Rosario, Argentina. Amanece en Rosario y el rocío asoma en la plaza cercana a la antigua estación de ferrocarriles Central Córdoba, donde se erige su escultura, como si cuidara desde ahí la ciudad que lo vio nacer hace casi 90 años.
La plaza está solitaria pero se siente el eco de la voz de los oprimidos, de los pobres, de aquellos que hoy siguen clamando por justicia social, por una región donde todos quepan, por el sueño de los próceres y el anhelo de la Patria Grande.
Si en Bolivia hay un San Ernesto de La Higuera, en Argentina bien podría decirse San Ernesto del Rosario.
Pese a aquellos que han intentado opacar sus ideas, Ernesto Che Guevara (Rosario, Argentina, junio 14, 1928-La Higuera, Bolivia, octubre 9, 1967) sigue vivo en la tierra natal, en la memoria colectiva de aquellos que continúan su lucha y batallan por preservar su legado.
Porque como dijera el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano: ¿por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace.
A los pies de esa escultura de 4 metros de altura, realizada con el bronce de llaves donadas por 14 mil 500 personas e instalada hace una década, hay flores y velas rojas y amarillas dejadas por aquellos que lo ven como un santo que los protege y acompaña en una Rosario muy insegura.
“El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, reza un cartel rojo con letras blancas. Debajo de la imponente estatua hay plasmados mensajes como “la lucha sigue” en la hoy plaza Che Guevara, en esta su ciudad natal donde, como en otros lugares de Argentina, la rancia derecha ha intentado mancillar su legado.
Cuentan algunos rosarinos que hasta allá van muchos a pedirle consejos, a rendirle honores, a que sus ideas no mueran, por eso casi siempre, a los pies de la escultura de bronce, hay velas y flores.
Comienza a asomar la mañana mientras esta redactora inquieta guarda las imágenes del día anterior, cuando llegó hasta la casa natal del icono de las luchas sociales.
Sentimientos encontrados afloran al conocer el lugar donde su madre Celia escuchó su primer grito, donde lloró y rio por primera vez, donde comenzó a palpitar ese gigante corazón sin imaginar que pasaría a la historia como uno de los grandes signos de lucha de América.
En la calle Entre Ríos 480, casi esquina Urquiza, se ubica el edificio. Afuera el cartel con una chapa vertical roja que muestra el rostro del guerrillero, foto del cubano Alberto Korda, indica que en ese lugar nació el gran revolucionario.
La gente que transita por la acera señala hacia el cartel mientras una mujer sesentona de origen asiático y con un inglés inentendible pide ayuda a quienes se acercan pues quiere entrar al lugar y no entiende por qué no se puede acceder. Hoy la casa pertenece a quién sabe qué inquilino.
La señora, con una cámara en mano, vuelve a insistir en su inglés asiático y algo de español que volverá mañana porque quiere entrar, no entiende, sólo quiere ver, conocer, palpar el lugar donde nació el revolucionario argentino-cubano, declarado en 2002 ciudadano ilustre post-mortem de Rosario.
En la madrugada del 30 de abril de 1992, en la fachada del monumental edificio estalló una granada en otro intento por perpetrar su memoria.
Hoy en la planta baja hay oficinas de la empresa española dedicada al sector de seguros Mapfre. Lo identifican varios carteles en rojo. La familia Guevara de la Serna vivía en el segundo piso.
Pese a los intentos de ciertos sectores derechistas de borrar su historia, el Che sigue vivo y por allí pasan cada año cientos de visitantes de todas las partes del mundo, atraídos por la mística de su vida y lucha. Llegan de los lugares inimaginables hasta el corazón de Rosario solo para seguir la ruta del Che.
A pocos metros del lugar, en las calles Mitre, entre Tucumán y Pje. Zabala, hay otro espacio que perpetúa su memoria, la plaza de la cooperación, hoy espacio cultural Che Guevara, la primera que rindió honores al guerrillero heroico.
En la plaza hay un mural pintado por el fallecido artista Ricardo Carpani, lastimosamente dañado por actos vandálicos de aquellos que intentan borrar el legado del Che a toda costa.
Una placa sobre un muro rojo indica: Comandante Ernesto Che Guevara. Homenaje Seminario Internacional XXX Años. Revista América Libre, 2 al 5 de octubre 1997.
Es sábado, en el lugar una madre juega con su pequeño niño. Del otro lado, cercano al mural con el rostro del Che, en un banco verde, hay un joven tirado durmiendo, sin hogar. Un joven por quien el Che entregó, muchos años antes de que el adolescente naciera, la vida para que no hubiera muchachos como él en un parque durmiendo en Argentina, ni en América Latina.
A casi 90 años de su nacimiento, el Che para los jóvenes, Ernesto para aquellos que lo conocieron en vida, como su entrañable amigo Calica Ferrer, compañero en su primer viaje por Latinoamérica, o Ernestito, como le dice su hermano menor Juan Martín, sigue vivo.
En Rosario, en Villa Nydia, Altagracia (Córdoba), donde pasó gran parte de su infancia, en Buenos Aires, en Caraguatay (Misiones) y San Martín de los Andes (Neuquén), en Cuba, Bolivia, Latinoamérica, palpita, respira, no como el mito sino como ese grande que sigue impulsando las luchas de los que hoy sueñan un mundo mejor.
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