Es prudente recordar que el populismo es una filosofía política que apoya los derechos y el poder que las personas pueden y deben ejercen en su lucha contra una élite privilegiada; es decir, se apoya en el pueblo para construir su poder, entendiendo al pueblo como las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Por lo que basa su estructura en la denuncia constante de los males que las clases privilegiadas en los poderes han derramado sobre las mayorías empobrecidas. Y una vez más, los “intelectuales” han dado la cara para sin pudor alguno atacar al populismo, como versión política de la democracia directa. Pero ellos muy bien comidos, mucho mejor pagados y todavía más consentidos por el sistema-régimen desde el añejo priísmo, después por el panismo que pretendió ser alternancia y transición, que tristemente se quedó en más de lo mismo –o tal vez peor–; y de vuelta al clientelismo con el peñismo-priísta, con el factor común del perredismo extraviado por los “chuchos” para seguir aprovechando la sabrosa y jugosísima raja de la corrupción, común a los tres.
Esa democracia directa es la otra cara de la democracia representativa, donde los ciudadanos solamente son libres, ¡oh, Rousseau!, el día de las elecciones; aunque hay que aclarar que con el priísmo-panismo-perredismo ni siquiera ese día han podido serlo debido a la compra del voto, la manipulación electoral por parte del Trife, el ahora INE y hasta la Suprema Corte. Esto implica que ya llegados al poder y durante el período que esos representantes ejercen los cargos, únicamente vean por sus intereses personales, familiares y de partido; y por supuesto todo lo que atañe a las élites políticas y económicas con las que se coludieron y de quienes recibieron favore$$$ para llegar a “donde hay”.
Así que entre tanto compromiso que han contraído aceptando las “aportaciones” de todos esos cómplices, que entonces tienen que pagar, se olvidan del pueblo y lo engañan con el “palo y la zanahoria”, explotando a los trabajadores y a todos aquellos que participan de la actividad laboral. Así el pueblo, ante la primera oportunidad de enfrentar a la democracia indirecta o representativa, echa mano de la democracia directa para ejercer, popularmente, sus derechos políticos por la vía pacífica.
Pero si las élites enquistadas en los poderes neciamente se oponen a modificar su forma de gobierno y persisten en seguir haciéndolo jamás en favor de los ciudadanos, entonces esta acción es desviada al arsenal de las revueltas, las manifestaciones y las protestas para nombrar a sus tribunos republicanos en elecciones donde ese populismo arrasa a sus adversarios, rivales y enemigos. Esto es lo que real y cabalmente significa el actual populismo electoral; es un populismo democrático que se ha rebelado contra el populismo de derecha antidemocrático, militaroide y de corte neoliberal en lo económico.
El populismo nacionalista y democrático, con base en la democracia directa, postula un neoliberalismo político contra el capitalismo corrupto donde empresarios, funcionarios, partidos tradicionales y delincuencia han estado despojando al pueblo para someterlo al empobrecimiento, las desigualdades, cancelándole sus libertades constitucionales y encadenándolo a una singular esclavitud social. Así que ese populismo –del latín: pueblo–, renace constantemente ante los abusos que llevan a cabo las élites y, en nuestro caso, el septuagenario y cada vez más depredador priismo (para no irnos hasta el callismo). Corrupto y encubridor de sus cárteles delincuenciales desde que en 1946 el alemanismo traicionó a la Revolución, e implantó la contrarrevolución de los sexenios que atacaron el populismo de Lázaro Cárdenas, hasta el peñismo y la derechización del panismo con Fox y Calderón. Y cuando el máximo antipopulismo se desarrolló durante el sexenio maldito de Salinas, quien busca perpetuarse con Anaya o Meade.
Aquí es preciso hacer hincapié en los dos casos claros de populismo que han existido: el estadunidense y el clásico ruso. Ambos apelan al pueblo. Y han creado movimientos contra las élites por medio de una democracia populista, proponiendo la revocación de los representantes (para obtener más información sobre el tema, hay que consultar el ensayo de Margaret Canovan, en el Diccionario del Pensamiento Político, de Alianza Diccionarios, dirigido por David Miller). Así que el dirigente populista hace un llamado al pueblo con base en un programa democrático para rescatarlo de la pobreza masiva; que a su vez también profundice la democracia representativa y evite la corrupción política y económica con deslinde de responsabilidades a los funcionarios.
Ese es el populismo democratizador que a lo largo de la historia se ha ensayado en varias épocas en los países donde las élites gobernantes se han enriquecido ilícitamente con el dinero del pueblo, marginando a las mayorías y desarrollando programas sociales y económicos sólo para beneficio de las minorías depredadoras. Ese populismo es la vía pacífica para resolver los problemas de la democracia con más democracia.
Álvaro Cepeda Neri
[OPINIÓN][CONTRAPODER]
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