El periodista desnudaría la colusión oficial con el narcotráfico, así lo había anunciado, pero un incendio en su departamento, que quemó el 98 por ciento de su cuerpo, le segó la vida. A ocho años, la muerte del columnista José Miranda Virgen es, como otras muertes de comunicadores, un asunto pendiente
Veracruz de Ignacio de la Llave. Viernes por la madrugada. Un estruendo hace estallar en mil pedazos los cristales de las ventanas. El impacto se confunde con el ruido del último ajetreo de los antros que recién cerraron sus puertas, y con el de las olas al romperse en espumosa marejada al rozar la playa. Boca del Río es una ciudad que no duerme; aquella madrugada, la del 11 de octubre de 2002, menos.
Antes de las seis de la mañana, por el bulevar que comunica Boca del Río con Veracruz, se escuchó el ulular de las ambulancias que conducían al periodista José Miranda Virgen y a otras tres personas al Hospital General. Por la gravedad de sus quemaduras, Miranda sería trasladado vía aérea a la ciudad de México e ingresado en el área de terapia intensiva del Hospital ABC. El 98 por ciento de su cuerpo tenía quemaduras de segundo y tercer grado.
Sobre la blanca cama del hospital, agonizó durante cinco días al cabo de los cuales lanzó su último suspiro. Su muerte significó el primer deceso de un periodista en el estado de Veracruz en esta década. Entre la versión oficial, difundida por las instancias de gobierno, de que se trató de un accidente y los indicios de que la explosión fue provocada, transcurridos ocho años, la verdad sobre la muerte de Miranda Virgen es otro caso no resuelto. Las autoridades abonaron a la sospecha, pues nunca hicieron investigación alguna.
En busca de mayor claridad sobre el caso, Contralínea entrevistó a los jefes, colegas, amigos, colaboradores y familiares de José Miranda. Las pesquisas obtenidas apuntan a que pudo tratarse de un atentado para evitar que el periodista ventilara los vínculos de funcionarios y políticos locales con la delincuencia organizada.
José Miranda fue uno de los periodistas con más presencia en la prensa veracruzana. Se formó como reportero en las redacciones de la ciudad de México, en las épocas del presidencialismo imperial, en las cuales tuvo derecho de picaporte en Los Pinos, desde José López Portillo hasta Carlos Salinas de Gortari. Cuando volvió a su natal Veracruz, se integró a la directiva de numerosos rotativos; luego fue jefe de prensa del gobierno de Miguel Alemán Velasco, y durante varias décadas publicó su columna El espejo del poder, la de mayor influencia en la entidad. Todo ello combinado con la docencia.
La información que Miranda Virgen difundió en su Espejo del poder los días previos a su muerte está íntimamente relacionada con las razones por las cuales ni el gremio periodístico ni la opinión pública aceptaron que el incendio en su casa fuera un accidente. En cada entrega periodística, comenzó a ventilar el involucramiento de “las mejores familias” de Veracruz con el narcotráfico y la colusión con funcionarios del gabinete estatal. Los señalamientos apuntaban tanto a jefes policiacos como al propio gobernador Miguel Alemán.
Amigo y colaborador, tan cercano como fue Miranda Virgen de Miguel Alemán, cualquier información que hiciera pública respecto de los entretelones de la casa de gobierno tendría serias consideraciones.
Miranda era un periodista meticuloso tanto en su trabajo como en su vida personal. Invariablemente, de lunes a miércoles vivía en su casa de Jalapa y el resto de la semana, en su departamento de Boca del Río.
La noche del 10 de octubre estuvo en El Kachimba (un exclusivo antro propiedad de Abelardo Coello, cuñado de Jon Rementeria, edil de Veracruz) charlando con varios amigos. El lugar era concurrido por la crema y nata de la política estatal, empresarios, juniors y algunos de los nuevos ricos emigrados de Sinaloa, Tamaulipas y Chihuahua, que hacía unos años arribaron a esa parte del Golfo para levantar residencias y departamentos de ensueño con fortunas de dudoso origen. En menos de una década, convertirían Boca del Río en uno de los municipios más “prósperos” del país, cuyos centros comerciales ofrecen lo mismo joyas Cartier que yates y veleros, automóviles Land Rover y Jaguar.
En su mesa, entre el compás de la salsa y música cubana que por las noches se toca en El Kachimba, Miranda detallaba a sus acompañantes que en los siguientes días publicaría las operaciones que subrepticiamente realizaba la agencia antidrogas estadunidense (DEA, por sus siglas en inglés) en Veracruz, ante la colusión oficial con el narcotráfico, explica a Contralínea una fuente que pide el anonimato.
Ninguno de los allí presentes dudó de su palabra. A José Miranda no le temblaba la pluma para publicar información espinosa, avalada por su impecable trayectoria de 40 años en el ejercicio profesional, amén de su acceso a numerosas fuentes de información de alto nivel, entre ellas mandos de inteligencia militar que desde la ciudad de México frecuentemente le hacían llegar información. Fue por dichas fuentes que obtuvo datos fehacientes del trabajo de la DEA en el estado, que ese año derivaría en la detención de algunos cerebros financieros e importantes terratenientes del cártel de Juárez.
Miranda aludió también a las relaciones del gobernador con su peculiar vecino del fraccionamiento Costa de Oro, allí mismo, en Boca del Río: el sinaloense Jesús Albino Quintero Meráz, alias Don Beto, cabeza del cártel de Juárez en el Golfo de México. Pasada la medianoche, salió del lugar rumbo a su departamento.
El parte de los servicios periciales indica que hacia las 5:10 horas, cuando José Miranda se disponía a preparar café, se produjo una explosión por fuga de gas; sin embargo, los daños más considerables por la detonación y el incendio se registraron en el área de la estancia y no en la cocina.
El periodista José Robles, director del corporativo Imagen, exjefe de José Miranda, refiere la versión de un testigo que dijo haber visto cuando alguien arrojó un artefacto explosivo hacia el departamento de Miranda. “Cuando quisimos entrevistarlo, se negó a hablar, así que pensamos en dos posibilidades: o lo inventó o lo compraron”.
En los días en que permaneció hospitalizado, de su departamento fue extraída su computadora. Antes tales indicios, desde que ocurrió la explosión, sus compañeros y los colegas agremiados en la Asociación de Periodistas de Veracruz denunciaron que Miranda fue víctima de un atentado, por lo que pidieron la intervención de la Procuraduría General de la República (PGR) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Las organizaciones nacionales e internacionales de defensa de periodistas y libertad de expresión también pusieron en tela de juicio la versión oficial. Incluso, el secretario general de Reporteros Sin Fronteras, Robert Ménard, envió una misiva al entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, para que se indagaran las circunstancias en las que murió el periodista “sin descartar ninguna pista”. Por parte del gobierno federal, no hubo pronunciamiento alguno; por parte del local, las declaraciones del procurador de Justicia del Estado, Pericles Namorado Urrutia, insistieron en que “la explosión fue un accidente provocado por una fuga de gas”.
En busca de las pistas que al equipo de Contralínea lanzó Raymundo Jiménez, este semanario se trasladó a la hemeroteca del periódico Imagen, propiedad de la familia Robles, donde Miranda Virgen trabajó como vicepresidente corporativo y columnista.
Entre los tomos empastados que agrupan los ejemplares por periodos mensuales, se encuentra el correspondiente al mes de octubre de 2002. El viernes 11, la mañana del accidente, apareció la que sería la última columna que José Mirada escribiría. Su contenido es elocuente:
“Por lo que se ve las drogas agobian a Veracruz lo mismo las bancarias que las que se fuman, se ingiere, se aspiran o se inoculan. Para las primeras no hay remedio, por lo tanto seguiremos endrogados más y en cambio para las segundas tampoco. Cuando menos no hay remedio casero, eso es ‘de casa’, por eso la DEA decidió establecerse aquí en territorio veracruzano una vez que este pasó a formar parte importante del mapa del narcotráfico a nivel internacional, por más que el sector oficial pretenda ilusamente tapar el sol con un dedo, sea por inocencia o por complicidad.
“Y si la DEA tomó la decisión de establecer oficinas en nuestra geografía es porque Veracruz está penetrado por el narcotráfico, incluso infestado, y si está penetrado o infestado para el caso es lo mismo, es porque los narcotraficantes vieron o se les dieron las facilidades necesarias para el tráfico, y si hubo facilidades para el tráfico es porque las autoridades policiacas locales a su vez dieron facilidades para la distribución y consumo, así de sencillo.
“No hay porque andarse quebrando la cabeza para llegar a esta conclusión, por más que traten de ocultarlo tapando el sol con un dedo, por más que juren o perjuren que no hay tráfico de estupefacientes y por más que se curen en salud hay jefes policiacos que están metidos hasta el cuello en cuestiones de tráfico y distribución de enervantes, es más, lo juramos, ¿pero por qué no lo anterior?
“Cierto secretario nos vaya a salir con su cantaleta estúpida esa de ‘pos ándale manito presenta la denuncia’. Torpe, como si fuera ese el oficio del periodista, como si el periodista no tuviera su propia tribuna de denuncia que es el medio para el que trabaja con el respaldo de sus jefes. No habría incluso necesidad alguna de presentar denuncia, ya se encargará la DEA y el Ejército Mexicano de darle todos los pormenores a la PGR para que actúe en el momento que considere oportuno, y ella si la PGR presentar la denuncia porque a ella si le corresponde, porque cuando menos esto no se va a quedar así gracias al Ejército y lamentablemente a la DEA, que tuvo que enviar a sus agentes a Veracruz porque la cosa aquí está que arde en ese terreno. Ni modo pues” (sic).
“De la dinastía Quintero, aquí les va otro corrido, calza grande Sinaloa, nace puro gallo fino, me refiero al compa Beto, el señor Jesús Albino.
“Quince millones de verdes compran a cualquier empleado, de la noche a la mañana, Veracruz quedó arreglado, a la orden de Quintero, el puerto de gran calado.
“De Colombia a Veracruz, le llegaba el cargamento, los aviones y los barcos descargaban en el puerto, y de ahí asta la frontera al base tamaulipeco, después a New York y Atlanta a los contactos del Beto”, reza el corrido que Los Tucanes de Tijuana cantan a Quintero. Más que apología es una puntual descripción de la forma en que el capo construyó en Veracruz su emporio.
Inspirador de una decena de corridos, Jesús Albino Quintero Meraz, ubicado por la DEA al nivel de narcotraficantes como Amado Carrillo o de los Arellano Félix, hizo de Boca del Río su refugio y principal centro de operación y blanqueo de capitales en inmuebles, negocios y terrenos en exclusivos fraccionamientos, incluido el de Costa de Oro, donde era vecino del gobernador Alemán.
A mediados de la década de 1990, llegó de Sinaloa con un fajo de dólares y compró a toda autoridad que se le paró enfrente. Durante los seis años de Patricio Chirinos y cuatro de Miguel Alemán (hasta su detención), hizo del puerto de altura más importante de México, el principal centro de embarque y desembarque de droga del cártel de Juárez, de Colombia a Estados Unidos.
Cuando fue detenido en Veracruz el 26 de mayo de 2002, como lo ventilara Miranda Virgen, por operativos de la DEA oficialmente atribuidos a la PGR, Albino Quintero dio santo y seña de los funcionarios a quienes tenía en su nómina.
Apenas unas semanas después de la muerte de José Miranda, en noviembre de ese año, la Agencia Federal de Investigaciones detuvo en El Kachimba a Felipe Rafael Palomba Márquez, subcoordinador de la Policía Intermunicipal en Boca del Río, bajo los cargos de “realizar labores de tráfico y transportación de narcóticos en los estados de Veracruz, Tamaulipas y Quintana Roo, colaborando de esta forma con la organización criminal comandada por Albino Quintero Meraz”. Palomba fue sentenciado a 25 años de prisión.
Según la PGR, Palomba operó con Quintero Meraz desde 1996 y “hasta el momento de su aprehensión, el 1 de noviembre de 2002”. El funcionario era subordinado y uno de los más cercanos a Alejandro Montano Guzmán, secretario de Seguridad Pública de Alemán. También se libraron órdenes de aprehensión contra José Luis Sáenz Escalera y Alberto Carreón Ruiz, coordinadores de las policías intermunicipales Veracruz-Boca del Río y Xalapa-Banderilla-Tlanelhuayoaca, respectivamente.
La protección que el narcotraficante tuvo en ese gobierno le dio manga ancha hasta para emparentarse con funcionarios y políticos locales, a través de su hijo David, quien se casó con la hermana de la diputada local y exalcaldesa de Vega de Alatorre, Marilda Rodríguez.
La ausencia de investigaciones serias de los agravios en contra de periodistas fomenta la impunidad e incita a los agresores; impide también que se tenga claridad sobre las muertes. El caso de José Miranda es uno de los ejemplos más evidentes, pues, mientras que las autoridades insisten –sin una investigación– en que fue “un accidente”, los informes y relatorías elaborados por prestigiadas organizaciones lo registran en calidad de “homicidio”.
Como “homicidio” se consignó en el informe Situación de la libertad de expresión en México, presentado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en julio de 2007, en su 128 Periodo Ordinario de Sesiones. Dicho informe fue elaborado por la Asociación Mundial de Radios Comunitarias; Artículo XIX; el Centro Nacional de Comunicación Social; la Fundación Manuel Buendía; Reporteros Sin Fronteras; Libertad de Información-México, AC, y el Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa.
La campaña contra la violencia a periodistas y por la plena libertad de expresión denominada “Ni uno más” inscribe el caso de José Miranda Virgen como uno de los 15 periodistas “asesinados” en el sexenio del presidente Vicente Fox, “por denunciar la colusión de servidores públicos con narcotraficantes”.
“El poseer la verdad en estos tiempos es muy difícil y puede costar la vida”, reflexiona José Robles en alusión a los aciagos años que vive la prensa mexicana. En tanto las autoridades no realicen una investigación seria sobre la muerte de José Miranda Virgen, no sabremos si poseer la verdad sobre la colusión oficial con el narcotráfico fue lo que le costó la vida.
Sobre su tumba yace una placa expedida por la Asociación de Editores, Periodistas y Escritores del estado de Veracruz, AC, con una breve inscripción por demás explícita: “Por su capacidad crítica, agudeza de análisis y sensibilidad en la denuncia sobre la presencia del narcotráfico en el estado de Veracruz”.
José Miranda Virgen dejó huella en los anales del periodismo veracruzano, por ello su nombre está grabado en una sala del Colegio de Periodistas, en el centro de Jalapa. Su legado continúa fructificando: “Los mejores columnistas que hay hoy en Veracruz se formaron con Pepe Miranda”, dice el periodista y empresario José Robles.
La memoria y voz de María Guadalupe Miranda Virgen adentra a otro ámbito mucho más íntimo en la vida del periodista. Su pequeña casa tiene un extenso y bien cuidado jardín en la colonia El Periodista, que José Miranda fundó en la década de 1990 a las afueras de Jalapa, rumbo al Distrito Federal. Cada calle es un homenaje a algún insigne periodista, desde Francisco Zarco Mateos a Manuel Buendía Tellezgirón. La casa de José Miranda se ubica precisamente en la que guarda la memoria de Buendía, el insigne michoacano asesinado en mayo de 1984 en el Distrito Federal.
Durante la conversación, que se extiende por varias horas, Guadalupe comparte anécdotas de un hombre que sin duda siguió el precepto de Ryszard Kapu?ci?ski: que para ejercer el periodismo, “ante todo hay que ser buena persona”.
Se educó como profesor normalista y luego estudió periodismo, profesión en la que debutó en El Sol de México con la amarga cobertura de la matanza estudiantil de Tlateloco. El segundo de ocho hermanos hijos de un maestro de educación secundaria y una ama de casa. Fue el consentido de los padres, el rebelde de la casa, benefactor de toda su familia, generoso con los suyos y con otros.
En las colonias populares de Jalapa uniformaba a los chamacos y creaba equipos de futbol para no dejar resquicio al ocio o las malas compañías, como las técnicas que hoy usan algunas organizaciones no gubernamentales en las favelas de Brasil para alejar a los jóvenes de las pandillas o el narcotráfico.
“Qué le puedo decir, era el hijo más querido, el hermano más amado y el tío que convocaba a todos los sobrinos siempre. En las navidades se ponía a platicar de todas sus vivencias; todos alrededor de él. Para nosotros, José no era todo, era lo único; hasta la fecha no lo podemos superar. Todas las hermanas vivimos bastante tiempo extraviadas.
“Él siempre estaba ocupado. Hacia poco había ido a Colombia a tomar un curso. Me dijo: ‘Voy a hacer un viaje’, y prácticamente dejó un pequeño testamento, lo cual me impactó mucho porque yo era muy ajena a pensar que los periodistas corren algún peligro.
“Cuando alguien me preguntaba si alguna vez pensé en que Pepe pudiera tener algún riesgo, respondo que no, por la manera en que él se conducía ni siquiera me imaginaba. Siempre fue muy discreto, en la casa nunca comentaba sus asuntos de trabajo, pero también siempre nos mantuvo al margen de su vida profesional. Los hermanos supimos la influencia que tenía como periodista cuando fue el accidente, por las llamadas de políticos y funcionarios tanto de Veracruz como de la ciudad de México, que todo el tiempo estuvieron telefoneando para saber su estado de salud, uno de ellos el entonces senador Fidel Herrera Beltrán o el señor Miguel Ángel Yunes.
“En el hospital me dan oportunidad de entrar. Lo veo a través de un ventanal y me percato de que había sido un accidente bastante grave y que él estaba entre la vida y la muerte. Alguien me preguntó mi nombre y yo no supe cómo me llamaba, estaba en shock porque veía a mi hermano luchando por vivir a pesar de que el 98 por ciento de su cuerpo estaba quemado”.
María Guadalupe muestra la oficina de José Miranda, en la planta alta de la casa. Los amplios ventanales con vista al jardín y al riachuelo que cruza detrás del inmueble forman un plácido paisaje. Libros, pequeñas esculturas, souvenirs de incontables viajes, fotografías que perpetúan los encuentros del periodista con Miguel de la Madrid y con Salinas de Gortari, o junto a un jovencísimo Fidel Herrera.
Abstraída en las imágenes, María reflexiona: “Alguien nos dijo que mi hermano era un periodista muy importante, que era uno de los periodistas más importantes de Veracruz, que tenía muchos amigos, pero también muchos enemigos. Nosotros no preguntamos más, en esos momentos estábamos sufriendo esa situación tan terrible.”
?¿Ustedes creen que fue un accidente o pudo haber algo más?
?Yo creo que hay un Dios, y no sé. A nosotros nos manejaron un accidente y con eso nos quedamos. Se dijeron muchas cosas, se dicen muchas cosas. Mi hermano tenía muchos amigos, pero también tenía muchos enemigos. Sólo nosotros sabemos lo que nos quitaron: al mejor de los hermanos, al mejor de los hombres. ¿Quién nos lo quitó? Un accidente, una persona, no sabemos, y aunque investigáramos, no podríamos lograr nada. Él ya no está y es lo único cierto.
Guadalupe toma entre sus manos la fotografía en la que José aparece con una tímida sonrisa. Es la misma que difundió la prensa tras su muerte. En movimientos suaves desliza sus dedos por encima del cristal, como si acariciara el rostro ausente. “Nosotras estábamos muy dañadas, qué podíamos hacer si lo que queríamos era a mi hermano… como que es más sano pensar que fue un accidente”. En segundos, minúsculas gotitas de agua empañan los cristales de las ventanas. Afuera la espesa bruma que baja entre las montañas comienza a inundar el ambiente. Nostalgia es la palabra que define el espíritu de esta ciudad.
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