Es indudable que la línea de crédito flexible otorgada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) a México el 10 de enero, por un monto de 72 mil millones de dólares (MMDD), sumada a las reservas internacionales acumuladas hacia mediados del mismo, 116.6 MMDD, ofrece la imagen de una fortaleza financiera que garantizaría al país el pago puntual de sus compromisos externos en los dos años que resta del sexenio calderonista.
Si a lo anterior se agrega la emisión de títulos de deuda en el mercado mundial y la ampliación de los flujos de capital observado desde 2010, se refuerza el perfil de la solidez de la economía. En 2007, se contabilizaron 36.4 MMDD por concepto de inversión extranjera y en 2009, 22 MMDD, de los cuales 14.5 MMDD correspondieron a la directa; 4.2 MMDD se orientaron hacia el mercado accionario, y 3.5 MMDD, al de dinero. Hasta septiembre de 2010, el total ascendió a 27 MMDD: 14.4 MMDD, 448 millones y 12.2 MMDD por cada concepto. Al cierre del año, probablemente el saldo total se ubique por alrededor de los 33 MMDD. Acaso no alcance todavía su nivel de 2007, pero será suficiente para financiar el déficit corriente de la balanza de pagos (en 2009 fue de 6.2 MMDD y en 2010 se ubicó en el orden de 5 MMDD). El gobierno posiblemente no tendrá problema para pagar el servicio de su deuda. Los intereses estimados para 2011 son 315 mil millones de pesos (MMDP); para 2012, se elevarían hacia los 345 MMDP. El margen para enfrentar el costo de los requerimientos financieros del Estado (el saldo acumulado para este año es de 5.1 billones y las obligaciones, de 335 MMDP) es manejable. La obsesión neoliberal por el balance fiscal cero (el déficit programado para 2011 es de 0.3 por ciento del producto interno bruto y de 2.3 por ciento, si se agrega la inversión de Petróleos Mexicanos) y por cubrir los débitos llevaría a recortar cualquier tipo de gasto programable antes que deshonrar los compromisos financieros.
El “blindaje” financiero, las divisas disponibles y los recursos esperados proyectan, por tanto, una razonable percepción de solidez que, eventualmente, puede reducir los riesgos asociados a la situación económica y financiera mundial, como dicen Calderón, Hacienda y el banco central, y contribuir a una relativa estabilidad macroeconómica. Una política económica aparentemente prudente y disciplinada como la calderonista, especialmente del lado fiscal y monetario, puede ser suficiente como para que sea “reconocida” por el FMI, según dicen Ernesto Cordero y Agustín Carstens. Sobre todo, cuando se fundamenta en la ortodoxia de los Chicago Boys. También lo es para seducir a los inversionistas financieros. La disponibilidad de un amplio volumen de capitales por parte México, los altos réditos pagados internamente, comparados a los externos, y la ausencia de regulaciones a la entrada y salida de divisas son una combinación ideal para despertar y satisfacer transitoriamente sus voraces e insaciables apetitos por las jugosas ganancias rápidas, hasta que no se altere ese escenario, no aparezcan mercados más generosos o no se atisben otra clase de peligros que alteren sus nervios y provoquen los clásicos y devastadores ciclos especulativos, previos a la estampida de capitales en manada, fenómenos harto conocidos y padecidos por México y el sistema capitalista. Pero lo que es bueno para ellos no necesariamente lo es para los productores y la población local, como veremos más adelante.
Que las disponibilidades financieras “fortalezcan aún más a la economía mexicana durante 2011 y 2012”, como agregan Cordero y Carstens, ya es otra historia. Ello depende, primero, de qué entiendan por la publicitada “fortaleza” y su resistencia ante las disruptivas conmociones. Después de la evolución de los acontecimientos económicos y sociopolíticos internos. Luego de la magnitud e intensidad de los riesgos externos, si éstos trascienden su carácter fantasmagórico y se convierten en una cruel realidad. Del uso de los recursos y el monto que se está dispuesto a sacrificar para tratar de mantener la caprichosa estabilidad y que, de todos modos, no se escape de control de los buenos deseos; la capacidad oficial para enfrentar los imponderables. El FMI ha manifestado su beneplácito en muchas ocasiones ante la imaginaria firmeza de un gran número de naciones y, al final, éste quedó sepultado entre los escombros de esas economías. Experiencias como la de los tigres asiáticos en la década de 1990 o las de Islandia, Irlanda, Grecia o Hungría, que se desplomaron con la crisis sistémica iniciada a finales de 2007, por citar algunos ejemplos, obligan a mantener algún recelo. Los gobiernos de Carlos Salinas y Menem o de Alberto Fujimori dijeron lo mismo y sus países se hundieron en profundas crisis. En ésos y otros casos señalados, los administradores trabajaron con el mismo modelo, aplicaron las mismas políticas, se elogiaron con iguales palabras, se rasgaron las vestiduras con las catástrofes y emplearon la misma cabeza de turco para tratar de justificar las tragedias y evadir sus responsabilidades: los males llegaron de fuera. A finales de 2008, Calderón, Cordero y Carstens elogiaban su “fortaleza” financiera mientras la economía se despeñaba y mantuvieron su dicho cuando los analistas pronosticaban la profundidad de la recesión, que resultó la peor desde 1932.
Nadie en su sano juicio puede estar en desacuerdo con la necesidad de velar por la estabilidad y de actuar prudentemente. Donde brincan las diferencias es en lo que se entiende por estabilidad: cómo debe ser, para qué y para quiénes y la manera de construir fortalezas.
Porque la estabilidad de la que hablan se reduce a la inflación y lograr el equilibrio fiscal, en una realidad macroeconómica inestable, desequilibradora, que propicia el estancamiento productivo, el alto desempleo abierto y encubierto y la pobreza masiva. Y los capitales potenciales y disponibles sólo se emplearán para mantener una “fortaleza” financiera de escenografía que en poco o nada beneficiará el crecimiento.
La línea de crédito negociada con el FMI ya estaba considerada en la definición de la política económica para 2011, donde se programó una tasa de crecimiento real menor respecto de 2010: 3.8 por ciento contra 4.5 por ciento. Retornaría su tendencia mediocre de hace 28 años. Este año, en términos de valor, apenas se llegaría y se superaría modestamente el nivel registrado a mediados de 2008, justo cuando se inició el desplome. En 2007-2010, la tasa media real anual fue de 0.7 por ciento; para 2007-2011 será de 1.3 por ciento; la media sexenal, del orden de 1.7 por ciento. La peor desde Miguel de la Madrid, conocido como el sexenio cero. Dada la necesidad de nuevos empleos anuales y la estructura productiva existente, que importa más de lo que exporta y que está orientada y subordinada a la estadunidense, tendría que crecer anualmente en más de 5 por ciento para equilibrar la oferta y la demanda de trabajo. El crecimiento de 2011 será miserable para los 188.6 MMDD que suman el “blindaje” y las reservas, en caso que se utilizaran productivamente, o una verdadera calamidad si se agregan poco más de 221 MMDD que se esperan alcanzar con la inversión extranjera.
Sin embargo, esos capitales son ilusorios porque una parte no existe. La línea del FMI sólo se usaría ante el riesgo de que se dificulte o se interrumpa el acceso a los mercados de capitales internacionales, se eleven los intereses cobrados en condiciones más usureras, los capitales abandonen los llamados “mercados emergentes”, como México, o se afecten otras fuentes de divisas, por ejemplo que se desplomen los precios del crudo de exportación. El temor está fundamentado: no sería extraña la caída de España, Portugal y de otros países en 2011 ante los depredadores intereses que les están cobrando para refinanciar sus deudas, lo que ha puesto al borde del colapso su capacidad de pago, pese a las medidas draconianas que han impuesto a sus habitantes, situación agravada por la recesión en que se encuentran debido a la aplicación de los programas fondomonetaristas de “estabilización”. Si alguno cae, se desatará otro terremoto financiero mundial en el contexto de una crisis internacional irresuelta. El objetivo oficial es despejar cualquier duda sobre la capacidad de pago del Estado de sus débitos internos y externos. También para narcotizar a los inversionistas foráneos que especulan en la bolsa y el mercado de dinero. Cualquier suceso interno o externo sospechoso provocará la anarquía en los mercados bursátil, de dinero y de divisas, lo que disparará el precio del dólar y de los réditos, medida inevitable para contener la embestida contra el tipo de cambio y contrarrestar la fuga de capitales, sin importar que las secuelas sean internamente traumáticas y recesivas. Ni un dólar será empleado para la producción.
Luego porque las reservas del banco central son para el aparador. Son intocables, salvo para contener la especulación tal y como sucedió entre diciembre de 2008 y agosto, cuando sacrificó miles de millones de dólares con un propósito similar al señalado anteriormente.
El problema es que la política económica, centrada en la baja de la inflación, está atada a la estabilidad cambiaria y el flujo de capitales externos, particularmente de corto plazo. Una alteración de esa lógica arrasaría con todo y el gobierno calderonista, cuyo partido, de por sí, se verá obligado a despedirse de la Presidencia en 2012. Argentina prefirió aplicar un impuesto a la entrada de de los especuladores y les impuso lapsos mínimos de permanencia. Igual ha hecho Chile o Brasil, con resultados satisfactorios. México optó por no hacer nada, excepto garantizarles sus ganancias con el “blindaje” que aseguraría el programa económico.
Los altos réditos internos, los pagados por el Estado, comparados con los estadunidenses, explican el ingreso de capitales de corto plazo. La Bolsa no es muy atractiva. Entre enero y septiembre de 2010, la inversión foránea se contrajo 88 por ciento respecto de todo 2009 (de 4.2 MMD a 488 MMD). En cambio, el destinado al mercado de dinero aumentó 252 por ciento (de 3.4 MMD a 12.2 MMD). Entre 2009 y enero de 2011, la tenencia de bonos públicos en manos extranjeras se elevó 103 por ciento (de 313 MMDP a 636 MMDP). La nacional cayó 1 por ciento. En 2006, aquéllos controlaban el 7.6 por ciento del total, y a principios de enero de 2011, el 21.3 por ciento.
Esa entrada de capitales explica, asimismo, la revaluación media de la paridad.
Al 19 de enero, se ubicó en 120.7 pesos por dólar. En marzo de 2009, había sido de 14.74, lo que implica un atraso de 15.9 por ciento. La otra cara de la “fortaleza” del peso es su sobrevaluación real. Con el alza del dólar, ésta se redujo a 12 por ciento en diciembre de 2008; actualmente es de poco más de 20 por ciento. Un dólar bajo abarata las importaciones y ayuda reducir la inflación. No obstante, este año se inició con el aumento de los precios, en parte debido a las cotizaciones especulativas de los alimentos. Pero afecta a los productores locales, sobre todo los que destinan sus bienes al mercado interno, porque los somete a una competencia desleal, subsidiada con el dólar depreciado por los flujos y la política del banco central. Paradójicamente, se retiran los apoyos a los productores nacionales que podrían sustituir las importaciones que desequilibran el comercio exterior.
Para colmo, no se pueden abatir más los réditos porque así se requieren para atraer y retener los capitales.
La mayor inflación podría obligar al banco central a aumentarlos para inhibir la inflación, castigando el consumo y la inversión productiva. Un dólar más alto y la regulación de los flujos de capitales serían benéficos internamente porque restringirían los flujos y sus efectos desestabilizadores permitirían un manejo más flexible de los réditos, fomentarían el crecimiento y el empleo y generarían una mejor estabilidad macroeconómica. Pero limitarían la posibilidad de que la inflación se ubique en el nivel que quieren los calderonistas (3 por ciento anual). La tasa de interés objetivo y los cetes a 28 días se ubican en su mínimo (4.5 por ciento y 4.1 por ciento). Sin embargo, el crédito cayó en 2009-2010. ¿Por qué? Porque los usureros bancarios privados no recortaron el precio del dinero, el cual empezó a elevarse este año.
Como se observa, el “blindaje” y la “fortaleza” sólo servirán para mantener y reproducir la misma dinámica que sólo ha beneficiado a los inversionistas a costa de condenar a México al estancamiento y la pauperización. Esto hasta que estalle esa lógica o la sociedad. Lo único bueno es que garantizará la derrota electoral panista en 2012.
*Economista
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