El núcleo duro de la base social del lopezobradorismo lo constituyen –aunque ellos no lo sepan– personas que vivieron el proceso electoral de 1952 en este país. Algunos de ellos también tuvieron referencias directas de lo que fue el proceso electoral de 1940 en el que se masacró a la oposición almazanista y el de 1946 en el que fue electo Miguel Alemán. En la actualidad estas personas tienen más de 60 años y es difícil, por no decir imposible, que luego de conocer y vivir los efectos de los procesos históricos que se dieron en esa época, ellos decidan cambiar de opinión o vender su voto.
Precisamente por esta característica especial, constituyen la línea dura del movimiento social nucleado en torno a la persona de Andrés Manuel López Obrador. Esos aciagos días hoy pueden enseñar mucho. Características del escenario que vivieron entonces nuestros padres, abuelos y bisabuelos, hoy se presentan nuevamente. El análisis es un extracto de mi libro Contribución a la Historia de Pendejistán.
En mayo de 1939 el general Juan Isidro Andrew Almazán pidió su retiro del servicio activo del Ejército y el 25 de julio de ese año se postuló como candidato a la Presidencia de la República para las elecciones que se realizarían en 1940. Los seguidores de Almazán fundaron el Partido Revolucionario de Unificación Nacional. El día de las elecciones, el 7 de julio de 1940, grupos de choque de militantes del partido oficial (llamado Partido de la Revolución Mexicana, PRM, en ese entonces) dirigidos por Gonzalo N Santos, armados con ametralladoras Thompson, recorrieron las casillas de votación disparando contra los simpatizantes de Almazán. Robaron urnas electorales, destruyeron las papeletas con los votos a favor de Andrew Almazán y los reemplazaron con votos por Manuel Ávila Camacho. Tan sólo en la Ciudad de México más de 150 personas murieron ese día, casi la totalidad almazanistas. En toda la República el periódico Excélsior señala 2 mil muertos.
Llegó el día de las elecciones y era evidente en toda la nación que la aplastante mayoría de mexicanos votaría por Almazán; sin embargo los dispositivos… estaban ya dispuestos. En muchas casillas, los del listón verde (almazanistas) lograron votar gracias a que hileras de mujeres se pusieron de parapeto en la cola de los votantes para que no fueran atacados, pero hubo casos en que, a pesar de ellas, los atracadores intervinieron. Desde luego, las urnas donde era evidentísimo el voto abrumador hacia Almazán fueron robadas con pistola y ametralladora en mano. (Guillermo Samperio, Almazan, Editorial Lectorum, México 2011).
El 15 de agosto de 1940 el colegio electoral “calificó” las elecciones y declaró ganador a Ávila Camacho, el candidato del PRM (que después cambiaría el nombre a Partido Revolucionario Institucional, PRI) con 2 millones 476 mil 641 votos, nada más que el 93.89 por ciento de los sufragios. A Andrew Almazán se le reconocieron 151 mil 101 votos (5.72 por ciento) cuando en algunos mítines de su campaña había logrado reunir a más de 200 mil personas.
Después de la masacre del 7 de julio de 1940, en la que serían asesinadas más de 2 mil personas vinculadas a la oposición almazanista, para nadie fue sorpresivo que 6 años después, en 1946, “ganara” sin ningún problema el candidato de PRI a la Presidencia de la República Miguel Alemán Valdés. Con 1 millón 786 mil 901 votos, Alemán se convirtió en el nuevo presidente. Hay que notar que su antecesor Manuel Ávila Camacho había obtenido en 1940 la fraudulenta cantidad de 2 millones 476 mil 641 votos, casi 800 mil votos de más.
Con Miguel Alemán se modificó el artículo 27 Constitucional, para otorgar mayor extensión a la llamada “pequeña propiedad” agraria, haciendo que los grandes propietarios de tierra incrementaran su patrimonio. Al mismo tiempo, se disminuyó la dotación de tierras para los campesinos, estimulando la concentración de tierras en grandes haciendas. El régimen de Alemán buscó que los trabajadores olvidaran la lucha de clases y se comprometieran con el desarrollo del capitalismo. La deuda externa se incrementó, el gasto público aumentó, faltaron inversiones en áreas productivas. Como resultado, el peso se devaluó en un 90 por ciento y se cotizó a 8.65 por dólar.
Miguel Alemán tuvo una política antiobrera. Las manifestaciones de los trabajadores, motivadas por los bajos salarios, fueron reprimidas. La antidemocracia sindical campeó y el gobierno imponía a líderes charros como representantes de los trabajadores. El gobierno se sumó de lleno a la política fascista de Estados Unidos, creó un comité de actividades anticomunistas para hostigar a intelectuales y políticos por su filiación marxista, y prohibió a los partidos Político Obrero y Popular. Una fichita, pues, resultó el –según lo apodaron los priístas– Cachorro de la Revolución.
Por la inconformidad que suscitaban todas estas políticas, desde mediados de 1949 comenzó a sentirse la agitación con motivo de la sucesión presidencial. Miguel Alemán tenía la idea de reelegirse o de extender su mandato presidencial pero los generales Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, en voz de Abelardo Rodríguez, declararon el 3 de agosto de 1951 que no creían que “sea conveniente para el país la ampliación del periodo presidencial ni la reelección”, por lo que finalmente Miguel Alemán terminó por imponer la candidatura de Adolfo Ruiz Cortines, su secretario de Gobernación, quien afirmó alguna vez que Alemán lo había escogido porque pensaba que, debido su edad, podía morir en cualquier momento dejando la posibilidad de que Miguel Alemán continuara sus funciones como jefe del Ejecutivo.
Para las elecciones de 1952, los candidatos de oposición eran el general Miguel Henríquez Guzmán, por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano; Efraín González Luna, por el Partido Acción Nacional, y Vicente Lombardo Toledano, por el Partido Popular y por el Partido Comunista. Los panistas, sólo 12 años después de la diarrea que les causó ver la represión de 1940, se atrevieron a tener candidato.
Desde 1951 Miguel Henríquez Guzmán y otros líderes y militantes del PRI se habían separado de ese partido y se incorporaron a la Federación de Partidos del Pueblo de México, donde ya estaban Genovevo de la O y Francisco J Mújica. Miguel Henríquez Guzmán ya como candidato presidencial obtuvo el apoyo de los grupos cardenistas y del propio general Lázaro Cárdenas.
El 7 de julio de 1952 la tendencia electoral resultó favorable a Miguel Henríquez Guzmán pese a que la mayoría de sus representantes no fueron aceptados por los presidentes de casilla, aduciendo que su nombramiento no estaba debidamente acreditado. Frente a esta tendencia, el PRI ordenó que las autoridades de las casillas realizaron el conteo de los votos sin permitir el acceso a la oposición; no dieran copia de las actas de escrutinio a los representantes de los demás partidos, especialmente cuando la votación les favoreciera a estos.
Ese día los priístas bloquearon carreteras para evitar el voto de los henriquistas, robaron y falsificaron actas electorales y generalizaron el relleno de urnas. Al concluir la jornada electoral, el PRI anunció su triunfo supuestamente con más del 74 por ciento del voto. Los henriquistas protestaron con una manifestación que fue violentamente sofocada por órdenes del presidente Miguel Alemán.
Carlos Montemayor narra en su libro Violencia de Estado en México: “Toda nuestra campaña electoral fue muy accidentada. Aparecía muerto cada día en la carretera de Cuautla un miembro del grupo… la represión fue bestial”. (Testimonio de Alicia Pérez Salazar, viuda de José Muñoz Cota).
“Como si hubiera sido una señal, la policía emprendió entonces la carga con gases lacrimógenos, culatazos y tiroteos, buscando dispersar a los manifestantes. Ante el embate policiaco los henriquistas intentaron replegarse, muchos hacia el parque de la Alameda, otros hacia Reforma, algunos más hacia el Zócalo. En pocos minutos se generalizó el caos; grupos de granaderos y policías a caballo, sable en mano, perseguían a los manifestantes” (Elisa Servín. Ruptura y Oposición. El Movimiento Henriquista, 1945-1954).
“… Al día siguiente todo fue muy confuso, como ocurre en México… Los amigos que tenía en la milicia, le informaron al general Henríquez que habían sido poco más de 200 cadáveres los que llevaron al Campo Militar Número 1 a incinerar” (testimonio de Alicia Pérez Salazar).
Ante las irregularidades del proceso y las prácticas fraudulentas, varios jefes militares se pusieron a las órdenes del general Henríquez para levantarse en armas, pero éste se negó a dar la orden para tomar el poder y recorrió las calles de la Ciudad de México para calmar a sus partidarios y simpatizantes. El gobierno reprimió las protestas que también se dieron en varios estados. Pese a la intensidad de las protestas, no se logró que se revirtieran los resultados.
Con el asesinato masivo de simpatizantes Henriquistas en plena Alameda Central de la Ciudad de México y con la represión selectiva contra los dirigentes del movimiento henriquista, mucha gente del pueblo optó, a partir de su experiencia en las elecciones de 1952, por manifestar su enojo anulando su voto o votando por candidatos no registrados, de tal manera que algunos de los personajes que han tenido más votos reales después de 1952 y hasta antes de las elecciones de 1988, han sido Chucho el Roto, Cantinflas, Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas, pues estos nombres eran escritos en las boletas electorales por muchos de los que repudiaban el gobierno del PRI y la farsa electoral. Políticamente hablando, la gente consciente en ese periodo sabía que anulando su voto no ganarían nada, pero cómo se divertían. Ésta era una terapia para sacar su descontento, enojo o furia contra los gobernantes y su sistema de partidos… hasta que llegó 1988.
David Cilia Olmos
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
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