Comité Central de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México*
La grave crisis económica por la que atraviesa México –generada por una política neoliberal que entrega la industria nacional a los capitales globalizados– ha provocado una marginación como no se veía desde hace décadas. La pobreza en que se encuentra la mayoría de la sociedad mexicana no se puede ocultar con los discursos de los gobernantes, cada vez más alejados de la realidad.
La lucha de clases no sólo está vigente, sino que es aguda y contundente. La distribución de la riqueza coloca a las personas en extremos antagónicos. Por un lado, hay quienes (los menos) viven en la opulencia y se colocan entre los hombres más ricos del planeta; por otro, están las personas (en un número superior a los 80 millones) que viven en la pobreza. Cabe decir que 50 millones de este grupo sobreviven en la pobreza extrema: sin vivienda, con alimentación precaria y en el desempleo. Esta injusticia es una de las principales razones de la inestabilidad social.
Habrá varios caminos que busquen frenar el proceso de desigualdad social y económica. Uno de ellos, fundamental, es el de la educación. Pero no cualquier tipo de educación. Sólo aquélla que genere una conciencia de clase otorgará a las personas las herramientas necesarias para participar en la construcción de un mundo más justo para todos.
En esta misión se inscribe el modelo de las normales rurales del país. Por ello, estas escuelas de campesinos pobres habrán de jugar un papel protagónico, como ya lo han hecho en toda su historia, en la defensa de la educación laica, gratuita y crítica. Ya en artículos previos, publicados en esta revista, hemos mencionado la esencia e importancia del normalismo rural; el compromiso de nuestras escuelas con nuestros pueblos.
Nos hemos referido, en otra entrega, al modelo de “educación por competencias” como una de las modas que acechan a la educación pública en México. Ahora nos detenemos en la depauperización de los salones de clase, las escuelas y las familias de los estudiantes. No hay entidad federativa que no cuente con zonas rurales con alto grado de marginación. Y no hay ciudad de la república que no tenga cinturones de miseria (éstos, cada vez más robustos y empobrecidos).
Somos testigos de la miseria en que se encuentran las zonas campesinas porque provenimos de ellas; pero también porque en ellas realizamos nuestras prácticas docentes y allí laboran nuestros egresados, quienes deben fungir en esos lugares no sólo como maestros, sino como gestores, albañiles, carpinteros y músicos.
Nos preguntamos cómo puede hablar la Secretaría de Educación Pública de “calidad educativa” y demás programas diseñados desde oficinas alfombradas para lugares que no cuentan con energía eléctrica, agua potable, drenaje ni servicios de carácter básico. ¿Sabrán los funcionarios que los programas que están diseñando son para lugares donde los niños nunca han visto una computadora y ni por asomo saben qué es el internet?
El Estado mexicano pretende disfrazar la falta de estrategias educativas con cursillos, como los del Consejo Nacional de Fomento Educativo. Con ello, claudica de su responsabilidad de ofrecer educación sin distingos a todos los mexicanos. Así, pretende que para los niños del medio rural no haya maestros formados como tales, sino improvisados que, con un curso de seis meses, suplan al maestro. Ni de lejos, éstos concientizarán a las clases desprotegidas de su situación y de la necesidad de un cambio.
Este gobierno adolece de un plan nacional educativo. Con lo que contamos, son con ocurrencias y limosnas, como los programas Oportunidades y Bécalos. Lo que hay, disfrazado en el mejor de los casos de buenas intenciones, es el objetivo de perpetuar a los pobres en su pobreza, de arrebatarles la posibilidad de una educación que les permita mejorar sus condiciones de vida. Lo que hay son programas que no sirven y que ni siquiera se manejan con limpieza y honestidad.
Los especialistas en temas sociales y educativos han demostrado que los alumnos desnutridos son los que presentan bajo desarrollo cognitivo y deficiencia en el aprendizaje.
Además, el Estado mexicano no ha invertido en educación el 8 por ciento del producto interno bruto (PIB), como lo recomiendan los organismos internacionales; situación que impide la creación de más escuelas y la atención adecuada para una mejor oferta educativa, principalmente en las comunidades rurales. Así, las comunidades indígenas son mayoritariamente analfabetas.
Los normalistas rurales sabemos a qué nos enfrentamos. Como hijos del pueblo, como hermanos de clase, exhortamos a la sociedad a rescatar nuestros valores éticos y morales. Sabemos que por mantener un modelo educativo crítico nos enfrentamos a calumnias e intentos de dejar sin presupuesto a nuestras escuelas. No nos callaremos ni nos “transformaremos” en escuelas sumisas donde se enseñe que la dominación del poderoso sobre el débil es “natural” ni donde sea “normal” la explotación del hombre por el hombre. Como desde 1922, seguiremos caminando hombro con hombro, codo con codo con las comunidades campesinas y obreras.
Vienen los tiempos de decir basta al teatro del gobierno. Vienen los tiempos en que lejos de cerrar normales rurales, como quiere Elba Esther Gordillo, se abrirán más, para que se formen niños, hombres y mujeres con valores. Así se acabará el México lleno de paramilitares al servicio de las empresas capitalistas (legales o ilegales).
Seguiremos exhortando a la Cámara de Diputados, con pleno ejercicio de nuestro derecho y de acuerdo con la Ley General de Educación, a que otorgue el 8 por ciento del PIB al rubro de la educación pública en su totalidad (sin que se cuente la participación de la iniciativa privada, como se ha venido haciendo hasta ahora).
Exigimos también el cese a la represión y hostigamiento estudiantil y a la persecución de los luchadores sociales que este Estado, ya abiertamente de tendencias fascistas, ha encabezado.
A través de este medio, reiteramos nuestro compromiso de seguir luchando por las clases desprotegidas de México; por aquellos que se encuentran marginados de las oportunidades de una vida digna; de aquellos que día a día luchan por sobrevivir; de quienes, como nosotros, sufren la represión y el engaño de un Estado preocupado por proteger los intereses de los que más tienen.
Pugnamos por un modelo de educación sin clases sociales; por una sociedad con valores; por un modelo de desarrollo integral que privilegie la educación y combata la corrupción, los vicios y que no haga eco de la comunicación amarillista. Demandamos que los estudiantes y maestros sean tomados en cuenta para la conformación de un nuevo plan de estudios que verdaderamente se apegue a las necesidades de cada uno de los estados de nuestro país. La herramienta para transformar México es la educación.
Es necesario unir fuerzas, acabar con las diferencias como clase y pugnar por la construcción de una nueva nación, justa, solidaria, socialista.
*Organización estudiantil semiclandestina de carácter nacional, integrada por los alumnos de las escuelas normales rurales
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