El reacomodo de las fuerzas de izquierda y progresistas en Brasil llevará un tiempo, y para ello las condiciones ambientales del sistema resultarán determinantes. Por un lado, toda la desestructuración del sistema político ocurrido desde el impeachment a Dilma Rousseff ha tenido consecuencias profundas, no sólo por el inmediato y abrupto reemplazo gubernamental de cargos promovido por Michel Temer, sino también por la reorientación de las políticas públicas, cuestión que terminó desarrollando otro tipo de gobierno, con un claro perfil neoliberal. Por otro lado, en el segundo tramo de este “nuevo contexto político”, que se inició con la campaña presidencial y que culminó con la victoria de Jair Bolsonaro, varios elementos terminaron de prefigurarse frontalmente contra las fuerzas de izquierda y progresistas. No es un detalle menor ni secundario el alto grado de violencia microsocial y simbólica –quizás como síntesis y ejemplo pueda colocarse la persecución político-judicial a Lula, reconocida incluso por dependencias de Naciones Unidas– cuya presión continúa afectando el reacomodamiento de las fuerzas progresistas de la sociedad.
En ese sentido, respecto de los márgenes de actuación para este espacio ideológico, se sufrieron tres tipos de derrotas: (i) una institucional y gubernamental, con el desplazamiento irregular a partir del impeachment a Dilma; (ii) una electoral, tanto en las municipales del 2016 como en la presidencial y las parlamentarias del 2018, definidas bajo un dinámica alterada por varias irregularidades –como lo mencionaron algunos observadores internacionales, incluso de organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA)–; y (iii) una derrota política, habida cuenta de la “agenda política” que terminó instalándose con el triunfo de Jair Bolsonaro. Las tres derrotas, combinadas entre sí, tienen un efecto determinante no sólo para que las fuerzas progresistas puedan volver a “ocupar” un espacio importante en la competencia política; también afecta las mecánicas de recambio y promoción de nuevos liderazgos, lo que asimismo tiene consecuencias sobre los (nuevos) temas y perspectivas políticas que puedan aparecer.
Tal como sucede en otros casos latinoamericanos, donde hay emergencia de (nuevos) progresismos también deben identificarse (nuevos) temas impulsados por estas fuerzas. En el caso brasileño, el impacto de las tres derrotas mencionadas ha dejado un margen más estrecho para nuevas fronteras ideológicas, nuevos temas, nuevos discursos, nuevos actores y perspectivas que resignifiquen y reactiven nuevas convocatorias. Al respecto, si bien es una dimensión que también tiene que ver con las circunstancias políticas de cada escenario nacional, todavía no hay un “desprendimiento” de los encuadres ideológico-políticos de la fase anterior (a las derrotas) y la que se impulsó durante las mismas.
Así, el panorama de las fuerzas progresistas brasileñas pareciera organizarse a partir de tres frentes. En primer lugar, de aquello que pueda ser impulsado desde el Partido dos Trabalhadores (PT), con el acumulado dirigencial y propositivo que sigue reteniendo en tanto principal partido político brasileño, con su gran bancada en el Parlamento, administraciones estuaduales y municipales que gestionar, entre otros espacios institucionales. Si bien el PT ha sido el blanco casi único de la persecución política a la izquierda y objeto permanente de los ejercicios de estigmatización y desprestigio de los aparatos ideológicos del Estado, su principal figura –Lula– continúa siendo una voz central, reorganizadora del resto de los liderazgos y de las ideas del espacio. En ese punto, la posibilidad reciente para Lula de poder ser entrevistado desde la cárcel también le ha permitido exponer un determinado y renovado discurso, más focalizado en destacar la importancia de defender el “interés nacional” y con una mayor claridad respecto de quiénes serían los potenciales aliados al momento de componer una nueva opción progresista para el país. Está claro que la situación en la que se encuentra, de tener que intercalar su propia denuncia como objeto de condenas fraudulentas e interesadas (que se vuelven aún más nítidas con las últimas revelaciones de The Intercept) con una programática política para los tiempos futuros puede hacer detener, en parte, la constitución de una posición progresista nueva. De allí que tal tarea quede más en manos del último candidato presidencial, Fernando Haddad, o de otros dirigentes “petistas” como Gleisi Hoffmann, Lindbergh Farías y Paulo Pimenta, tal vez algún gobernador, como Camilo Santana, o dirigentes partidarios de extracción sindical.
Una nueva “frontera ideológica” progresista también puede llegar a surgir de lo que resulten los actuales diálogos parlamentarios, en los que participa el propio PT, junto con el Partido Democrático Trabalhista (PDT), el Partido Comunista do Brasil (Pcdob), el Partido del Socialismo y la Libertad (Psol) y el Partido Socialista Brasileño (PSB). Si bien las rispideces de la última campaña y las posiciones de Ciro Gomes (PDT), de Manuela Dávila y Flavio Dino (Pcdob) o Guilherme Boulos (PSOL) no tenían siempre puntos en común, la propia dinámica del Gobierno Bolsonaro ha empujado a mayores acuerdos (sobre todo defensivos) que podrían organizarse sobre una agenda progresista definida. Esta nueva agenda progresista, que podría comenzar a tomar forma saliendo de la inercia defensiva, no deberá orbitar tanto en función de las experiencias de los gobiernos del PT –y tampoco de los otros gobiernos latinoamericanos de aquel ciclo político– sino en virtud de una mayor flexibilidad ideológica y sobre un temario más concreto de políticas públicas. Aquí, el papel de Ciro Gomes –o de Tabata Amaral, del mismo partido PDT– puede llegar a ser determinante para el perfil y la densidad que asuma el frente político.
Finalmente, también habría posibilidad para que surja un progresismo de la interacción –cada vez más significativa– entre protesta social y el espacio público. El nuevo ciclo de movilizaciones que, si bien tiene sus antecedentes durante los años previos, comienza a configurar el “clima político” del gobierno Bolsonaro, puede arrojar una nueva serie de cuestiones social y políticamente constructoras de los discursos políticos. Aquí, la figuración de ciertos periodistas críticos –de la continuidad Temer/Bolsonaro–, youtubers, liderazgos universitarios, intelectuales, entre otros grupos, pueden imprimirle al progresismo un perfil más participacionista y multicolor, expresión de cierto cansancio en las fórmulas estrictamente partidarias.
Amílcar Salas Oroño*/Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)
*Doctor en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires y maestro en ciencia política por la Universidad de São Paulo
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