En las primeras décadas del siglo XX, el empresario estadunidense Henry Ford (1863-1947) fue uno de los principales promotores del antisemitismo, mismo que los nazis llevarían a su extremo con una política de exterminio contra los judíos.
El fundador de la gigantesca empresa automotriz que lleva su apellido invirtió parte de su tiempo y de su dinero en la propaganda antisemita, mediante artículos periodísticos compilados en el libro El judío internacional, publicado en 1920, pero que se sigue difundiendo hasta la fecha y goza de aceptación en espacios ultraderechistas.
El judío internacional
En 1918 Henry Ford compró el periódico Dearborn Independent, donde comenzaron a difundirse artículos agresivos contra los judíos.
El judío internacional reproduce largos pasajes de Los protocolos de los sabios de Sión, panfleto antisemita que circuló en la Rusia zarista y donde se exponían supuestos planes secretos de los judíos para dominar el mundo entero (véase Los protocolos de los sabios de Sión, Editorial Época, México, 1982).
Además de retomar el mito de la conspiración judía mundial, Ford enfatizaba la pretendida influencia que ejercían los sectores poderosos de la raza judía en el mundo de aquella época, y especialmente en Estados Unidos.
A su modo de ver, en ese país se libraba una lucha racial entre los judíos y los anglosajones, por lo que exhortaba a sus compatriotas a “un retorno a los caminos antiguos de nuestros antepasados, los anglosajones, que nos condujeron a las alturas, y cuya raza demostró que hasta nuestros días, salieron de ella los verdaderos maestros de las obras terrenales, los fundadores de ciudades, los creadores de comercio, industrias y tráfico, y los descubridores y exploradores de nuevos continentes: ellos, y nunca los judíos, que jamás fueron conquistadores ni exploradores, ni en despoblado, sino que a lo sumo siguieron las huellas de los conquistadores” (página 384).
A los judíos les negaba incluso el derecho a pedir un trato igualitario: “por el hecho de que en su vida nunca fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes [los judíos] no merecen reproche; pero sí por el cinismo con que exigen para sí igualdad en todos los derechos, como aquellos conquistadores [los anglosajones]”.
Ford proclamaba: “El único contraveneno eficaz e infalible contra la influencia del espíritu judío consiste en volver a hacer nacer en nosotros el orgullo de raza. Nuestros padres fueron hijos de raza anglosajona-celta; hombres que poseían fuerza cultural inoculada en su sangre y su destino” (página 385).
En su exacerbado racismo se jactaba de que los anglosajones se habían expandido hasta California (arrebatando esos territorios a nuestro país mediante guerras de expolio), lo mismo que a muchas otras regiones del planeta.
Ford enarboló un exacerbado antisemitismo, pero en algunas páginas con una retórica tramposa trataba de crear una impresión de imparcialidad. Así, negaba promover el odio y la agresión contra los judíos, o caer en prejuicios y falsas generalizaciones contra ellos, pero en contraste con esas declaraciones, a lo largo de su libro, atribuía a los judíos los principales problemas del mundo y de su país, e invariablemente los describía de manera desfavorable, como vividores, tramposos y malhechores.
Así, en su libro hablaba de la “antipática por demás raza judía” (página 263) y de “el espíritu mezquino y angosto que sólo el hebreo puede alentar” (página 264), y aseguraba que “el judío no posee facultades creadoras, sino que se apropia de lo que otros crearon, le da cierta apariencia y lo convierte en negocio” (página 347).
Incluso llega a sugerir una reacción violenta contra los judíos: “la revolución que sería necesaria para librar al mundo del yugo judío sería tan cruel como lo son los métodos judíos para dominar al mundo no judío” (página 143).
Muchas de las afirmaciones de Ford expresan lugares comunes del antisemitismo. Por ejemplo, la insistencia en que, gracias a sus recursos económicos y su solidaridad racial, los judíos controlan las finanzas y los gobiernos del mundo, la vida cultural, los espectáculos y los medios de comunicación.
En muchos de sus alegatos, el famoso empresario automotriz les atribuye a los judíos prácticas que son propias de cualquier personaje o sector poderoso.
Por ejemplo, habla de reacciones y presiones de los judíos contra sus críticos; sin embargo, muchos empresarios, políticos y jerarcas religiosos en general suelen reaccionar con intolerancia frente a las críticas, y en lugar de responder a ellas, tratan de acallarlas mediante amenazas o negociaciones y presiones sobre los periodistas y los medios. Eso no es ningún invento de los judíos.
Ford describía a los judíos como los más radicales enemigos del cristianismo, al grado de que, según él, “el mayor misterio histórico de la humanidad” radica en “quién será el dueño del mundo, a quién ha de pertenecer la monarquía universal, si al genio imperialista de Israel en dispersión o al de Cristo, que simboliza la paz romana, al Hijo de Dios o a la revolución” (página 187).
Como otros antisemitas, Ford atribuía las revoluciones, desde la francesa de 1789 hasta la rusa de 1917, a una estrategia judía para destruir el orden cristiano.
Sostenía que el “bolchevismo”, encarnado en la Revolución Rusa, era una creación judía, que formaba parte de sus proyectos de dominación mundial mediante la destrucción de los capitalistas no judíos exclusivamente: “en esta lucha no se trata realmente de una preponderancia entre el capital y el trabajo, sino entre el capital judío y el no judío” (página 210).
Según Ford, dentro de los planes judíos de expansión, Estados Unidos ocupaba un lugar estratégico, por lo que en varias ocasiones los judíos habían apoyado a las naciones que entraban en conflicto con esa potencia.
Se refería particularmente a México, que según él recibió apoyo judío en sus difíciles relaciones con Estados Unidos luego del triunfo de la Revolución Mexicana: “el apoyo financiero y los buenos consejos, que últimamente recibió México durante la extrema tirantez de sus relaciones con Estados Unidos, procedieron de fuente judía estadunidense” (página 243).
También afirma que financieros judíos apoyaban a México en operaciones especulativas contra los estadunidenses. Menciona el caso de un banquero que, según Ford, “especuló en títulos mexicanos en una época en que éstos estaban muy inseguros”, tratando de “colocar una cantidad extraordinariamente grande de estos títulos a los crédulos estadunidenses” (página 318).
Además de antisemita, Ford era ultraconservador en lo referente a la moral sexual y familiar, a las modas y espectáculos, e incluso fue obstinado partidario de la llamada Ley Seca en Estados Unidos.
Detrás de toda muestra de liberalismo veía la influencia judía que tanto detestaba: “todo cuanto el judío acaudille económicamente, sea el negocio del alcohol, o el del teatro, se convertirá inmediatamente en un problema moral, o mejor dicho inmoral” (página 258).
Partidario de una moral sexual conservadora, Ford afirmaba que “toda influencia que hoy conduce a nuestra juventud a ligerezas y libertinaje procede de fuente judía”; en particular, deploraba la moda “provocativa” que “procede del mundo confeccionista judío, donde no predomina el arte, ni deciden ciertamente los escrúpulos morales” (página 128).
Era defensor de la Ley Seca, de la que decía: “mirado desde el punto de vista histórico, todo el movimiento antialcohólico se presenta como lucha gigantesca del capital no judío contra el capital judío, en la que la mayoría no judía obtuvo finalmente la victoria” (página 131).
Sostenía que el cine y el teatro estaban en manos de los judíos, que según él, los habían convertido en espectáculos “sicalípticos” (eróticos).
Arbitrariamente, atribuía a los judíos nada menos que la invención del jazz, del que dijo: “el jazz es hechura judía. Lo insidioso, lo viscoso, lo contrahecho, el sensualismo animal: todo es de origen judío. Chillidos de monos, gruñidos de la selva virgen y voces de bestia en celo se combinan con algunas notas semimusicales y de esta forma el espíritu genuinamente judío penetra en las familias” (página 347).
Defendía la presencia del cristianismo en la sociedad y se oponía a la secularización de las instituciones que, según él, formaba parte de los proyectos judíos de dominación.
Según él, el concepto mismo de secularización “es de origen judío y persigue fines judíos. Su habilidad consiste en que el niño no debe llegar a saber, de ningún modo, que cultura y patria radican en los fundamentos de la religión anglosajona” (página 386).
Hitler y Ford
Hitler fue uno de los principales simpatizantes del libro de Ford, que influyó en su obra Mi Lucha, publicada originalmente en 1925, donde Hitler expuso sus ideas acerca de la historia vista como una lucha entre la raza aria y la judía.
Lector y admirador de El judío internacional, Hitler consideraba a Ford como el único personaje que en Estados Unidos se mantenía totalmente independiente de la influencia judía.
En 1938 el gobierno alemán condecoró a Ford con la Gran Cruz del Águila, máxima distinción que en la Alemania nazi se podía otorgar a un extranjero.
En contrapartida, Ford cosechó la oposición de muchos sectores liberales de su país y, naturalmente, de la comunidad judía. Enfrentó demandas legales que lo llevaron a cerrar su periódico en 1927.
Durante los juicios se ventiló el tema de si Ford fue realmente el redactor de los escritos antisemitas que se publicaron bajo su firma, o si los escribió otra persona, lo cual es probable, ya que Ford era un empresario destacado pero no un hombre de letras. En todo caso, él fue quien financió y avaló esa propaganda antisemita.
Edgar González Ruíz *
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
Contralínea 398 / 10 agosto de 2014
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