Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
En la vieja Europa se dispara una alarma. Ha llegado el ébola. En Madrid, una enfermera que cuidó a un sacerdote enfermo de esa fiebre hemorrágica letal ha contraído la enfermedad. El ébola ha saltado de la empobrecida África a la desarrollada Europa.
En 1976 se identificó el virus del ébola como causante de una enfermedad especialmente peligrosa, pero 38 años después, ésta sigue ignorada por los países desarrollados y no se sabe de nadie que investigue en serio para curarla o prevenirla. Mientras, aumentan los infectados y los muertos. Pero curar esa dolencia, ni las otras citadas, no es negocio, por eso no se investiga.
Las empresas farmacéuticas no tienen interés alguno en hallar medicamentos y vacunas contra las letales enfermedades que azotan a los países pobres. Y, por su parte, las poderosas farmacéuticas gastan en publicidad y mercadotecnia el doble de lo que invierten en investigación y desarrollo.
Que el espíritu y voluntad del muy capitalista sector farmacéutico es conseguir cuantos más beneficios, mejor y nada más, lo ratifica el consejero delegado del gigante de los medicamentos, Bayer, Marijn Dekkers: “Bayer desarrolla medicamentos para los pacientes occidentales que pueden permitírselo”. Más claro, el agua cristalina.
La negligencia y abandono de investigaciones contra enfermedades de los pobres tiene que ver directamente con la búsqueda de beneficios. Los pobres no pueden pagar las medicinas que les curarían y, por tanto, no hay negocio.
La mortandad por enfermedades que castigan sobre todo a países empobrecidos tiene mucho que ver también con los ‘ajustes estructurales’, a los que obliga el Fondo Monetario Internacional si los Estados africanos, por ejemplo, quieren obtener créditos del Banco Mundial. Esos ‘ajustes’ son especialmente privatizaciones de lo público y rebajas del gasto social, especialmente en sanidad. Mientras la Organización Mundial de la Salud indica que el gasto público mínimo en sanidad pública ha de ser un 15 por ciento de los presupuestos generales, en África la media es un 5 por ciento.
Otra actuación capitalista es crear enfermedades que sólo existen en la codiciosa voluntad del sector farmacéutico. Las farmacéuticas presentan como enfermedades procesos naturales de la vida humana como menopausia, timidez, tristeza por hechos o pérdidas dolorosas o pérdida de potencia sexual a partir de cierta edad. ‘Enfermedades’ que han de medicarse, claro, y no con fármacos baratos. Para lograr ese engaño universal cuentan con la persuasión o soborno de algunos médicos, y sobre todo con enormes inversiones en mercadotecnia y publicidad para enredar al público, haciéndole creer que problemas vitales normales son patologías que se curan con píldoras.
El siquiatra estadunidense Allen Frances ha declarado como práctica funesta también la creciente medicalización de la vida en siquiatría. Por su parte, el Premio Nóbel de Química 2009, Thomas Steitz, ha denunciado que “grandes farmacéuticas han cancelado sus investigaciones de antibióticos porque curan a la gente y esas empresas no quieren curar a la gente sino vender fármacos que haya que tomar toda la vida”. Es otro gran fraude de uno de los sectores más potentes del sistema, el farmacéutico, que muestra claramente su innegable amoralidad.
Que el sector farmacéutico es capitalismo puro lo indica que, en la lista de las 500 mayores empresas del mundo, los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superan los de las otras 490 empresas de esa relación. El remate de la calaña del capitalismo a partir de ese potente sector lo expresa la monja y médico internista catalana Teresa Forcades, quien, en su obra Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas, afirma que “en 2000 y 2003, la casi totalidad de grandes compañías farmacéuticas pasaron por los tribunales de Estados Unidos acusadas de prácticas fraudulentas. Ocho de dichas empresas fueron condenadas a pagar más de 2.2 billones de dólares de multa. En cuatro casos, las farmacéuticas implicadas (TAP Pharmaceuticals, Abbott, AstraZeneca y Bayer) reconocieron su responsabilidad en actuaciones criminales que pusieron en peligro la salud y vida de miles de personas”.
Por tanto, es completamente correcto del todo asegurar que el capitalismo perjudica seriamente la salud.
Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Periodista y escritor
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