Cuentan que en 1492, el 12 de octubre de ese año, cuando para la tripulación de tres carabelas llamadas la Niña, la Pinta y la Santa María era el día de la Virgen del Pilar, y luego de 70 días de haberse embarcado con más incertidumbres que certezas, a punto del motín, uno de los vigías divisó tierra firme.
A saber cómo realmente fue el suceso. Pero la historia oficial, cargada de romanticismo, dice que fue un tal Rodrigo de Triana, apostado en el atalaya de la Pinta, quien gritó la famosa frase: “¡Tierra a la vista!”. Supuestamente eran las 2 de la madrugada del día 36 de navegación ininterrumpida a través del Atlántico. La empresa comandada por el capitán Cristóbal Colón y los hermanos Pinzón, prestigiados marineros y constructores de embarcaciones, había zarpado el 3 de agosto del antiguo Puerto de Palos de la Frontera, en Andalucía, España; pero atracó en las Islas Canarias donde se realizaron reparaciones a una de las naves. Reanudó el 6 de septiembre la travesía que, creían, los llevaría a la India o a las tierras del Gran Kan, es decir, al Continente Asiático.
La leyenda continúa con que, una vez rebasados los cálculos y las previsiones de Colón, la tripulación de más de 90 marineros amenazaba con sublevarse, asesinar a los capitanes y escapar de la muerte a la que la conducían unos aventureros necios. El avistamiento de una de las islas que hoy constituyen las Bahamas –y que los habitantes de entonces llamaban Guanahani– habría no sólo calmado los ánimos de toda la marinería sino que la llenó de júbilo.
El feliz relato del “Encuentro de Dos Mundos” concluye cuando el pueblo taíno recibe con alegría y en paz a los extranjeros, los alimenta y les da cobijo, según reconocieron los propios españoles en sus escritos. Por impulso de los hispanistas en América, desde el siglo XIX se celebra este acontecimiento como el Día de la Raza (Hispana) en todos los países del “nuevo” Continente, así como en España, donde incluso es el día de su fiesta nacional…
Para nada puede minimizarse el suceso: marcó el devenir histórico de toda la humanidad. Las sociedades de uno y otro lado no volvieron a ser las mismas. Tampoco puede regatearse el arrojo, la tenacidad y el espíritu aventurero de Colón y compañía.
Pero tampoco puede dejarse de ver como lo que fue: el inicio de un aniquilamiento físico y cultural de un número indeterminado de pueblos; de genocidio, saqueo y despojo que continúa hasta nuestros días.
Hoy, y desde hace siglos, el pueblo taíno no existe. Esa cultura del primer contacto y que tan amable se portó con quienes casi inmediatamente se convertirían en sus amos, fue arrasada de la faz de la Tierra.
Los taínos no fueron los únicos exterminados. Ni siquiera los historiadores logran ponerse de acuerdo para calcular el número de pueblos y personas que habitaban a principios del siglo XVI el Continente que hoy llamamos América. Se calcula que para esa época, de Norte a Sur, alrededor de 50 millones personas hablaban más de 2 mil lenguas con sus respectivas variantes dialectales, que podrían sumar más de 5 mil sistemas de comunicación.
Para el siglo XIX el genocidio ya iba muy avanzado pero subsistían más de 400 lenguas indígenas en el hemisferio norte y casi 500 en el sur. Con sus variantes sumaban alrededor de 2 mil. Hoy subsisten menos de la mitad. Muchas están en franca extinción y no sobrevivirán a la generación siguiente. Hay lenguas que siguen apareciendo en los atlas de idiomas, pero sólo son habladas por dos, siete, 40 o 70 personas. Desafortunadamente poco se podrá hacer para que sobrevivan. Y con cada lengua que se pierde, se pierde toda una manera de concebir al ser humano, el mundo, el cosmos. Para la humanidad, es un quebranto irreparable.
De hecho, de todas las lenguas indígenas que subsisten en el Continente sólo seis gozan de relativa salud y vitalidad: el quechua, que es hablado por aproximadamente 13 millones de personas; el guaraní, por 11 millones; el náhuatl, por 4 millones; el aymara, por 2 millones 500 mil; el maya, por 1 millón, y el mapuche, por poco menos de 400 mil personas.
Según datos de 1995, presentados por el lingüista alemán Klaus Zimmermann, sólo dos naciones del Continente reconocían que más de la mitad de su población era indígena: Bolivia, con el 59.7 por ciento de total de sus habitantes, y Guatemala, con el 59.2. México aparecía con el 7.5 por ciento.
Particularmente en este país, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), reconoce que, agrupados en 11 familias lingüísticas, se hablan 68 idiomas originarios con sus respectivas variantes dialectales.
Como decíamos, varios de estos idiomas sólo son hablados por algunos viejos que, en número, no rebasan los 10 hablantes. La pérdida de idiomas sólo es un reflejo pálido de la agresión física, el exterminio y el despojo que hoy llevan a cabo contra los indígenas los actuales conquistadores: mineras, gobernantes, narcotraficantes y toda clase de embaucadores que si no convencen con discursos y migajas, están prestos a usar las armas.
Al 12 de Octubre, en México, se le sigue llamando Día de la Raza, con el apelativo de “Hispanoamericana”. Supuestamente se celebra el mestizaje nacido de la fusión de “dos” culturas. Otras naciones lo han reconceptualizado y renombrado: en Venezuela es el Día de la Resistencia Indígena; en Argentina, del Respeto a la Diversidad Cultural; en Costa Rica, de las Culturas; en República Dominica, del Encuentro y la Diversidad Cultural; en Ecuador, de la Interculturalidad y Plurinacionalidad…
Nombrar a los pueblos y lenguas que en México resisten, a 524 años, es apenas un sencillo homenaje: Akateko, Amuzgo, Awakateko, Ayapaneco, Cora, Cucapá, Cuicateco, Chatino, Chichimeco Jonaz, Chinanteco, Chocholteco, Chontal de Oaxaca, Chontal de Tabasco, Chuj ch’ol, Guarijío, Huasteco, Huave, Huichol, Ixcateco, Ixil, Jakalteko, Kaqchikel, Kickapoo, Kiliwa, Kumiai, Ku’ahl, K’iche’, Lacandón, Mam, Matlatzinca, Maya, Mayo, Mazahua, Mazateco, Mixe, Mixteco, Náhuatl, Oluteco, Otomí, Paipai, Pame, Pápago, Pima, Popoloca, Popoluca de la Sierra, Qato’k, Q’anjob’al, Q’eqchí’, Sayulteco, Seri, Tarahumara, Tarasco, Teko, Tepehua, Tepehuano del Norte, Tepehuano del Sur, Texistepequeño, Tlahuica, Tlapaneco, Tojolabal, Totonaco, Triqui, Tseltal, Tsotsil, Yaqui, Zapoteco, Zoque.
¿Sabrán los despojadores y sus protectores que la agresión que sufren los indígenas de hoy ya hace retumbar huehues y teponaxtles; y crece el rumor que clama otra vez: “¡Axcan quema: tehuatl, nehuatl!”?
Zósimo Camacho
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]
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