversario de la matanza estudiantil, ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, el historiador Lorenzo Meyer expone que en aquel año, los estudiantes y sus profesores percibían que la realidad –dominada por injusticias– debía cambiarse.
Agrega que “nunca hay un sistema político perfecto, siempre hay lugar para ocasiones en donde se puede cambiar y ese es nuestro papel: la inconformidad con el sistema en el que estemos”.
Para el también politólogo, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) se caracterizó por ser represivo, lo que fue caldo de cultivo para la masacre del 2 de octubre de 1968. Ello, porque en aquellos años se intensificó el descontento social, hasta que estalló el movimiento estudiantil.
La efervescencia social que reclamaba justicia y democracia no sólo ocurría en México. También se desarrollaron movimientos sociales en América Latina; el más importante: la revolución cubana, y el simbolismo de figuras que impactaron en los jóvenes como Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro, señala el doctor Meyer.
Quienes en México exigían cambios estructurales fueron brutalmente sometidos, desaparecidos y asesinados por agentes del Estado. No sólo se trató de la masacre del 2 de octubre: dos meses antes, en julio de 1968, los estudiantes del IPN y la Preparatoria 7 de la UNAM fueron reprimidos por granaderos de la Ciudad de México.
“Son actores políticos abiertos, económicos, culturales y toda esta relación nos dice que durante mucho tiempo el régimen posrevolucionario se podía caracterizar como un régimen autoritario, no democrático, pero que permitía un ‘pluralismo limitado’ en la medida en que se aceptara la autoridad incuestionable del presidente, y que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fuera en la práctica un partido único”.
Con los Juegos Olímpicos casi por ocurrir, Gustavo Díaz Ordaz ordenó impedir el avance de las protestas estudiantiles. “Un trabajador necesita mantener a su familia, mientras que un estudiante –en su mayoría– es libre de tales compromisos. Además, los jóvenes tenían una visión del mundo que iba más allá de las aulas, de su juventud misma. Para ellos, el 68 era una época de inconformidad que resonaba no sólo en México, sino en Checoslovaquia, Francia, Japón, Brasil… Era una demanda tanto política como cultural”, comenta el doctor Meyer.
Por otra parte, el historiador señala que ya había indicadores de que la estabilidad del México posrevolucionario estaba llegando a sus límites con el autoritarismo: “el año 68 les estalló sin que nadie en realidad se lo propusiera”.
“Cada vez que reflexionamos sobre el 2 de octubre estamos en un terreno cambiante, porque es la realidad presente la que define cómo vemos ese episodio histórico en 2024”, comenta el doctor. No obstante, es incuestionable que había un sistema autoritario incapaz de responder de manera pacífica a las demandas de mayor libertad.
“El resultado fue trágico: la violencia empleada contra quienes pedían libertad no solo fue inútil, sino profundamente inhumana. Responder con muerte a la exigencia de derechos es, en esencia, la mayor prueba de la falta de legitimidad de ese sistema”.
Hoy, señala Meyer, “lo que estamos viviendo es el final de un régimen y el inicio de otro, uno que es plenamente consciente de que debe representar los intereses de las bases populares. Sin embargo, al no ser el resultado de una revolución, no hemos visto al ‘rey en la guillotina’ ni a un pelotón de fusilamiento. Los miembros de la antigua élite, la oligarquía que se consolidó con el tiempo durante el régimen de la Revolución Mexicana, siguen presentes”.
Al finalizar el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y con la llegada de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo como primera presidenta de México, “estamos presenciando la aceptación, desde abajo, de que no es posible mantener esa situación. Se reconoce la necesidad de canalizar las demandas sociales y las exigencias de las clases bajas por reconocimiento y cambio cultural. Estamos en el inicio de ese proceso.
“Esa transición política es sumamente complicada. Y sí, estamos viendo lo difícil que es pero creo que vamos por buen camino. El sexenio de Andrés Manuel López Obrador ha sido crucial, ya que, por primera vez, un partido organizado, pero con una base social enorme, llegó al poder a través de las urnas”, agrega el doctor Meyer.
Esta ha sido una larga marcha democrática, desde 1988, pasando por 2006 y 2012, hasta que finalmente cayeron las murallas del autoritarismo.
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