Recuerdo que tenía un corazón
alérgico a los pólenes.
La muerte no existía,
éramos asquerosamente jóvenes.
Veranos sin deberes,
el vaho del otoño en las ventanas.
Siempre hubo dos mujeres:
la casta de mi pueblo y la Susana
Joaquín Sabina, La orquesta del Titanic
Se podría señalar que existe una tendencia mundial a catalogar lo que hoy se entiende por “ciencia de la política” en ejes temáticos de discusión general. Desde hace algunos años la tendencia, de la cual no se escapan las universidades públicas y privadas de nuestro país, es plantear el estudio de nuestra disciplina decantado en la siguiente santísima trinidad:
En suma, podríamos decir que los enfoques subyacentes en estos tipos de ciencia política la hacen presentarse como una disciplina recatada y juiciosa, casi neutral, con apego al estatuto de ciencia. Este embellecimiento artificial (que sólo lo permite el tocador) es defendido a ultranza en prácticamente todos los claustros académicos contemporáneos de politólogos, lo mismo en instituciones de educación superior públicas que en privadas, pues es la bandera que les otorga el anhelado prestigio y múltiples apoyos financieros para reproducir discursos manidos.
Un elemento que es característico en este tipo de visiones es su desesperación por cuantificarlo todo, por hacer gráficas, ponderaciones, construcción de escenarios y el llamado “trabajo empírico”. También se le podría llamar la “ciencia política de ábaco”, cuyo éxito estribará en la publicación de sus resultados en revistas de pretendida calidad académica, de preferencia en esas que tanto se preocupan por señalar que son indexadas.
Asimismo, los abigarrados productos de investigación serán presentados en foros nacionales e internacionales, construyendo la vertiente del turismo académico (por cierto no privativo de la ciencia política) de preferencia en destinos con fácil acceso a la playa o sentido histórico. ¿Quién no ha asistido a alguno de esos congresos?
Por lo demás, los gremios que son partidarios de esta santísima trinidad practican la paz perpetua, pero en el mal sentido del espíritu kantiano, pues no se critican entre ellos, se citan entre ellos y se aplauden entre ellos. Son los mismos, hablando y escribiendo siempre de lo mismo, en los mismos lugares y para el mismo público. Son, como diría Luhmmann, grupos “autorreferenciales”, y que se unifican en la crítica y descalificación a otras maneras de entender la ciencia política, por lo que conciben como de un carácter anticientífico otras formas de verla.
Existe también otra ciencia política, que no es propiamente dicho ciencia política, pero que se asume del gremio y que podría catalogarse como de salón de belleza (o de barbería para abonar al petulante discurso de la equidad de nuestros días) más que de tocador; que le apuesta a la pura reflexión abstracta para sólo permanecer estática en ese talante. Esta ciencia política que reniega de la ciencia política de tocador y de otras formas de comprender la disciplina, encuentra su refugio en los siguientes temas:
Este claustro académico de la ciencia política es sui generis, pues le apuesta más a la calidad que a la cantidad de agremiados. Es un grupo profundamente elitista y aunque sabe que existe el mundo exterior se encierra en su propia burbuja dorada como coraza de protección. Son el salinismo del gremio: ni nos ven ni nos oyen, pero si nos desprecian.
III. La ciencia política militante
Un tercer intento de taxonomía de la ciencia política contemporánea se consagra en lo que pudiéramos llamar la ciencia política militante, cuyo nicho ideológico son las variopintas nociones de alcanzar la justicia social, el amor por los pobres, la revolución social y su marcado descontento con todos los productos derivados del sistema. Son marxistas, muchas veces sin haber leído a Marx, y son guevaristas sin siquiera pensar un día en la idea de dejar la casa y el sillón. Esta manera de entender la ciencia política se subdivide en dos grandes grupos, que tienen en común el uso del salón de clase, la asamblea estudiantil o el local sindical como plataforma para los discursos incendiarios.
Algo que unifica a esta academia militante de alas moderada y radical es su discurso crítico al pensamiento llamado eurocéntrico y el aval a las filosofías de la liberación. Son nacionalistas metodológicos que saben muy bien, y en el fondo, que la historia no los absolverá.
Ante esta barbarie de lógicas para entender la ciencia política, considero que no por ser las formas dominantes de entenderla son las únicas. Existen y existirán alternativas menos petulantes y exquisitas para plantear el análisis político y social. Habría que parafrasear a Max Weber y plantear si realmente vivimos para la ciencia política o de la ciencia política. Ahí estriba buena parte del debate sobre el porvenir de la disciplina.
*Doctor en ciencias políticas y sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); profesor-investigador de la Academia de Ciencia Política y Administración Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y profesor de asignatura del Centro de Estudios en Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
BLOQUE: OPINIÓN SECCIÓN: ARTÍCULO
TUIT: Necesario, construir una nueva forma de hacer ciencia política
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