Francisco I Madero supo encabezar el movimiento ciudadano que desembocó en la renuncia de Porfirio Díaz (1830-1915), quien se había mantenido tres décadas en el poder mediante sucesivas reelecciones.
Aunada a la derrota del ejército porfirista en el norte del país, y al crecimiento de los movimientos populares en diferentes regiones, la resistencia social en la ciudad de México jugó un papel decisivo en la caída de Díaz, el 25 de mayo de 1911.
Igual que hoy, el pueblo resentía los abusos de un gobierno que, apoyado en la fuerza de las armas, lo explotaba en beneficio de los grandes intereses económicos.
El 15 de septiembre de 1910, desde el balcón central de Palacio Nacional, el dictador presidiría los festejos del primer centenario de la Independencia.
Al día siguiente, sus partidarios lo ovacionaron y le lanzaron una lluvia de flores durante el desfile militar, que se llevó a cabo luego de la inauguración del Ángel de la Independencia.
El cuerpo diplomático lo elogiaba y le hacía regalos, como el uniforme de Morelos, que le envió desde España el rey Alfonso XIII, por conducto del embajador de ese país, presente que Díaz recibió con lágrimas en los ojos (Taracena, La verdadera revolución mexicana 1901-1911, Porrúa, México, 1991, página 262).
En ese clima de festejos y alabanzas, muchos pensaban que al amparo del ejército, de intereses económicos y de las grandes potencias, el gobierno de Díaz no tenía nada que temer ante la inconformidad social.
Se vivía, entonces, una situación similar a la que prevalece en el país 100 años después: un gobierno impopular, militarista y conservador, que además pretende perpetuarse en el poder.
Refutando las expectativas gobiernistas, la revolución creció y triunfó, de tal suerte que el 21 de mayo de 1911, a las diez y media de la noche, en la aduana de Ciudad Juárez, se firmó la paz entre las fuerzas maderistas y el ejército porfirista, quedando como primera condición la renuncia de Díaz a la Presidencia de la República “antes de que termine el mes en curso”.
El día 24 por la tarde se abrió la sesión de la Cámara de Diputados, donde los legisladores partidarios de la dictadura trataron de ignorar ese asunto, al grado de que un joven soldado maderista, Adolfo León Osorio, tuvo que intervenir, exhortando al pueblo a salir a la calle para exigir en ese mismo momento la renuncia de Díaz.
Se organizó una gran manifestación para dirigirse a la casa de Díaz en la calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza); la gente gritaba vivas a Madero y agitaba banderas tricolores.
El gobierno respondió lanzando contra ella a las tropas y a la policía montada. Dos señoras y varios manifestantes son arrollados por la gendarmería en la calle de Donceles.
También, en el primer cuadro de la ciudad, la multitud enardecida trató de quemar las instalaciones del periódico El Imparcial –que, como hace hoy en día Televisa, apoyaba incondicionalmente al poder conservador–, mientras “los gendarmes montados dan una carga contra el pueblo, blandiendo sus sables y matando e hiriendo sin piedad…” (Taracena, página 349).
A las nueve de la noche se suscita otro encuentro con la policía, que mata a tiros a un individuo llamado Casimiro Alcalá, y deja heridos a otros.
Los soldados instalan ametralladoras en el templo anexo al Colegio de Niñas y, en las afueras de la casa de Díaz, el batallón de zapadores está listo para usar sus bayonetas contra los manifestantes.
“En el atrio de la Catedral también hay una considerable fuerza que fusila a cuantos transitan por la Plaza de la Constitución” (página 350).
Nótese que hoy en día, en el centenario de la Revolución, ese atrio está controlado por policías federales al servicio de Norberto Rivera, prestos a reprimir a sus críticos.
Esa noche, don Porfirio luce desolado. “En un principio, al acercarse las turbas, creyó que iban a aclamarlo, pero su esposa doña Carmelita lo saca del error. La insurrección del pueblo lo convence de que éste ya no lo quiere y siente llegar el final y que nada tiene que hacer en la Presidencia de la República” (página 350).
Al amanecer del día 25 continúan las manifestaciones populares, que aceleran los trámites de la renuncia presidencial, recibida con júbilo en la ciudad.
Antes de partir hacia Veracruz, escoltado por Victoriano Huerta, Díaz se confiesa de sus muchos pecados con el cura Gerardo María Herrera.
Hace un siglo, el pueblo de México, y en particular el de la capital, tuvo el valor de manifestarse contra el poder de aquella época, en defensa de la libertad y de la justicia social.
Hoy en día, la voz popular que exige el fin del gobierno reaccionario y opresor, se manifiesta lo mismo en las calles que en medios alternativos como internet, exigiendo, con plena justicia la renuncia de Calderón y el fin de su gobierno espurio, que representa a la derecha católica y a los grandes intereses económicos.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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