Cuando en 2008 estaba en su apogeo la efervescencia por el posible arribo a la Casa Blanca del candidato Barack Obama, la revista Foreing Affaires Latinoamérica tituló su último número de ese año de manera sugestiva: “Propuestas para un mundo sin Bush”. Se trataba de una serie de ensayos destinados a mejorar las relaciones de Estados Unidos con América Latina, calificadas, en lo general, como poco positivas hacia el subcontinente.
Hoy, que se plantea el inicio de una nueva gira de Obama por América Latina, el 21 de marzo, expongo esta hipótesis: la visita del presidente Felipe Calderón a Washington puede considerarse el reinicio de la relación de la administración de Obama con esta región, pero la falta de resultados diplomáticos positivos para México, la prepotencia congresional y el deterioro bilateral que tiene lugar entre tan asimétricos vecinos pueden considerase un pésimo primer mensaje para el resto del subcontinente.
A este escenario debe agregarse el interés pentagonal por reforzar la militarización en la lucha contra el narcotráfico, que nos coloca en una semiguerra civil y al denostado (por el embajador estadunidense) Ejército Mexicano, peleando contra narcotraficantes armados, y quizá hasta financiados (recuérdese la ilegal operación Rápido y Furioso) por los propios estadunidenses, con el peligro que esto implica para las escasas soberanía y democracia mexicanas. Y todo esto, en contradicción con que en Estados Unidos la ley prohíbe la utilización del ejército en el combate contra las drogas, como denunció recientemente la Washington Office on Latin America. Finalmente, el endurecimiento de una política migratoria que ofende al pueblo de México y, por extensión, a toda América Latina.
El “acercamiento” de Barack Obama inició mal y con un abuso contra México. Desde luego, para estos efectos, el gobierno mexicano se encuentra, desde hace tiempo, en liquidación.
Por esta razón hay quienes sostienen que George W Bush hizo mejor política exterior hacia la subregión latinoamericana de lo que se creía hasta ahora, comparado con los erráticos Hilary Clinton y Barack Obama; sobre todo, considerando que Bush no se metió en grandes pleitos con la región, como sostiene el coordinador académico de El Colegio de México, Jean Francois Prud’ Homme, en el número 87 de la Revista Mexicana de Política Exterior.
En esta tesitura –cuando se empieza a especular sobre la posibilidad de que el presidente Barak Obama pudiera ser derrotado en su aspiración de reelección; cuando la correlación interna de fuerzas congresionales favorece a los republicanos de extrema derecha, que además han tomado la dirección de la política exterior hacia América Latina; cuando los papeles de Wikileaks han erosionado y evidenciado la escasa credibilidad diplomática del Departamento de Estado (Carlos Pascual dixit) y se encuentra en curso la proyectada creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe–, se producirá la primera visita del mandatario estadunidense a Suramérica, que alguien ha llamado “gira”, aunque Barack Obama sólo estará en tres países: El Salvador, Brasil y Chile.
Y a esto hay que sumar otros factores exponenciales. Primero, la preocupación que causa a Washington la vigorosa, imbatible y bienvenida irrupción de China en el subcontinente, así como Rusia y varios otros emergentes de la región Asia-Pacífico. En seguida, el nuevo contexto internacional creado por la conflictividad en el Medio Oriente y que amenaza, nuevamente, con distraer el interés y los recursos de Washington hacia un escenario que, globalmente, le significa más que Latinoamérica, como antes quedó demostrado por su interés primario en Irak y Afganistán. Peor si se produce una intervención en Libia o en cualquier otro país de la región, cuya ola democratizadora amenace los intereses geopolíticos de Washington o Israel, lo que otra vez lo alejaría de esta región (y que no es necesariamente negativo).
Y de la “América Latina del Sur” –como la llaman algunos formuladores de la política exterior estadunidense–, qué decir: casi todos estos países han venido gozando de indicadores económicos aceptables como no se veían desde hace décadas. El precio de sus commodities, en alza, y sus posibilidades agrícolas, también. Con aceptables bajas en los niveles de pobreza y, por ello, con una mayor solvencia que les ayudó a superar más rápido la crisis económica que llegó de Estados Unidos. Existe también, como dice Luis Maira, “una percepción generalizada de la declinación de la hegemonía estadunidense y que se asume como una pérdida de su liderazgo”.
Pero también existe una decepción generalizada porque de aquel discurso de Obama en la Cumbre de Presidentes en Trinidad y Tobago en 2009, en que se habló de entendimiento, diálogo y cooperación, prácticamente no ha habido nada. Si alguien lo duda, léanse las declaraciones que en su momento formuló el expresidente Lula Da Silva en el sentido de que la única medida que Washington tenía para demostrar interés por América Latina era el levantamiento del embargo contra Cuba (le faltó agregar la liberación de los cinco cubanos antiterroristas presos en Estados Unidos). Obama no sólo no lo hizo, sino que, posteriormente, con un lenguaje reaganeano, llamó “diplomáticos de la libertad” a los contrarrevolucionarios de Miami, lobby que sigue teniendo un peso desproporcionado para su tamaño sobre la Casa Blanca.
Por otra parte, es claro que en su momento se advirtió que nadie con seriedad podría esperar que un nuevo presidente, por carismático que fuera, cambiara las principales determinantes de la política exterior de ese país, que obedecen a los parámetros estructurales, globales y de largo plazo de una superpotencia, perfectamente perfilados en el complejo militar industrial que gobierna Estados Unidos, como de algún modo lo demuestran los discursos radicales, xenófobos, antimexicanos y, por extensión, antilatinoamericanos, de congresistas y políticos republicanos y alguno que otro “demócrata”. También están, para demostrar este aserto, las opiniones que sostienen que Obama no podría, en un momento casi preelectoral, oponerse al criminal lobby armamentista de su país, primer responsable por acción y omisión, junto con el Congreso, del trasiego ilegal de armas a México: puras ganancias, pero Obama podría pasar de la complacencia a la complicidad en este asunto.
Pero las ganancias de Obama para los intereses de su país quizás hasta aquí lleguen, porque Brasilia no es Los Pinos. Michael Shifter, del llamado Diálogo Interamericano, un thin thank del gobierno estadunidense, escribió en febrero una idea reflotada de Kissinger y Nixon: “Volviendo a Brasil, uno de los temas centrales de la agenda de Obama desde que asumió el poder en enero de 2009 ha sido formar una alianza estratégica entre ambos países. La idea era que Brasil asumiera el liderazgo político, cultural y económico del Sur del hemisferio” (…) En la década de 1970, Brasil encabezó en el cono Sur una “alianza estratégica” militarista de la mano de Washington. Esta estrategia no convenció a Lula, quien en su trayectoria fue víctima de la misma, por ello prefirió fortalecer alianzas con sus vecinos (Mercado Común del Sur y Unión de Naciones Suramericanas) y con Rusia, India y China, sin dejar de tener el liderazgo político y económico –aunque no cultural, para ser honestos– de la región; inclusive, jamás rompió su amistad con Hugo Chávez ni con los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba).
Así que si Washington quiere tener mejores relaciones con los descendientes de los orgullosos bandeirantes que construyeron su gran país a punta de machete, es necesario que intente lubricar su accidentada trayectoria diplomática en el área, pues ya se sabe que Lula y Chávez encabezaron, entre otras cosas, la reacción de Suramérica contra la agresiva instalación de bases militares en la nueva colonia bogotana de Washington, y además Lula impulsó la eficaz trayectoria política de la señora Dilma Rousseff en su acceso a la Presidencia. Brasil preocupa más a Washington que Venezuela, porque su peso geopolítico, tamaño, claridad de objetivos, intereses nacionales e internacionales y su política exterior independiente frecuentemente son obstáculos para la antes irrefrenable dominación de Estados Unidos en el área, que aún busca integrarnos en su enfermiza “área de seguridad”, intentando, si es posible, llegar hasta la Patagonia.
Desde luego, Obama y la señora Clinton no quitarán el dedo del renglón para ver si les va mejor con Dilma Rousseff en su objetivo de aislar a Irán y los proyectos nucleares pacíficos a los que tiene derecho. Por principio, ya en febrero de 2010 le fue mal en este asunto a la señora Clinton (Contralínea 176), así que mejor sería que Washington reconociera que esta política es por cuenta de su incontrolable aliado Tel Aviv, y quizás lograría más frutos, porque para muchos en América Latina, Irán no representa ningún peligro.
Y en el caso del pequeño El Salvador, sus habitantes no olvidan que Washington apoyó durante 50 años las dictaduras militares, aunque hoy se encuentra en transición política y en vías de consolidar un liderazgo de centro izquierda, que acabe de apabullar a la rabiosa oligarquía que asesinó a unas 100 mil personas en las dos últimas décadas del siglo XX, incluido el obispo Arnulfo Romero. Ellos esperan con expectación la visita de Barack Obama sin ánimo revanchista, como quisiera la derecha, que verá con pena cómo esta visita refuerza de alguna forma a un gobierno apoyado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que no es el suyo.
Pero para entender mejor lo que Washington espera del presidente Mauricio Funes, amén de alejarlo de la tentación de la Alba y acercarlo a los nefastos organismos internacionales Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, hay que leer lo que hace unos días dijo el señor Gil Kerlikowske, nuevo director de la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas de Estados Unidos: el gobierno del presidente Obama “está profundizando la Iniciativa Mérida para combatir el crimen en México y en Centroamérica, y pretende expandir su esfuerzo al Caribe”. Éste será el proyecto de la visita Obama, extensión del que ya se aplica a México, pues se tratará de reforzar la cooperación contra la criminalidad y la violencia, incluida la del narcotráfico. Ojalá no vuelvan a dejar a la sociedad salvadoreña a merced de sus probadamente sátrapas militares. Para concluir este subcapítulo salvadoreño, hay que leer lo que sostiene el profesor universitario e ideólogo del FSLN, Roberto Pineda: “Como movimiento social y popular, debemos exigir al presidente Obama que se desmantele la Base Militar de Comalapa, el cierre del Institute for Law Enforcement Administration, la modificación del Tratado de Libre Comercio, la ampliación del Temporary Protection Status (Estado de Protección Temporal), el cese de las redadas contra nuestra comunidad salvadoreña en Estados Unidos, así como solidarizarnos con las justas demandas de los trabajadores de Wisconsin, y demandar que el gobierno estadunidense cese su apoyo a las dictaduras del Medio Oriente”. Que conste, el FLSN es parte importante del gobierno salvadoreño.
Y Chile, el alumno predilecto que arrancó a los desorientados socialistas una importante pieza en ese difícil tablero geopolítico conosureño que Washington alucina, será el país donde Barack Obama pronunciará su discurso magistral, la pieza política que, a decir de Michael Shifter, definirá la orientación que Washington habrá de seguir hacia la región. De hecho, cuando hace un año la señora Clinton estuvo por allá, recibió la invitación del flamante presidente electo, el magnate Sebastián Piñera, para que Obama visitara su país, esperando quizás contar con tiempo para dedicarse a la difícil restauración provocada por los devastadores terremotos que han tenido lugar en ese país.
Y Piñera, una vez que ha logrado más o menos recomponer la situación de crisis, ha vuelto a la carga en sus catilinarias contra Hugo Chávez, la última de las cuales fue lanzada desde el Medio Oriente, donde andaba de gira para apoyar la creación necesaria y justiciera de un Estado palestino, en línea con lo que ya han hecho otros países de la región. Parece que lanzarse contra Chávez es una política que deja dividendos a ciertos mandatarios que desean quedar bien con Washington, aunque la verdad es que Piñera ni siquiera necesita recurrir a esos trucos baratos de presidentes débiles, pues su triunfo electoral fue inobjetable. En realidad, Piñera se asocia con Obama y Clinton para dividir más América Latina.
La relación de Obama con Chile será muy diferente a la de México, Brasil y El Salvador, pues aquí los abrazos y las exclamaciones sobre la democracia, el respeto de la ley y los supuestos “beneficios” de la libre empresa brillarán como nunca, aunque hasta ahora sólo sean un mero discurso para los más de 600 millones de latinoamericanos. La verdad es que las limitaciones estratégicas y económicas de Washington, y políticas del señor Obama, así como las ofensas a su supuestamente amigo y socio latinoamericano más cercano, México, no auguran nada bueno y obligan a escribir un nuevo título, antítesis del que Foreing Affaires ofreció a sus lectores en 2008. Éste rezaría así: “Propuestas para un mundo sin Estados Unidos”.
*Exdiplomático; catedrático de América Latina Hoy en la Universidad Nacional Autónoma de México
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