Asistimos a un redespliegue planetario del ejército de Estados Unidos que ha iniciado su retiro gradual de Irak, donde, por confesión de su alto mando militar, sufrió una verdadera catástrofe bélica (que de facto gestó el nuevo orden mundial multipolar) y ha anunciado la instalación de siete bases militares en Colombia –cuyo objetivo inconfeso pone en jaque las mayores reservas de petróleo del mundo en el Orinoco venezolano y sitia la región del norte del amazonas de Brasil (la más rica reserva biosférica del planeta)–, mientras se empantana más profundamente en las arenas movedizas de Afganistán.
Al inicio de su atribulada gestión, el presidente Obama centró la acción militar de Estados Unidos en Afganistán, en lugar de Irak, donde el flamante presidente prometió el retiro oportuno. En el terreno militar no le ha ido nada bien a la “contrainsurgencia” (como le llaman técnicamente) de Estados Unidos frente a la feroz resistencia de los talibanes, quienes se mueven como peces en el agua en la trasfrontera de Afganistán y Pakistán, que muchos analistas denominan como “Pashtunistán” (el país virtual de la numerosa etnia pashtún). Ni tardo ni perezoso, Obama amplió la contrainsurgencia militar de Estados Unidos a territorio pakistaní con el uso masivo, no pocas veces indiscriminado, de los ominosos “drones”: aviones automatizados manejados telemáticamente desde Estados Unidos para bombardear sitios específicos en el mapa del binomio “Af/Pak” (de las iniciales de Afganistán y Pakistán, como ahora se le conoce), lo cual, visto en retrospectiva, se tornó en un grave error al sobreextender los alcances operativos del ejército estadunidense y de sus famélicos aliados de la OTAN.
Pues ni los ominosos “drones” ni el incremento de los efectivos estadunidenses han servido cuando la situación ha empeorado dramáticamente, de confesión propia del almirante Michael Mullen, el jefe de las fuerzas conjuntas de Estados Unidos, donde el 54 por ciento de los encuestados estadunidenses se han pronunciado por el retorno a casa de sus hijos combatientes.
Fuera de la consabida propaganda que maneja la intervención de Estados Unidos en Afganistán como parte de “la guerra contra el terrorismo global” (que le legó baby Bush a Obama), y como materia de su trascendental seguridad nacional, en realidad, y en términos estrictamente analíticos, nunca quedó clara la invasión de la OTAN a Afganistán, y menos su extensión bélica a Pakistán.
Hasta ahora empieza a emerger algo de luz al respecto gracias a los planteamientos recientes de Zbigniew Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de Carter y ahora íntimo del presidente Obama, quien, para seducir a China a compartirse el mundo con Estados Unidos a través de la nueva bipolaridad del G-2, ventiló lo que hemos denominado “la geopolítica de los paralelos 20 y 40” en el “Gran Medio Oriente”, que engloba tres conflictos que afectan los intereses energéticos y étnicos de China: uno, el contencioso palestino; dos, el asunto del enriquecimiento de uranio por Irán; y la guerra en Af/Pak y sus vasos comunicantes a India y Cachemira. Los dos primeros afectan el abastecimiento vital de hidrocarburos de China (mucho más el asunto iraní, por su sensible posicionamiento en el Golfo Pérsico, que el palestino del que pudiese derivar un embargo energético, como en la década de 1970, de sus aliadas petromonarquías árabes encabezadas por Arabia Saudita), mientras el tercero, de mayor envergadura, debido a la posesión de bombas nucleares por India y Pakistán, literalmente afecta e infecta las fronteras de China, como se vio con el reciente estallido étnico religioso de la minoría islámica mongol de los uigures en la estratégica provincia de Xinjiang. Cabe recordar que China colinda exquisitamente con Afganistán (76 kilómetros), Pakistán (523 kilómetros) e India (3 mil 380 kilómetros).
Cabe señalar que el Medio Oriente para los geoestrategas israelíes va en una línea horizontal de Marruecos (que habría que expandir a Mauritania) hasta Cachemira en las cumbres del Himalaya (que se disputan, por cierto, Pakistán, India y China), y en una línea vertical desde el incandescente Cáucaso hasta el volátil Cuerno de África (donde descuella la indecente piratería en Somalia teledirigida por Gran Bretaña, con Estados Unidos e Israel tras bambalinas).
Más allá del consabido apotegma de la “economía de guerra”, que en épocas de recesión (como ahora) mueve los intereses financieros del “complejo militar industrial”, amén del control de los hidrocarburos del “Gran Medio Oriente” –que por necesidad abarca la región de Asia Central–, si rastreamos el pensamiento geoestratégico de Brzezinski, entonces la programada guerra contra Irán (que, de paso, favorecería la hegemonía israelí en el “Pequeño Medio Oriente”) y, sobre todo, la presente invasión de la OTAN, encabezada por Estados Unidos, estaría diseñada para contener y, luego, infectar a China con la pandemia del montaje hollywoodense del fundamentalismo islámico “jihadista-salafista”, maquinado por la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña.
El grave problema de esta gran estrategia de triple vinculación de tres delicados conflictos regionales que se desarrollan en “los paralelos 20 y 40” (Palestina, Irán y Af/Pak), al estilo megalomaníaco de Brzezinski, radica en que el ejército de Estados Unidos se ha empantanado en Af/Pak sin visos de triunfo, como empieza a admitir sotto voce su alto mando militar, a grado tal que las comparaciones con Irak o Vietnam han comenzado a retumbar sus multimedia críticos.
A nuestro humilde entender, la derrota de Estados Unidos en Af/Pak (cuyo binomio, de paso, puede acabar balcanizado y vulcanizado) es más comparable desde el punto de vista geopolítico (más que militar) a la catástrofe en Irak, que provocó indirectamente el triunfo y el ascenso de Irán, al unísono de la decadencia irreversible multidimensional de Estados Unidos.
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