En 2023, año del Centenario de Francisco Villa, recordamos la lucha de quien no sólo levantó el mayor y más importante Ejército revolucionario en toda América Latina de la primera mitad del siglo XX, sino que fue claro en cuanto a la dirección que debería llevar la Revolución en la defensa de México y de los intereses populares.
Villa fue clave en la derrota del dictador Porfirio Díaz. Su triunfo en la batalla del 10 de mayo de 1911 en Ciudad Juárez fue decisiva en el triunfo revolucionario. En el sur, Zapata tomaba Cuernavaca. Jaque Mate.
Comprendiendo Porfirio Díaz que su gobierno dictatorial se desmoronaba, hace una maniobra para abandonar el poder, pero manteniendo el régimen porfirista, y deja en la presidencia a Francisco León de la Barra para así salvaguardar los intereses de la oligarquía. El 17 de mayo trasciende que está dispuesto a renunciar, pero dejando porfiristas en el gobierno. Esa noche se efectúa un banquete en Ciudad Juárez para festejar la renuncia. Narra Villa que durante el convivio Madero le preguntó:
—¿Qué te parece, Pancho? Ya se acabó la guerra. ¿No te da gusto?
“Yo me negué a pronunciar palabra –rememora Villa–; pero Gustavo Madero, su hermano, que estaba cerca de mí, me indicó en voz baja: ‘Ándele, diga algo’.
Por fin decidí levantarme y recuerdo perfectamente que me dirigí al señor Madero ni más ni menos.”
—Usted, señor, ya echó a perder la Revolución.
— A ver, Pancho, ¿por qué?
—Sencillamente porque a usted le han hecho tonto toda esta bola de curros; y tanto a usted como a todos, nos van a cortar el pescuezo.
—Bueno, Pancho, dime en tu concepto. ¿Qué sería lo más prudente hacer?
—Que me dé autorización para colgar a toda esta bola de políticos y que siga la Revolución adelante.
“¡La cara que pusieron todos los curros..!, al grado que, azorado, el jefe de la Revolución me contestó: ‘¡Qué bárbaro eres, Pancho! ¡Siéntate, siéntate!’
“En esos momentos –dice Villa– dirigí mi vista a Gustavo Madero que me hacía con sus puños cerrados un ademán de justificación a mi dicho.” (Katz, 1998: 113).
Así, Pancho Villa advertía los peligros que se venían encima si Madero conciliaba con los enemigos de la Revolución, y no le faltaba razón.
El 9 de febrero de 1913, bajo el mando directo del embajador de Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson –instigado por las compañías petroleras a las que Madero les había decretado un impuesto de 3 centavos por barril de petróleo–, comienza la sublevación de Victoriano Huerta y Félix Díaz –sobrino de Porfirio Díaz– para derrocar el gobierno legítimo y democráticamente electo de Francisco I Madero. Posteriormente, Wilson ordena los asesinatos del presidente y vicepresidente de México.
Entonces Villa y Zapata fueron los principales impulsores del derrocamiento del “Chacal” Victoriano Huerta que había usurpado el poder con ayuda de Wilson.
Luego Villa, siendo gobernador de Chihuahua, en un mes construyó 50 escuelas. …Pancho, el que nunca pudo ir a ninguna. Expropió las grandes haciendas en Chihuahua y en sus Manifiestos del Naco y de San Andrés, en noviembre de 1915 y octubre de 1916, propuso fuertes medidas antiimperialistas y el desarrollo independiente de México. En el manifiesto de San Andrés, Chihuahua, declara: “Nuestra querida patria está en peligro, todos deberíamos unirnos para rechazar la invasión de nuestros eternos enemigos, los bárbaros del norte”. En el manifiesto exigía la confiscación de los bienes de las compañías extranjeras, ya que “los norteamericanos son responsables en gran medida de las calamidades de nuestra nación […] por lo tanto han perdido el derecho a poseer bienes inmuebles. ¡México para los mexicanos!” Y exigía la nacionalización de las minas y vías ferroviarias, además de cerrar la frontera para promover la manufactura nacional. También propone la abolición de la deuda pública. Todo un programa antiimperialista.
En diciembre de 1915, Villa le propuso a los carrancistas de Camargo que él renunciaría al mando de sus tropas a cambio de una alianza contra los yanquis que son el enemigo natural, los verdaderos enemigos de México (Taibo, 2006: 588).
Estaban recientes en la mente de Villa, los recuerdos de la invasión de 1906 por parte de 275 soldados estadunidenses, rangers les llamaban, que mandaron de Arizona en defensa del estadunidense William Cornell Greene, patrón de la mina de cobre de Cananea, Sonora. Los soldados yanquis masacraron a decenas de trabajadores huelguistas y a familiares de los mineros.
En 1914, tropas estadunidenses bombardearon y desembarcaron en el Puerto de Veracruz, ocupando durante un año esa ciudad.
Así pretenden evitar el triunfo de Emiliano Zapata y Francisco Villa en el movimiento revolucionario que protagonizaba el pueblo de México. El 10 de mayo, el teniente José Azueta había sido herido luchando contra los invasores. El almirante estadunidense, Frank Friday Fletcher, le envió un médico, Azueta lo rechazó diciendo: “¡De los invasores… ni la vida!”. Murió a los 19 años de edad.
Tras el ataque de Villa a Columbus, el 10 de abril de 1916, un contingente del ejército estadunidense, comandado por el general Pershing, invade México con 5 mil hombres, entre los que se encontraban dos tenientes que luego pasaron a la historia: Eisenhower y Patton, en persecución del revolucionario Francisco Villa. Irrumpen en Hidalgo del Parral, Chihuahua, y atacan a la población, dejando 50 víctimas entre muertos y heridos. Se retiran derrotados el año siguiente. A los soldados yanquis que capturaba Villa, les cortaba las orejas y nunca podían dar con él por el apoyo popular organizado en redes de informantes.
Estados Unidos deseaba liquidar a Villa. Al finalizar la Revolución, el 14 de septiembre de 1922, preparando el Tratado de Bucareli, exigen a Obregón su asesinato, además del sometimiento económico de México. Entonces se firma el convenio Lamont-De la Huerta, que renegocia la deuda externa, aceptando una cifra muy por encima de la real, comprometiéndose a indemnizar a todos los estadunidenses afectados por daños en la Revolución. La deuda heredada de la dictadura de Porfirio Díaz era de 442 millones de pesos. Álvaro Obregón reconoció esa deuda y las de León de la Barra y de Madero por 40 millones de pesos, más 16 millones de libras esterlinas que recibió de Europa por el usurpador Victoriano Huerta. Obregón acepta la estratosférica suma de 1 mil 450 millones de pesos.
El 20 de julio de 1923 muere asesinado el gran Francisco Villa, a los 45 años de edad, por órdenes de Obregón y Calles que habían negociado con Estados Unidos a cambio del reconocimiento diplomático del Imperio del Norte. Le dispararon 150 balas. Le tocaron 13. La venganza estaba cumplida.
En el Tratado de Bucareli, firmado el 13 de agosto de 1923, Obregón cedió ante las demandas de las compañías petroleras, con las que concilió siempre durante su gobierno, acordando no aplicar la Constitución retroactivamente para afectar sus intereses; reconoció una deuda descomunal de 1 mil 400 millones de dólares, y dio todas las facilidades para que las corporaciones estadunidenses volviesen a operar en México, incluso hay fuentes que aseguran que Obregón se comprometió a no producir maquinaria especializada (motores, aviones), ni a desarrollar la industria aeronáutica y de motores, maquinaria de precisión, la investigación y el avance tecnológico. De hecho, estas ramas de la industria y tecnología no se desarrollaron por productores mexicanos a partir de la década de 1920.
El 13 de agosto de 1923 fue firmado el Tratado de Bucareli entre Estados Unidos y México. Comprometiéndose a no aplicar retroactivamente el Artículo 27 de la Constitución dejando sin tocar las propiedades petroleras; a indemnizar las propiedades agrícolas expropiadas a estadunidenses; a no desarrollar industria petrolera, bélica, marítima y aérea en los próximos 75 años. Recordemos que el 8 de enero de 1910 se había iniciado el desarrollo de la aviación mexicana con el vuelo de un kilómetro y medio a 25 metros de altura efectuado por Alberto Braniff en los llanos de Balbuena. Así se le negó a México su desarrollo industrial.
Como vemos, la vida y la muerte de Francisco Villa está íntimamente ligada a la lucha por la soberanía popular y nacional y al enfrentamiento con el Imperio estadunidense.
Era 1923 y se acercaba el relevo presidencial, en el que se enfrentaron Adolfo de la Huerta –quien a la postre se levantaría en armas– y Plutarco Elías Calles. Francisco Villa apoyaba abiertamente a de la Huerta contra Calles, que era el candidato de Obregón.
Francisco Villa es asesinado en Parral. El carro que conducía es emboscado en una esquina y recibió 150 impactos. Él fue impactado por 13 de los proyectiles, tres de las heridas fueron de muerte. En ese viaje no llevaba su escolta de 50 hombres, porque su secretario Trillo –quien también murió– se opuso, pues deseaba ahorrar gastos.
Juana María Villa, que vivía con su papá en Canutillo, refiere que el día que salió rumbo a Parral donde iba a morir asesinado, ella y sus hermanos Micaela, Agustín, Octavio y Celia, “sintieron algo”, “lo agarraron de las piernas” y “lloraron”.
Recuerda que él dijo: “Bueno si no nos volvemos a ver en esta vida nos veremos en la otra”. Fue la última vez que lo vieron (Pierri, 2006: 87). También cuenta la leyenda que a los maestros de la escuela se les acercó para decirles: “Parral me gusta hasta para morir”.
El que dirigió la operación asesina fue Jesús Salas Barraza, en coordinación con el general Joaquín Amaro. Los autores intelectuales fueron Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, correspondiendo a la demanda del gobierno de Estados Unidos que había puesto la eliminación de Villa como una de las condiciones para reconocer el gobierno de Obregón.
El agente estadunidense del Buró de Investigación, Manuel Sorola, informó que cuando se le notificó a Calles del asesinato, su comentario fue: “Se ha cumplido la segunda condición básica impuesta por Estados Unidos para el reconocimiento” (Katz, 1998: 382). A los 2 meses del asesinato se firmaron los Tratados de Bucareli y, después de ceder a las exigencias del vecino del norte, obtuvo el reconocimiento oficial del gobierno de Washington.
Para reconocer al gobierno de Obregón, Washington reclamaba que no se aplicase retroactivamente el Artículo 27 de la Constitución a las compañías petroleras. Desde agosto de 1921, el gobierno había cedido frente a Estados Unidos, al ordenar a la Suprema Corte que le diera un amparo a la Texas Company de México contra el gobierno mexicano (Enríquez Coyro, 1984: 590).
Cuando el 23 de noviembre de 1923, al mando Adolfo de la Huerta, se levantó en armas contra Obregón un sector importante del Ejército que alcanzaba 40 por ciento de sus efectivos (Meyer, 1998: 116), Washington apoyó decididamente a Álvaro Obregón.
Francisco Villa culminó su vida política y revolucionaria con una visión clara de los peligros que acechaban a México. Después de la experiencia de años de lucha afirmó con respecto de las relaciones del gobierno imperial de Estados Unidos y México: “Llegará un día en que el enfrentamiento con los gringos será inevitable” (Taibo, 1998: 791). A 100 años del inicio de la Revolución mexicana, el Centauro del Norte sigue dándonos lecciones, su lucha es parte de la experiencia que el pueblo de México atesora, y lo impulsa en las contiendas actuales contra la oligarquía que, hoy como antes, está al servicio de los intereses de Washington, sometiéndonos a todas sus exigencias.
Francisco Villa nació en un medio en el que no existía el imperio de la ley sino el imperio de la fuerza, tal como acontece hoy día. Preocupado y vinculado con el pueblo, desarrolló una fuerza colosal, logró unirlo en pos de sus intereses y objetivos y, sin vacilación, dio golpes contundentes a los enemigos del pueblo, eso nunca se lo van a perdonar las fuerzas antipopulares que lo vituperan y banalizan.
A través de su lucha, y luego de vacilaciones iniciales, conoció la naturaleza del Imperio del Norte y levantó un programa e impulsó una lucha antiimperialista. Las circunstancias en las que se desenvolvió y la situación que le tocó vivir personalmente “a salto de mata”, y la que se vivía en Chihuahua y en México, le impidieron tener una formación sólida y lo llevaron a actuar por instinto, empíricamente. No contó con la teoría revolucionaria y la organización política necesaria para que el movimiento revolucionario llevara la iniciativa política y triunfara un gobierno netamente popular. Sin embargo, a pesar de todo, su experiencia es invaluable, su ejemplo inspirador y su programa antioligárquico y antiimperialista ha de ser retomado en las nuevas luchas del siglo XXI, en las que seguiremos escuchando: “¡Viva Villa, cabrones!”, y en las que la figura del Centauro del Norte estará siempre presente, dando nuevas batallas junto a su pueblo.
Bibliografía:
– Enríquez Coyro, Ernesto (1984). Los Estados Unidos de América ante nuestro problema agrario. México. UNAM.
– Katz, Friedrich (1998). Pancho Villa. México. Ediciones Era.
– Meyer, Lorenzo (1977). “El primer tramo del camino”, Historia General de México. Colegio de México, t. IV.
– Taibo Mahojo, Francisco Ignacio (2006). Pancho Villa: una biografía narrativa. México. Planeta.
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