Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega…
George Orwell
En la entrega anterior señalé que el nuevo conflicto que vive la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), a partir del intento de defenestrar al rector, doctor Galdino Morán López, tiene que ver con el grupo de poder que controla el Consejo Universitario. Afirmé que dicho grupo ha inventado una narrativa absolutamente falsa según la cual la administración pasada, encabezada por el doctor Hugo Aboites (2014-2018) habría cometido una estafa millonaria en daño de la universidad. Al terminar su mandato en mayo de 2018, Aboites habría impuesto a Morán mediante un fraude electoral, fraguado con la complicidad de los consejeros estudiantes de la Quinta Legislatura (2017-2019). En esta segunda entrega, antes de desmontar dichas acusaciones, me propongo hacer un poco de historia.
Los lectores recordarán, sin duda, la larga huelga estudiantil de 2012 que desembocó en la destitución de la entonces rectora, doctora Esther Orozco (2010-2013). Participé de manera decidida en dicho movimiento e, incluso, escribí un libro para explicar sus motivos: Pienso luego estorbo, que fue editado por la editorial Juan Pablos Editores y cuenta con dos ediciones. No es éste el momento de volver sobre aquellos años turbulentos, pero vale la pena preguntarse por qué la UACM está sujeta a tantos conflictos. Hay, desde mi punto de vista, tres razones.
La primera tiene que ver con lo que algunos nombran “capitalismo académico”, es decir, la invasión de criterios mercantiles en el ámbito de la educación en general y de la educación superior en particular, fenómeno estudiado, entre muchos otros, por Pablo González Casanova aquí en México y Pierre Bourdieu en Francia. Una universidad comparativamente nueva (se fundó en 2001) que en lugar de la competencia y la venta de servicios educativos privilegia la inclusión de sectores sociales tradicionalmente excluidos, elimina el examen de admisión y sitúa en el centro de su quehacer la cooperación y la ayuda mutua, está sujeta a toda clase de estigmas, calumnias y, por supuesto, conflictos.
La segunda razón es más circunstancial: los repetidos intentos del gobierno de la Ciudad de violar la autonomía universitaria e interferir en nuestros asuntos internos. En 2012 fue el Partido de la Revolución Democrática (PRD) con el entonces jefe de gobierno Marcelo Ebrard; ahora es el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) con Claudia Sheinbaum. En aquel tiempo, de lo que se trataba era de trasformar a nuestra universidad en un complemento de la recién creada Escuela de Administración Pública del Distrito Federal (que a su vez era una copia de la École Nationale d’Administration, think tank francés que produce presidentes de la república al por mayor). Confieso que no me queda claro el propósito del gobierno actual: ¿quitarnos la autonomía para hacerse cargo directamente del gobierno universitario? ¿Convertir a la UACM en una sucursal de la Rosario Castellanos?
Lo que sí sé es que el mismo grupo que pretende defenestrar a Morán celebra reuniones periódicas con funcionarios del Gobierno de la Ciudad y con la propia Sheinbaum, ya que hay testigos al respecto y, por lo menos, una foto que las documentan. La tercera razón tiene que ver con la historia de un grupo de profesoras y profesores –omitiré sus nombres, pero en la UACM todo el mundo sabe quiénes son– que participaron en las luchas de 2010-2013 contra la doctora Orozco, no tanto para defender la educación pública, sino, primero, para controlar el movimiento y, luego, encauzarlo hacia sus propios fines.
Conocidos como “los moderados”, algunos de dichos profesores habían desempeñado un papel que muchos consideran nefasto en el Consejo General de Huelga (CGH, 1999-2000) de la UNAM, en el cual participaron en calidad de estudiantes. En 2012, ya como profesores en la UACM, disputaron al entonces Consejo Estudiantil de Lucha (CEL) la dirección del movimiento, controlando el llamado Foro Académico y presentándose ante el entonces Gobierno del Distrito Federal como los únicos interlocutores que podían resolver el conflicto. La victoria de la huelga –dicho sea de paso– se debió, en parte, a la brillantez de la dirección estudiantil que sorteó, uno a uno, los escollos que se le presentaron, en parte al cuerpo académico y de trabajadores administrativos que sostuvo al movimiento y, por último, a los errores que cometió la propia Orozco y que a la postre la perdieron, asuntos que trato en la segunda edición de mi libro.
A continuación, los moderados (así les seguiré llamando, a pesar de que en la UACM se les conoce con otros motes) se incrustaron en los puestos estratégicos de la administración interina del doctor Enrique Dussel (marzo de 2013-mayo de 2014) y pusieron manos a la obra. Se dedicaron, en primer lugar, a dividir el movimiento estudiantil y a torpedear los proyectos que no auspiciaban ellos mismos, como la ludoteca del plantel San Lorenzo Tezonco, que suprimieron a pesar de que respondía a las necesidades de las estudiantes madres solteras.
Aún así, aglutinaron a más académicos (entre los cuales figuran tránsfugas del orozquismo, como elprofesor Homero Galán, que ahora es uno de los académicos que presentan el expediente contra Morán López), trabajadores administrativos y estudiantes. La mayoría no tenía nada que ver con el CGH de la UNAM ni con el propio movimiento uacemita de 2010-2012, pero coincidían con la idiosincrasia del grupo: el oportunismo y el apetito de poder.
Así que luego de posicionarse como grupo triunfador, los moderados recompensaron a sus incondicionales. Uno de ellos fue el profesor Mario Viveros –posteriormente nombrado Coordinador de Comunicación de la UACM– a quien le fue asignado por un mecanismo del todo irregular, basado en un oficio del entonces abogado General, Federico Anaya (sin pasar por Consejo Universitario la desaparición ni creación de áreas), el equipo audiovisual que pertenecía al Centro de Investigación y Producción de la Imagen (CIPI) para el proyecto de maestría formulado por la cineasta Alejandra Sánchez Orozco (hija de la exrectora Esther Orozco) y creando, de manera igualmente irregular, el Laboratorio de Medios Audiovisuales (Lama).
Al mismo tiempo, desde la Coordinación de Servicios Estudiantiles, premiaron con viajes al extranjero a los estudiantes que les eran afines, cuyos líderes, con el tiempo, se convirtieron en una fuerza incondicional. Cabe señalar que el entonces titular de dicha Coordinación, Samuel Cielo, es ahora uno de los académicos que presentan el expediente contra Morán. Se podrían abordar otros asuntos, como el de las profesoras que tenían doble tiempo, pero sería tedioso.
Lo que no puedo dejar de mencionar es el tribunal especial y extrauniversitario que armaron contra el profesor Enrique González Ruiz, a la sazón coordinador del Posgrado en Derechos Humanos de la UACM, a quien despidieron de manera irregular el 30 de abril de 2013 –pocos días antes de que terminara la administración del doctor Enrique Dussel– acusándolo de acoso sexual sin contar con pruebas fidedignas al respecto. Además de manchar la trayectoria de este académico controversial, aunque ciertamente respetado y querido en muchos ámbitos, el tribunal que Federico Anaya (actualmente consultor jurídico de la Mesa Directiva del Senado de la República) armó para el caso, sentó un pésimo precedente en la historia de nuestra universidad: excluir a los adversarios políticos mediante acusaciones falsas y juicios sumarios.
Hacia principios de 2014, el objetivo de los moderados era evidente: garantizar, a la hora del relevo, las condiciones para seguir controlando los principales órganos de gobierno. Eran mayoría en el Tercer Consejo Universitario (2012-2015), pero codiciaban la administración. Le apostaron al doctor Hugo Aboites, quien resultó designado rector el 8 de mayo con los votos de ellos. Habría que añadir que algunos de los consejeros que lo eligieron son los mismos que luego lo acusaron de crímenes imaginarios y en la actualidad integran la Sexta Legislatura del CU (2019-2021), desde la cual se alistan para destituir al doctor Morán López. El dato es relevante porque, como detallaré a continuación, su idilio con Aboites fue de corta duración.
¿Por qué? Porque Aboites no se mostró lo suficientemente condescendiente como para satisfacer sus inagotables pretensiones. Esto a pesar de que, al principio de su administración, aceptó no revertir el despido ilegal de González Ruiz, cosa que hubiera podido hacer fácilmente en calidad de representante legal de la universidad desistiéndose de la acusación en su contra. Les concedió, asimismo, puestos estratégicos que mantuvieron cuando menos durante la primera mitad de su gestión, tales como la Secretaría General, la Coordinación de Servicios Estudiantiles y la Coordinación de Obras. Por otra parte, mantuvo, durante un largo período, piezas claves que venían de la administración anterior, ya que no presentó las ternas para remplazar al Abogado General Federico Anaya ni al Coordinador de Comunicación, Gabriel Medina Carrasco.
No está por demás recordar que los 4 años de la rectoría de Aboites fueron de crecimiento, relativa estabilidad y consolidación institucional. Se recuperó la matrícula que había bajado drásticamente por la huelga de 2012, se reglamentó, por primera vez, el ingreso de los estudiantes, se abrieron tres nuevas licenciaturas y se duplicó el número de titulados. Se incrementó el patrimonio universitario con el plantel en La Magdalena Contreras y se hicieron gestiones para no perder el terreno de Milpa Alta que en años anteriores había sido donado a la UACM. Se compraron, además, un terreno para ampliar el plantel Centro Histórico y un inmueble para ser acondicionado como nueva sede administrativa, lo cual permitirá ahorrar el dinero que se gasta por concepto de renta.
Otro aspecto importante es que no hubo conflictos relevantes, a pesar de reiterados intentos de provocarlos, por ejemplo, interrumpiendo las sesiones del CU o, incluso, impidiendo que se celebraran. Es verdad que, echando mano a múltiples artimañas, los moderados lograron impedir la oferta de licenciaturas en el plantel de La Magdalena Contreras, venganza mezquina que repercute principalmente en contra de la población de esa demarcación que fue la que exigió la presencia allí de nuestra Universidad. Hubo un par de conatos de huelga, promovidos por el entonces secretario general del Sindicato Único de Trabajadores de la UACM (SUTUACM) y actual consejero del Sexto CU, Javier Gutiérrez Marmolejo para desestabilizar a la administración, lo cual es una práctica bien conocida en la historia de las universidades autónomas.
Un evidente desplante fue el intento de incorporar a la UACM las carreras de la Universidad Intercultural de los Pueblos del Sur, ubicada en Guerrero, en la que participaban algunos de nuestros académicos moderados. La Unisur es una institución que brinda educación superior sin reconocimiento oficial, cuyas carreras fueron diseñadas para cubrir las necesidades de la población local, tales como “Gestión ambiental comunitaria” o “Gobierno y administración de municipios y territorio”. Sin embargo, dado que la UACM no imparte dichas carreras, incorporar a esta institución hubiera puesto en peligro nuestro propio registro ante la SEP, ya que, aunque autónoma, ninguna universidad puede homologar carreras que no imparte, menos aún en otro estado.
He aquí, en síntesis, el recorrido de los llamados moderados, el grupo no muy moderado que ha sumido a la UACM en un nuevo conflicto. Numéricamente, sus integrantes son relativamente pocos: el núcleo duro no pasa de cincuenta profesores, cincuenta estudiantes y unos treinta trabajadores administrativos. ¿Qué les une? Muy poco, salvo el rencor patológico contra Aboites que no cumplió con sus expectativas y contra Morán que –según ellos– les robó la rectoría. No es un problema ideológico: los hay simpatizantes de Morena y del PRD, pero también anarquistas, trotskistas, apolíticos y hasta estalinistas.
A ese núcleo duro, hay que añadir las bases de apoyo: un número igual de personas que les creen y otros tantos que siguen la corriente sin mucha convicción por el afán de ser políticamente correctos o por el temor de sufrir represalias. El grupo tienen una grave debilidad: no se ponen de acuerdo sobre quién será el o la ungida, en el caso de que logren defenestrar a Morán López. No les respalda, por demás, ningún movimiento ni han logrado movilizaciones comparables, por ejemplo, a las de 2012. Fuera del CU, su fuerza es nula y se funda sobre la apatía de la comunidad universitaria que cuenta con más de 18 mil integrantes los cuales, hartos de tanta grilla, no solamente no participan en los órganos de gobierno, sino tampoco salen a votar. De hecho, en el CU actual, el mismo que, sin contar con el aval de la comunidad, pretende “limpiar” a la UACM de la corrupción, hay consejeros, como el secretario de Organización, Carlos Ernesto Martínez Rodríguez, que cuenta con dos votos o Javier Gutiérrez Marmolejo que obtuvo ocho. Destituir a un rector de una universidad autónoma es cosa seria; hacerlo con esta ausencia de legitimidad es completamente irresponsable.
En la tercera y última entrega, abordaré el asunto del supuesto fraude que denuncian en obras, la inconsistencia de las acusaciones contra Aboites y Morán y la legalidad de la designación de este como rector de la UACM por el periodo 2018-22.
Claudio Albertani*
*Responsable del Centro Vlady de la UACM; politólogo e historiador; doctor en ciencias políticas
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