La desnutrición en México crece sin diagnósticos que permitan conocer la dimensión real del problema ni la efectividad de los programas gubernamentales para erradicarla: el 40 por ciento de los apoyos alimentarios llega a familias de clases media y alta. Detrás de las cifras optimistas que muestran una disminución en la prevalencia de la desnutrición infantil, se encuentra su reducción sólo en el medio urbano, donde aumenta la obesidad de los menores
Mayela Sánchez /Rubén Darío Betancourt, fotos /enviados
Ahuacatlán, Puebla. La hija de María y Antonio nació desnutrida. Tiene apenas una semana de edad y pesa 1 kilo 600 gramos, la mitad de lo que en promedio pesa un niño al nacer. Carentes de masa muscular, sus frágiles brazos y piernas constatan también la pequeñez de sus huesos. Sobre su torso desnudo se posa el frío estetoscopio con que el enfermero revisa su frecuencia respiratoria; su vientre se hincha con cada inhalación de aire, pero ni eso disimula sus costillas, que sobresalen pegadas a la piel.
María, su madre, permanece muda, acurrucada en una camilla y arropada por una cobija en la que se pierde su delgada figura, que apenas alcanza el metro y medio de estatura. Ella también está desnutrida. Y por la artritis reumatoide que padece a sus 29 años, las articulaciones de sus manos y pies están atrofiadas, por lo que no pudo caminar hasta el centro de salud para dar a luz y tuvo que hacerlo en casa, asistida por una partera.
Los otros dos hijos de María también han tenido desnutrición moderada, que de acuerdo con la Encuesta nacional de nutrición 1999 se asocia con disminución en el tamaño corporal, en la capacidad de trabajo físico y en el desempeño escolar e intelectual durante la adolescencia y la edad adulta.
En esta comunidad del municipio poblano de Ahuacatlán, es común que los niños nazcan bajos de peso debido a la mala alimentación de las madres, comenta Patricia Silva, responsable del centro de salud. Refiere que se entregan complementos alimenticios Nutrivida a los niños de entre seis meses y dos años, estén o no desnutridos, así como a los menores de entre dos y cuatro años que tengan bajo peso. Sin embargo, esta prebenda es sólo para las familias que forman parte del Programa Oportunidades, pues no se permite su entrega a quienes no están inscritos, comenta Silva.
No obstante, la doctora afirma que “la mayoría de los niños con el Programa Oportunidades está desnutrido”. De acuerdo con sus registros médicos, actualmente en San Mateo Tlacotepec hay 70 casos de desnutrición infantil, de los que 37 corresponden a niños que cuentan con Oportunidades.
La doctora Silva arguye que lo anterior se debe principalmente a la “falta de conciencia” de las madres que “se acostumbran a ver a sus hijos flaquitos” y no los alimentan adecuadamente. Si bien la Encuesta nacional de salud y nutrición 2006 reconoce que las prácticas inapropiadas del cuidado en el hogar favorecen la desnutrición infantil, señala que el problema es más complejo y también influyen en él factores como el acceso insuficiente a alimentos nutritivos, los servicios de salud deficientes y un saneamiento ambiental inadecuado, todo ello asociado a una distribución desigual de recursos, conocimientos y oportunidades.
La doctora asegura que la recién nacida tiene posibilidades de vivir, siempre y cuando sea llevada al hospital de Zacatlán donde podrá recibir los cuidados que necesita. El traslado corre por cuenta de los padres, ya que el centro de salud no dispone de una ambulancia para los pacientes de gravedad, así que Antonio ha salido del consultorio en busca de un vehículo que los conduzca por el fangoso y accidentado camino hacia el municipio de Zacatlán.
Aun si la hija de María y Antonio sobrevive, por haber padecido desnutrición durante la gestación, verá afectado su crecimiento y su desarrollo mental, lo que se manifestará en un pobre rendimiento intelectual durante toda su vida; además, será más proclive a desarrollar enfermedades crónicas en su vida adulta y tendrá mayor riesgo de padecer y morir a causa de enfermedades infecciosas, como señala la Encuesta nacional de salud y nutrición 2006.
El Reloj es un programa desarrollado para calcular el número, la distribución y la evolución de la desnutrición infantil en México. Sus proyecciones están basadas en la información de los censos nacionales de Talla de 1993, 1994, 1999 y 2004, que permiten ver “no el promedio, sino la desigualdad” de la desnutrición infantil en el país, a decir del doctor Abelardo Ávila Curiel, del INCMNSZ, coautor del proyecto.
Acorde con las proyecciones del Reloj, este año habrá 858 mil 662 casos de desnutrición infantil a nivel nacional. Las entidades con mayor prevalencia serán Chiapas, Veracruz, Estado de México, Oaxaca y Puebla.
Como parte de las Metas del Milenio para el Desarrollo, México se propuso que para 2020 reduciría a la mitad la desnutrición infantil que tenía a finales del siglo pasado. Para cumplir con esta meta, a la fecha deberían existir 520 mil 902 niños desnutridos; es decir, 329 mil 645 menos de los que el Reloj reporta. Tan sólo en Ahuacatlán, tendría que haber ahora mismo 498 niños menos de los que estima el programa.
Las cifras de la Encuesta nacional de salud 2006 muestran los tres indicadores del estado de nutrición que había en el país: 472 mil 890 niños con bajo peso, 1 millón 194 mil 805 con baja talla y cerca de 153 mil con emaciación (bajo peso según la talla). Se trata de 1 millón 820 mil 695 niños, casi la quinta parte de la población infantil mexicana, que evidencian la persistencia de la desnutrición en el país.
En opinión del doctor Ávila Curiel, “estamos pagando el precio de no haber atendido oportunamente el problema de la desnutrición infantil. Desde hace 40 años, México tiene la suficiente disponibilidad de alimento como para que no hubiera niños desnutridos en el país, pero desafortunadamente los programas de combate a la desnutrición se han guiado más por objetivos de imagen política” que por una cuestión de salud pública.
Ávila Curiel señala que ha habido una falta de continuidad en los programas de nutrición infantil, pues aunque han existido varios en las últimas cuatro décadas, ninguno de ellos ha establecido metas ni ofrecido un diagnóstico respecto de cuántos niños desnutridos hay en el país y dónde se encuentran. Considera que la elaboración de un diagnóstico implicaría tener que dar a conocer los resultados, por lo que las autoridades prefieren dar cifras descontextualizadas para no revelar la dimensión real del problema ni la efectividad de los programas de apoyo alimentario.
En cuanto a la información oficial disponible, la Encuesta nacional de salud 2006 ofrece los datos más recientes, pero su nivel de desagregación, al igual que en las encuestas nacionales de nutrición, es regional, por lo que no es posible conocer las tendencias municipales a través de estos instrumentos. Los censos nacionales de Talla sí permitían identificar el predominio de desnutrición infantil a nivel municipal, pero el último de éstos fue realizado hace cinco años.
“El problema se ha ocultado, se ha minimizado y se ha escondido detrás de los supuestos éxitos de los programas sociales”, sentencia Ávila Curiel.
Mientras que Costa Rica y Chile han erradicado la desnutrición infantil gracias al desarrollo de sistemas integrales de salud y a una eficiente vigilancia epidemiológica de la nutrición, en México los programas gubernamentales se han orientado al reparto de alimentos y de apoyos económicos para este propósito. Sin embargo, la Encuesta nacional de salud 2006 muestra que en muchos de los casos esta ayuda no llega a quien la necesita.
De acuerdo con la encuesta, de los 9 millones 347 mil familias que reciben ayuda alimentaria, más de 4 millones pertenecen a sectores económicos medio y alto.
El programa de Leche Fortificada de Liconsa es el que mayor concentración tiene en dichos sectores, con 78.5 por ciento de sus beneficiarios. Si bien se trata de un programa de subsidio dirigido a hogares con cierta capacidad de compra, la Encuesta nacional de salud 2006 cuestiona que el 37.2 por ciento de las familias beneficiadas pertenezca a un sector económico alto, en el que “los problemas de anemia y deficiencia de micronutrimentos son bajos y seguramente dichas familias no requieren de programas sociales para solucionarlos”.
El programa de Suplementos de Vitaminas y Minerales, de la Secretaría de Salud, tiene al 66.5 por ciento de sus beneficiarios en dichos sectores. Debido a que este programa se distribuye principalmente a mujeres embarazadas, la encuesta justifica que su focalización esté más orientada a una vulnerabilidad biológica que a una social. Pero no es posible saber si la focalización es efectiva porque los datos obtenidos en la encuesta no distinguen esta información.
El Programa de Apoyo Alimentario (PAL) y los programas del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) también apoyan a los menos necesitados: el 40 por ciento de las familias que reciben el PAL, el 51.4 por ciento de quienes cuentan con desayunos escolares, el 40 por ciento de los que reciben despensas y casi el 35 por ciento de los beneficiarios de las cocinas populares provienen de hogares de clase media y alta.
Incluso, el Programa Oportunidades, reconocido como el mejor focalizado, brinda apoyo alimenticio a 327 mil 145 familias “privilegiadas”, como las llama la propia Encuesta nacional de salud.
Por si fuera poco, 636 mil 714 familias del sector medio y 219 mil 312 de nivel económico alto reciben dos o más programas de ayuda alimentaria.
Al respecto, la Encuesta nacional de salud 2006 señala que, “claramente, la duplicidad de beneficios no parece obedecer a las necesidades de los beneficiarios. El que casi uno de cada seis hogares de un tercil socioeconómico alto reciba más de un beneficio difícilmente puede justificarse”.
“¿Quién tomó leche antes de venir a la escuela?”, pregunta la maestra Yesenia Amador a sus alumnos. Miradas escépticas, dubitativas, y al final sólo seis manitas se levantan, titubeantes, de los 60 niños que hay en el salón. “¿Quién comió taco?”, revira la maestra. Varios brazos se alzan con entusiasmo como si tuvieran la respuesta correcta en un examen de conocimientos. Apenas es la mitad del numeroso grupo.
Hortensia tiene ocho años, pero por su baja estatura y su menuda complexión bien podría pasar por una estudiante de primer año de primaria. La doctora Silva cuenta que Hortensia es hija de una madre soltera, quien durante un tiempo mantuvo oculto su embarazo. Ahora, la niña sufre desnutrición crónica, como se le conoce a la baja talla que es resultado de una alimentación inadecuada, sumada a los efectos de infecciones agudas repetidas, de acuerdo con la Encuesta nacional de salud 2006.
Hortensia, como otros niños de la escuela primaria “1 de mayo”, se alimenta principalmente de tortilla, chile, sopa y frijoles. Quienes desayunan antes de salir de sus casas toman café o comen tacos de salsa. En todos los casos, se trata de niños cuyos semblantes lucen cansados, y la piel de sus caras y brazos es opaca y reseca, al igual que su cabello.
De acuerdo con el Programa Estratégico 2005-2011 del Sistema Estatal para el DIF de Puebla, al comienzo de la actual administración estatal se distribuían 420 mil desayunos, calientes y fríos, en 1 mil 400 centros alimentarios de Puebla. Pero en San Mateo Tlacotepec, el programa de desayunos calientes no pudo llevarse a cabo debido a que la primaria no contaba con la infraestructura que el proyecto requería. En una escuela que aún enfrenta carencias de mobiliario, fue impensable atender el requisito del DIF, con lo que se esfumó la posibilidad de que 422 niños accedieran a una mejor alimentación.
La Encuesta nacional de nutrición 1999 señalaba un predominio de baja talla o desmedro de 17.8 por ciento en niños menores de cinco años de todo el país. Ese mismo año, el Censo Nacional de Talla mostró que Puebla ocupaba el quinto lugar nacional de talla baja en la población de primer año de primaria, con el 22.2 por ciento (128 mil 55 niños).
La Encuesta nacional de salud 2006 indica que la prevalencia de baja talla a nivel nacional disminuyó 5.1 por ciento desde 1999; no obstante, Puebla se encuentra por arriba de la media nacional de 12.7 por ciento, con un porcentaje de 16.3. En las localidades rurales, este nivel asciende a 20.9 por ciento, lo que se traduce en el crecimiento deficiente de más de 30 mil niños. El bajo peso y la emaciación siguen afectando al 2.6 y 0.9 por ciento de los menores poblanos, de acuerdo con la Encuesta nacional de salud 2006
Aunque los datos de encuesta muestran una reducción del número de niños con bajo peso y talla a nivel nacional, el documento de Conapo México, ante los desafíos de desarrollo del milenio señalaba, con antelación, que la tendencia de disminución de la desnutrición estaba asociada a su reducción en el medio urbano, con lo que “no representa por sí misma una mejoría en la situación nutricional de la población”. El texto advertía también que si bien las tendencias mostraban que se cumpliría con las Metas del Milenio en cuanto a disminuir la desnutrición infantil, esto no ocurriría en las zonas indígenas del país, como la región sur, y el medio rural de la región centro, donde prevalecerían altos índices de niños desnutridos.
El doctor Ávila Curiel advierte que el problema de la desnutrición se está diluyendo en otro problema asociado con una mala nutrición: la obesidad.
La disminución de la desnutrición a nivel nacional se está dando más “a expensas de la obesidad urbana que de su abatimiento en las zonas marginadas”, dice.
Desde 1988, la primera Encuesta nacional de nutrición advertía de la tendencia creciente del exceso en la ingesta, asociada con los problemas de sobrepeso y obesidad. La más reciente Encuesta de nutrición y salud muestra que la prevalencia combinada de estos dos problemas fue de cerca del 26 por ciento, lo que significa que hay 4 millones 158 mil 800 niños con exceso de peso en el país. En Puebla, esta tendencia alcanza el 22.6 por ciento, con 27.4 por ciento para localidades urbanas y 13 por ciento para las zonas rurales, y ha afectado a casi la décima parte de los niños menores de cinco años.
Sumado a estos señalamientos que alertan de una tendencia creciente y emparentada con la mala nutrición, la Encuesta nacional de salud 2006 advierte que la obesidad está aumentando con mayor velocidad entre la población de bajos ingresos que entre las personas con ingresos altos, y sugiere que se trata de “posibles efectos adversos de los programas de ayuda alimentaria”.
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