Hace más de 50 años, el filósofo francés Louis Althusser decía que los medios de comunicación eran aparatos ideológicos del Estado. En la realidad actual, si observamos cómo se comportan estos medios masivos de comunicación no sólo en México, sino en otros países, podríamos decir que se trata de aparatos ideológicos del gran capital, de las grandes corporaciones, de los grandes intereses de explotación. Se trata, por tanto, de los altavoces de uno de los llamados poderes fácticos (¿qué es un poder fáctico? Pues aquel a quien nadie eligió y, sin embargo, impone su visión del mundo, sus intereses, a la mayoría sin que necesariamente –y en realidad casi nunca– nos beneficie).
Entonces, si partimos de esto podemos comprender por qué la mayoría de los medios de comunicación se han alejado de la vocación primaria del periodismo, que es ser un instrumento para el ejercicio del derecho humano a la información y la libertad de expresión. (Y aquí hay que dejarlo muy claro, la información es un derecho humano y no un patrimonio exclusivo de los medios de comunicación, o de los opinólogos, o de los periodistas. Es de todos y todas. Por eso los valores supremos del periodismo son: búsqueda de la verdad, responsabilidad social, independencia y honestidad).
Pero vemos a diario ejemplos de cómo los medios se alejan cada vez más de esta vocación de servir a la sociedad para servir a intereses de grupos, de élites (políticas, económicas), y eso va degradando cada vez más la calidad informativa. Hasta derivar ya en lo más desastroso de la comunicación de masas que es, por un lado, la censura inducida de temas que no quieren que sepamos hasta las campañas de noticias falsas.
Pero hay más elementos que nos ayudan a entender de qué se trata esto del cerco informativo de los medios de comunicación. Uno, fundamental, es el hecho de que, en sí mismos, los medios de comunicación son un negocio. Por tanto, no sólo son aparatos ideológicos del poder económico, sino que al ser negocios convierten a su materia prima, que es la información, en una mercancía.
Esto ya lo advertía hace años el gran periodista polaco –ya fallecido– Ryszard Kapuscinski: al ser mercancía, la información está sujeta a las reglas del mercado. Qué significa esto y cómo nos afecta: pues significa que quien puede pagar por esa información –sea para revelarla, para ocultarla, para tergiversarla– es quien nos impone su visión del mundo. Y como tiene gran capacidad económica, su mensaje se amplifica de forma masiva hasta la intoxicación y por todas las vías: no sólo la televisión, la radio, la prensa escrita sino también las redes sociales.
Y ahí es donde comienza el cerco mediático, esa es, digamos, la punta del iceberg.
Informaciones o pseudoinformaciones (propaganda, publicidad disfrazadas de periodismo) estandarizadas: reporteros, locutores, lectores de noticias, opinadores, expertos hablando exactamente de lo mismo en los mismos términos, hasta con los mismos calificativos.
Y uno pensaría: ¿se ponen de acuerdo? No, en el sentido de que no hacen reuniones para confabular. Por supuesto que no. Porque no les hace falta. Estos acuerdos vienen de lejos, de cómo se han constituido sus negocios, de su propia visión empresarial. Es esta inercia la que de forma casi natural los lleva a amplificar mensajes de ciertos sectores y a silenciar los de otros. A aceptar la venta de sus espacios noticiosos a intereses contrarios a los intereses de la sociedad.
Vamos a aterrizar un poco estas ideas con algo concreto, algo que podemos apreciar en su narrativa actual, en su discurso: el gran capital usando sus medios masivos de comunicación para hacernos creer que sin los plaguicidas altamente tóxicos nos vamos a morir de hambre, que se va a generar una gran hambruna en México que va a afectar sobre todo a los que menos tienen porque, claro, los ricos fácilmente van a resolver cómo seguir alimentándose [esto en la teoría del periodismo se llama sensacionalismo]. Pero cuál es la realidad: primero, que sí hay alternativas para la agricultura que no sean los plaguicidas altamente tóxicos causantes de cáncer, enfermedades renales, abortos espontáneos, tumoraciones y malformaciones en bebés; y segundo: que lo que hacen estos plaguicidas es envenenar y matar impunemente a la gente. Pero en la mayoría de medios escuchamos que no es posible sustituirlos cuando en los países desarrollados están prohibidos. Y esos países no están en la hambruna ni han dejado de producir alimentos, verdad.
En el contexto de las guerras mediáticas tenemos que preguntarnos cómo funcionan los cercos informativos. Impiden que se conozcan informaciones que son de interés para la sociedad. Es decir, no sólo tergiversan sino que censuran. Cancelan toda aquella voz que contradiga sus narrativas: si es por ejemplo un académico o académica de nuestra máxima casa de estudios –la UNAM– que no opina igual que la narrativa que tratan de imponer pues simplemente no la invitan, no lo invitan a reflexionar en sus espacios. Sus discursos en esta época son cada vez más claros, más fáciles de identificar porque ya se han cerrado mucho. Antes por lo menos aparentaban. Ahora ya no les importa.
Y ahora sí vamos a lo que nos ocupa: ¿se puede o no romper el cerco mediático desde Youtube? Lo intentamos, siempre lo vamos a intentar y no sólo desde Youtube sino desde todas las trincheras. Ese es nuestro compromiso como periodistas de investigación: buscar la verdad, ser responsables con la sociedad, trabajar con independencia y siempre ser honestos. Puesto que la máxima aspiración de un periodista siempre debe ser que su trabajo contribuya a mejorar las cosas que están mal, especialmente aquellas que aquejan a los más vulnerables, a los sin voz, a los que sufren.
*Ponencia presentada (el 23 de noviembre de 2022) en el coloquio internacional “Las guerras mediáticas en América Latina: actores, intereses y alternativas”, organizado por el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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