No cabe duda que los Chicago Boys son incorregibles, como cualquier fundamentalista que se respete. Si es que, por supuesto, se puede ponderar a alguien estrecho de miras, que ante cualquier circunstancia que trastorne el orden y el estado de las cosas que reza su catecismo económico, recurra inmediatamente, imperturbable, a ofrecer las mismas soluciones que recomienda su canon doctrinario. Aunque su doctrina y sus terapias rehabilitadoras estén desacreditadas en todos lados, salvo entre sus propios creyentes y los escasos beneficiarios de las mismas –que se supone que son los que valen, porque forman parte de la casta oligárquica global, cuyos intereses protegen y benefician de las políticas económicas ortodoxas–, cosechen fracaso tras fracaso, y sus resultados agraven los problemas que esperaba resolver.
La realidad le quitó el piso a la euforia peñista y ensombreció su mundo rosáceo. Todo iba bien. Sin grandes contratiempos y sin alteraciones sustantivas, Enrique Peña Nieto lograba que la oposición de derecha y la derechizada izquierda del Congreso de la Unión aprobaran presurosamente –para exhibirse públicamente como partidos “civilizados”– sus reformas y contrarreformas neoliberales. Hasta que irrumpió la realidad que amargó el acaramelado y empalagoso pacto republicano.
No es lo mismo disfrutar el éxito en un escenario económico floreciente que en otro donde la economía se desploma. En el que algunos sectores productivos ya muestran nítidos los síntomas recesivos y otros ya están en plena recesión, como es el caso de algunas actividades industriales. Donde algunas empresas dedicadas a la construcción se encuentran virtualmente en bancarrota, merced a su propia desmesura, su insolvencia de pagos y las secuelas del retraso en el gasto público.
¿Qué hacer en un contexto de contracción económica, más que desaceleración, imprevista por los peñistas, pese a que sus manifestaciones ya se observaban desde hace 1 año, y que el comportamiento de cada indicador anunciado resulta cada vez más pesimista?
La tasa de crecimiento real anual registrada por la economía en el primer trimestre de 2003 fue de 0.8 por ciento, contra la de 4.9 por ciento alcanzada en el mismo periodo del año anterior, lo que representa una caída de 83 por ciento. De hecho, es la peor variación desde el cuarto trimestre de 2009, justo cuando se resentía la grave recesión mundial que siguió al colapso financiero global, la cual fue de -2 por ciento. A nadie debe sorprender que el producto interno bruto (PIB) en el segundo o tercer trimestre, o en ambos, sea negativo, lo que obligaría al gobierno a rendirse ante las evidencias y anunciar las infernales palabras por todos tan temidas, debido al número de trabajadores que serán arrojados a la calle: el país está en recesión. La Confederación de Cámaras Industriales de los Estados Unidos Mexicanos (Concamin) recién anunció que en el primer trimestre cayó en 37 por ciento la creación de empleos en el sector industrial. Sólo se generaron 219 mil plazas de trabajo, contra las 348 mil registrados en los primeros 3 meses de 2012, es decir, fueron 129 mil menos.
Acaso la recesión puede ser de escasa intensidad y duración. La única certeza es que se desconoce cuándo la economía tocará fondo. Cuánto tiempo permanecerá en esa zona. Cuánto tardará en llegar la recuperación. Cuál será su velocidad y a qué ritmo se recobrarán los empleos que inevitablemente se perderán. Quizá también la economía inicie una fase de estancamiento. En esos escenarios de incertidumbre, cualquier cosa puede suceder. Todo dependerá de lo que ocurra en la economía estadunidense, a la cual se encuentra subordinada la mexicana. Y de la política contingente, anticíclica, que instrumente Peña Nieto y sus Chicago Boys (si es que instrumentan alguna, porque son alérgicos al keynesianismo de circunstancia). Una flexibilización de la política monetaria servirá de poco, por no decir de nada. La parte relevante sería del lado de la política fiscal. Sin embargo, le tienen pánico. Sufren pesadillas con el fantasma que los economistas fundamentalistas y los conservadores del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de Estados Unidos, la Unión Europea y la Eurozona han inventado, el cual denominaron como el “terror al precipicio fiscal”. Quimera que supone unas finanzas públicas desbalanceadas, orillándolos a recortar indiscriminadamente el gasto público no financiero y a elevar los impuestos al consumo y los precios de los bienes y servicios públicos para tratar de recuperar el equilibrio fiscal. Sin importarles que ésas y otras medidas castiguen brutalmente la demanda (el consumo y la inversión), aceleren el desempleo, provoquen drásticas pérdidas en el ingreso de la población y en los ingresos tributarios y, por tanto, profundicen la recesión que se padece en el viejo continente, ya convertida en deflación (estancamiento con reducción de los precios), la cual durará en la mayoría de esos países lo que resta de la presente década. Japón entró en deflación a principios de la década de 1990 y hasta la fecha sigue hundida en esa trampa.
Con excepción de algunos servicios que aún muestran una expansión (creación y difusión de contenido exclusivamente a través de internet; proveedores de acceso a internet, de búsqueda en la red y servicios de procesamiento de información; inmobiliarios y de alquiler de bienes muebles; de apoyo a los negocios y manejo de desechos y servicios de remediación; hospitalarios y de salud y de asistencia social), las demás actividades terciarias (comercio, transporte, comunicaciones y otros servicios), así como todo el sector primario (agropecuarios) y el secundario (manufacturas, minería, extracción de petróleo, electricidad, agua y construcción) observan una declinación, ya sea con relación al mismo trimestre de 2012 o respecto de los precedentes. Ninguno escapa al cuadro contractivo o depresivo.
La industria eléctrica, la minería, las manufacturas como las de bebidas, prendas de vestir, del cuero, del plástico, productos a base de minerales no metálicos, metálicas básicas, fabricación de productos metálicos, de maquinaria y equipo, equipo de transporte arrojaron tasas negativas en el primer trimestre. Otras como la extracción de petróleo y gas, química, equipo de generación eléctrica y aparatos y accesorios eléctricos, muebles, otras industrias manufactureras y la construcción, por 2 o más trimestres seguidos, por lo que no es exagerado afirmar que actualmente ya están en recesión. Los resultados favorables no tardarán en seguir el mismo camino, ya que normalmente declinan con un cierto atraso respecto de los sectores primario y secundario.
Si bien la agricultura creció 2.8 por ciento, comparado a su tasa de -0.4 por ciento de hace 1 año, su producción empezó a declinar desde la segunda mitad de 2012. La ganadería lo hizo en 0.9 por ciento contra 1.7 por ciento. Los servicios relacionados con las actividades agropecuarias y forestales pasaron de 0.9 a 0.2 por ciento. La industria alimentaria apenas avanzó en 0.6 por ciento. Su menor ritmo, combinado con la sequía, el abandono del sector rural y la entrada masiva de productos importados que agrava los problemas de los productores tradicionales locales, permite afirmar, sin equívocos, que persistirá la escasez de su oferta y la voracidad especulativa, por lo que sus precios seguirán elevándose, afectando el consumo y la calidad de vida de las mayorías, ante la parsimonia de los peñistas, en particular de Ildefonso Guajardo, titular de la Secretaría de Economía, que actúa con una presteza digna de los moluscos terrestres (por ejemplo, los caracoles o las babosas).
En esa situación crítica, no deja de llamar la atención el caso de las llamadas empresas desarrolladoras y constructoras ligadas al sector de vivienda. Las constructoras de viviendas más grandes, Geo, Sare, Urbi y Homex guardan varios rasgos en común: todas llevaron a cabo negocios poco escrupulosos con el gobierno y gobernadores; violentaron las normas del ramo y ambientales, se posesionaron de terrenos de manera poco clara; construyeron viviendas de dudosa calidad que vendieron a precios usureros; han visto desplomarse sus ventas; padecen serios problemas de liquidez; se encuentran en incapacidad de pagos de sus pasivos, en parte debido a su apuesta en los derivados; éstas se verán obligadas a recurrir a la protección de la justicia para reestructurar sus pesadas deudas si no llegan a un acuerdo privado con sus acreedores en el corto plazo; no sería extraño que tuvieran que declararse en bancarrota, con lo cual sus adeudos se convertirían en carteras vencidas para la banca pública y privada. Las tres están compungidas porque, en parte, sus problemas se deben al retraso del gasto público y al cambio en las reglas en la construcción de viviendas.
¿Serán generosamente rescatadas por los peñistas?
¿Quiénes seguirán sus pasos?
Si éstas sufren el retraso del gasto público, lo mismo ocurre con el conjunto de la economía, aun cuando los ingresos totales del gobierno federal aumentaron 2.4 por ciento, en términos reales (los tributarios se elevaron 10.3 por ciento). No obstante, sin razones justificables, el gasto programable se desplomó 11 por ciento. La peor caída desde el mismo trimestre de 1995, el año del colapso del modelo neoliberal-salinista. Ni siquiera Felipe Calderón, en plena recesión, se atrevió a hacerlo en esa magnitud. En el último trimestre de 2009 cayó en -1.5 por ciento y en los 2 primeros de 2010 en -5.8 y -0.5 por ciento. En total, 8 por ciento. La inversión pública presupuestaria peñista se derrumbó 26.5 por ciento, medida justificable dentro de su estrategia reprivatizadora del sector energético, entre otros.
En la fase de postración del ciclo económico donde nos encontramos, la política monetaria activa (reducción de réditos, compra de papeles públicos por parte del banco central para inyectar liquidez, por ejemplo) es inútil. Si bien desde marzo pasado bajó la tasa objetivo (para operaciones de fondeo interbancario a 1 día) de 4.5 a 4 por ciento, no tendrá ningún efecto anticíclico. En parte, ello se debe a los altos réditos de la banca privada. La Reserva Federal y el Banco Central Europeo han ubicado sus tasas nominales en casi 0 por ciento (negativas en términos reales al descontar la inflación) y en nada han contribuido a reanimar las economías que pretenden apoyar y que se encuentran en estado comatoso. Además, Agustín Carstens, del banco central, anda como pavorreal presumiendo la supuesta estabilidad de precios en un dígito y sólo le preocupa que ésta sea en 2013 de 3 por ciento. Si tiene que apretar la tuerca monetaria (elevar los réditos) para lograrlo, lo hará. Aunque ayude a la economía a hundirse en la recesión.
La única opción es la ampliación del gasto público programable. Sin embargo, Fernando Aportela, subsecretario de Hacienda, recién anunció que si caen los ingresos se recortarán los egresos. Pero la ley prevé que primero se usen los recursos del Fondo de Estabilización de los Ingresos Petroleros, el cual dispone de 27 mil millones de pesos, es decir, nada. Luego tendría que ajustarse el gasto. Y como son muy respetuosos de las leyes, pasarán la tijera podadora. Aportela adelantó que se evaluarán “aquellos rubros de gasto que podrían ser susceptibles de revisión”. Es obvio que entre ellos no están los relacionados con el pago del servicio de la deuda. Primero se mutila otra parte del cuerpo antes que dejar de cumplir con los sacrosantos compromisos.
En plena caída del pájaro de la economía, que por cierto no volaba alto, más bien lo hacía a ras de suelo, como ave herida, maltrecha, Carstens y Luis Videgaray no dudarán en cortarle las alas, según recomienda el monetarismo económico. Para ellos no hay opciones: tiene que salvarse la estabilidad de precios y el equilibrio fiscal, aunque la economía se derrumbe estrepitosamente y arroje a la calle a todos los trabajadores que sean necesarios.
*Economista
Fuente: Contralínea 338 / junio 2013