El plan es que las escuelas normales, en específico las rurales, no sobrevivan al sexenio de Enrique Peña Nieto. Al indomable normalismo rural le han clavado ya varias estacas: cierre de escuelas, recorte de presupuestos, cancelación oficial de su modelo educativo, condicionamientos de ingreso y egreso, reducción de la matrícula estudiantil y desaparición física de sus alumnos (a los 43 de Ayotzinapa se deben sumar otras varias decenas de asesinados y desaparecidos de varias escuelas, desde la Guerra Sucia de 1970 hasta el presente).
El golpe en ciernes contra el normalismo rural será aún más devastador que el de Díaz Ordaz y Luis Echeverría, cuando –luego del movimiento estudiantil de 1968– la administración saliente y la entrante utilizaron al Ejército Mexicano y, entre otras dependencias, a la Dirección Federal de Seguridad para cerrar violentamente la mitad de los planteles existentes en toda la República.
Decíamos que el embate será más devastador porque, si tiene éxito, acabará con la totalidad de las escuelas y pondrá fin a un proyecto educativo dirigido a los más pobres de este país. Si hoy contamos con 16 escuelas normales rurales (y otras dos con un modelo del mismo tipo) no es a causa de una graciosa concesión de las autoridades. Como es bien sabido, las normales rurales deben su vigencia a la solidaridad de las comunidades y a la lucha que generación tras generación mantiene la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).
“Mientras la pobreza exista, las normales rurales tendrán razón de existir”, reza la consigna que los normalistas en lucha gritan en las calles o pintan en las bardas. La frase es cierta. Precisamente son las comunidades campesinas –y, más recientemente, también las colonias urbanas populares– las que se han opuesto, a codo con los estudiantes, al cierre de más planteles o a la disminución de la matrícula.
Ahora que el titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Aurelio Nuño, ha anunciado las “seis claves” para transformar las normales ha quedado claro que para las autoridades ni siquiera existe el normalismo rural. Se refieren al normalismo de manera genérica no sólo como una manera de homogeneizar, menospreciar y simplificar los modelos educativos vigentes. También la omisión lleva una carga política implícita: como si con no mencionar a las normales rurales éstas dejaran de existir.
¿Alguna vez habrá visitado el secretario de Educación alguna normal rural? ¿Acaso tuvo la honestidad intelectual de informarse en qué consiste el modelo educativo que por fobias ideológicas pretende desaparecer?
Porque, hay que decirlo: más allá de la posición ideológica de la mayoría de los estudiantes de las normales rurales (de formación crítica, basada en el marxismo) se encuentra un modelo educativo integral con cinco ejes bien articulados. ¿Los conoce Nuño?
“Las normales rurales son semilleros de buenas personas”, me dijeron hace algunos años los integrantes del Comité Central de la FECSM. La frase fue en respuesta a una acusación que entonces, como hoy, se les endilgaba: “esas escuelas son semilleros de guerrilleros”.
Y no es que no se sintieran orgullosos de que por las aulas del normalismo rural hubieran pasado Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Arturo Gámiz y muchos estudiantes que participaron en organizaciones subversivas. Pero aclaraban que quienes llegaban a esa “fase de conciencia” (las armas) en realidad eran muy pocos. La amplia mayoría asume su trinchera con dignidad en las paupérrimas escuelas serranas más alejadas de las comodidades citadinas. Ellos, los egresados de las normales rurales, precisamente van donde los egresados de las escuelas privadas no desean ir. Y su lucha es ofrecer educación, apoyar en la gestión de proyectos y recursos.
De la retahíla de frases huecas que son las seis claves de Nuño para transformar el normalismo, destaca el “aprendizaje del inglés”, las “sinergias con universidades y centros de investigación” y los “estímulos”, o sea, los recursos económicos por los que competirán ahora las escuelas. Las más dóciles recibirán más. ¿De eso se trata? Adiós a la equidad y la idea de que la educación es un derecho para todos.
¿Por qué no se comparan los ejes de la propuesta de Nuño con los ejes del normalismo rural? ¿Por qué no se evalúa abiertamente cuál es el modelo serio y necesario para un país con los problemas como los de México?
Los ejes del normalismo rural, que los estudiantes mantienen con más vigor en unas escuelas que en otras, son el académico (la preparación en las disciplinas señaladas por el plan de estudios oficial de la SEP); el productivo (capacitación en producción en milpas, huertas, crianza de ganado y talleres de herrería, carpintería y serigrafía); el deportivo (atletismo, natación, futbol, voleibol); el cultural (música, danza, payasística, pintura), y el político (la educación crítica y la participación en organizaciones sociales).
¿Aguanta la propuesta de Nuño una confrontación de modelos?
A los seis ejes de la propuesta de Nuño se le combate con los cinco ejes del normalismo rural. Los alumnos no tienen de otra: o hacen prevalecer su modelo o el cierre de las normales rurales será inminente.
Zósimo Camacho
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]
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