Martín Luis Guzmán (1887-1976) creó una importante obra literaria y política. Escritor, periodista, militar, funcionario y político, realizó algunas de las principales novelas y crónicas de la Revolución Mexicana, y en las décadas posteriores defendió el Estado laico de los embates del clero, que anticipaban la dramática realidad que hoy vive México.
Nacido en Chihuahua, el 6 de octubre de 1887, sus padres fueron el coronel yucateco Martín Luis Guzmán Rendón y Carmen Franco Terrazas; el primero fue subdirector del Colegio Militar, combatió contra los maderistas en 1910 y murió en diciembre de ese año en la batalla de Malpaso.
A los 14 años, en el puerto de Veracruz, el futuro escritor fundó el periódico quincenal Juventud, y en 1913, en la ciudad de México, donde estudió derecho, la publicación El Honor Nacional, que criticaba a Victoriano Huerta. En noviembre del mismo año, en Culiacán, se unió a las fuerzas del general Ramón F Iturbe, de quien dejó una opinión favorable en su obra El águila y la serpiente; por el contrario, en algunos aspectos criticó a personajes como Carranza y Obregón.
Posteriormente, militó en las fuerzas de Francisco Villa, de quien se expresó así: “Formidable impulso primitivo, capaz de los extremos peores, aunque justiciero y grande…” (El águila y la serpiente, Compañía General de Ediciones, México, 1957, p. 249). Su relato Pancho Villa en la Cruz se considera uno de los 10 mejores cuentos mexicanos del siglo XX.
Por pertenecer a la oposición anticarrancista, fue encarcelado en Lecumberri, y liberado por las fuerzas convencionistas.
Fue director de la Biblioteca Nacional y en 1915 tuvo que exiliarse a Estados Unidos, donde escribió su obra La querella de México.
Regresó al país y fue funcionario y legislador, pero en 1925 se exilió a España, donde vivió hasta 1936. Allá publicó algunas de sus obras principales: El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929). Se nacionalizó español para participar en política y defender la república (Excélsior, 6 de octubre de 1987). Fue enemigo de la dictadura católica de Francisco Franco.
A su regreso al país, publicó sus memorias de Pancho Villa, y en 1942 fundó la revista Tiempo, que dirigió hasta su muerte.
En 1958 fue galardonado por su libro Muertes históricas, acerca de las muertes de Porfirio Díaz y de Carranza; también es famoso su libro Febrero de 1913, excelente crónica de la Decena Trágica.
A partir de 1959, presidió la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos. De 1964 a 1970, se imprimieron 291 millones de ejemplares para uso de las escuelas primarias.
Murió de un infarto al miocardio el 22 de diciembre de 1976 (El Nacional, 24 de diciembre de 1976). Fue velado en Bellas Artes. Le rindieron homenaje póstumo el entonces presidente José López Portillo; el secretario de Educación, Porfirio Muñoz Ledo, y el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Guillermo Soberón, entre otros. Agustín Yáñez pronunció la oración fúnebre.
Su familia declinó la invitación presidencial para que fuera enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, pues él había manifestado su deseo de ser sepultado en la cripta familiar del Panteón Español.
“Semana de idolatría” y otros desmanes del clero
Desde la década de 1940, cuando percibió la fuerza que cobraban la jerarquía política y los grupos conservadores, amenazando las conquistas de la Reforma y de la Revolución, emprendió una tenaz defensa de los principios liberales mediante conferencias y escritos, algunos recopilados en Necesidad de cumplir las Leyes de Reforma (Empresas Editoriales, México, 1963).
Frente a las maniobras clericales, Martín Luis Guzmán reafirmaba: “Con cuanta energía sea necesario, la fe de nuestros mayores. La fe del cura Hidalgo. La fe del cura Morelos y Pavón. La fe de Juárez…”, para así “conservar y superar la tradición liberal de México” (p. 96).
Valiente y acertadamente, en su texto “Semana de idolatría”, publicado en Tiempo el 16 de octubre de 1945, Guzmán criticaba la manipulación clerical del fanatismo, dado que días antes el clero había tratado de convertir en un acto político el aniversario de la coronación de la Virgen de Guadalupe.
Las fuerzas conservadoras procedían así bajo la premisa –falsa, según Martín Luis Guzmán– de que en Ávila Camacho tenían un gran aliado y protector. El autor de El águila y la serpiente hacía afirmaciones que hoy tienen plena vigencia: el catolicismo no debe convertirse en instrumento de predominio político y social; no puede contribuir a la unidad de la nación porque “niega la libertad de pensamiento, niega el libre examen y exige del hombre actitudes espirituales tan humillantes como la de consentir y tener fe en dogmas absurdos y la de aceptar prácticas destructoras de la personalidad humana, como la confesión auricular y la intromisión del sacerdote, supuesto representante de dios, en la vida íntima de la familia” (p. 57).
Llamando a las cosas por su nombre y en calidad de director de la mencionada publicación, puntualizaba: “Tiempo no cree en supercherías como la supuesta aparición de la Virgen de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac…” (p. 57).
En realidad, el poder espiritual del clero se basa en supersticiones que mucha gente, incluso ilustrada, dice respetar por temor a las fuerzas conservadoras. No fue el caso de Martín Luis Guzmán, quien a raíz de la publicación de su artículo fue objeto de amenazas y agresiones por parte de las huestes clericales. Como él mismo relató: recibió “retos tan jactanciosos como anónimos”, lo mismo por carta que por teléfono, y una pandilla de fanáticos apedreó su casa “al anochecer del segundo día siguiente a la publicación de mi artículo” (p. 61).
Además, los periódicos Excélsior, El Universal, Novedades y La Prensa, con el afán de arropar a la jerarquía católica, se habían negado a publicar un desplegado donde, con su firma, el escritor defendía los principios liberales y criticaba la política reaccionaria.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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