La Paz, Bolivia. En todos estos años, ya van décadas, lo persiguieron para convertirlo en un narcotraficante desde el espectáculo de ciertos medios de comunicación, nacionales e internacionales. Ninguna prueba. Se frustraron: ni él ni el “narcoestado” que intentaron construir como imaginario colectivo.
Vanos fueron los intentos. Desde que fue dirigente de los productores de hoja de coca en el Chapare, en la década de los 80, a la fecha, buscaron y rebuscaron su pasado, su presente y lo dejaron intacto. Ni el embajador de Estados Unidos en Bolivia, Manuel Rocha, en 2005, pudo revertir la trayectoria invicta del dirigente que enrumbaba a la presidencia de Bolivia.
A partir de 2006, cuando Evo Morales asumió como presidente, se desató una nueva etapa en esa campaña de desprestigio. Junto a otros temas, el narcotráfico y el complejo mundo de las drogas, constituyeron ejes del discurso periodístico de “grandes medios” y “analistas” que intentaron volcar la opinión pública favorable a sus políticas de gobierno.
Medios con importante alcance, aunque no necesariamente influyentes en la vida cotidiana de las personas, “gatillaron” notas, artículos, reportajes y crónicas, como el caso de la Revista Veja, apuntando a la credibilidad del gobernante indígena para desgastarlo y contribuyendo, en momentos claves, a la desestabilización del gobierno abiertamente antiimperialista.
Veja se reconoce con una línea editorial de centro derecha. Su cercanía a grupos de poder le ha conferido varias primicias de corte político, pero también varios juicios por el tipo de periodismo de “investigación” convertido en especulación, manipulación y mentira.
El primer cuestionamiento a Evo Morales en la revista apareció en 2006, debido a la nacionalización de los hidrocarburos, que incluyó a Petrobras. Sendas portadas, reportajes y notas criticaron la medida y, a través de ella, la política de Lula, entonces presidente de Brasil. De ese tema específico pasaron a la crítica permanente al bloque progresista en América Latina.
El siguiente eje sobre el cual giró el discurso de la revista Veja fue el del “falso indio”, con lo cual el supuesto periodismo de investigación pasó a un periodismo interpretativo plagado más de adjetivos que de datos y argumentos. La descalificación al presidente, tomó un ritmo frecuente y en cualquier tema abordado.
2009, el jefe del narcotráfico
A partir de 2009, Veja comenzó a publicar textos sobre el presidente Morales y la política aplicada a la hoja de coca. Con el argumento de que el 80 por ciento de la droga consumida en Brasil provenía de Bolivia, sin ningún sustento de datos, la crítica pasó a la ampliación de áreas de producción de hoja de coca, anunciada por el gobierno boliviano.
Duda Teixeira y Reinaldo Acevedo, periodistas de la revista Veja, se turnan en escribir sobre Evo Morales con la misma orientación negativa y cada vez más tendente al narcotráfico. Teixeira (1975) es periodista de Sao Paulo y editor internacional de Veja, autor de varios reportajes y libros con clara identificación de derecha como “Che, la farsa de un mito”. Acevedo (1961) también periodista paulista fue periodista de Veja, jefe de prensa de varios medios como Folha de Sao Paulo, articulista con más de 100 mil visitas diarias y con medio millón de seguidores en twiter.
En 2011, Acevedo publica un artículo nombrando por primera vez al “narcogobierno”, cuyo objetivo de definirse como pluricultural buscaría encubrir no sólo el aumento de la producción de hoja de coca, sino la fabricación de cocaína y crack, y el tráfico libre a través de la frontera con Brasil. Estas aseveraciones sin ninguna comprobación, dato o documentación, en otras palabras, sin fuente alguna, fueron la antesala de un extenso reportaje.
Duda Teixeira lanzó en 2012 el reportaje de mayor repercusión en otros medios de comunicación internacionales. “La República de la cocaína” construye la imagen de un país en el que desde el presidente, ministros, modelos, amawtas, jefes de la policía y dirigentes cocaleros están vinculados con el narcotráfico. Pruebas ausentes, las afirmaciones se asientan en supuestos informes de inteligencia de la policía boliviana que no se muestran, pero se respaldan en declaraciones de Roger Pinto, prófugo de la justicia boliviana y asilado en Brasil.
En la línea del periodismo interpretativo, cada vez más alejado de la investigación, Veja vuelve a publicar sobre Evo Morales y la expulsión de USAID, en 2013. Ese mismo año, en otra publicación se nombra a Bolivia como “narcoestado”. El grado de especulación es sumamente elevado, así como la desinformación acerca de las políticas de gobierno. Esa construcción discursiva culmina con la inferencia de que Morales al ser un “falso indio”, usaría el poder para practicar el narcofascismo.
Esa matriz de opinión desinformativa siempre tuvo su correlato en el escenario mediático boliviano. Este 2017, la promulgación de la Ley General de la Coca actualizó discursos y mensajeros frente a la política nacional antidrogas. La nueva norma, junto a la Ley de Sustancias Controladas, reemplaza la conocida ley 1008, que aterrizó aún en inglés en tierra boliviana, en los años 80.
En medios impresos y digitales, los columnistas casi en su totalidad escribieron en contra de la nueva Ley. La línea temática en la que más incidieron fue en la hoja de coca como una mercancía destinada al negocio del narcotráfico y delitos conexos. Varios “analistas” que fueron parte de gobiernos anteriores olvidan adrede que no lograron ningún resultado positivo aplicando el dictamen norteamericano en materia de lucha antidrogas. Aún más, varios de sus colegas partidarios fueron acusados de estar vinculados al narcotráfico.
Las opiniones personales de cada columnista no sustentan sus afirmaciones, pero cuentan con amplios espacios en diarios y sitios web. Sin datos, ni documentos, ni pruebas, buscan estigmatizar a la hoja de coca, al presidente y al gobierno. No se atreven a denominar al “narcoestado”, porque el vacío del discurso no alcanza, pero sí posicionan la “narcoley”.
Ni los columnistas indígenas resisten al guión digitado desde afuera. Desconocen y reniegan del valor ceremonial, medicinal y religioso de la hoja de coca que aprendieron con sus ancestros. Los otros vienen de la herencia colonial.
Estos son los sentidos que una buena parte del mundo mediático construye en el imaginario colectivo. Se sigue, se reproduce, se instala la agenda ajena que criminaliza la coca. Es recomendable hoy, ante la velocidad de la comunicación digital, profundizar la lectura crítica de esos medios y sus columnistas “orgánicos”, los de la postverdad y ponerle atajos a la manipulación, la desinformación y el engaño histórico.
Claudia Espinoza I./PL
Contralínea 539 / del 15 al 21 de Mayo 2017
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