En México, la idea del fraude electoral es permanente. El descrédito y la desconfianza es lo que deviene en las personas al escuchar la palabra elecciones. Quizá se deba a que después de cada elección gana un nuevo presidente por el que la mayoría niega haber votado.
Además, porque las promesas no se cumplen, y la televisión, radio y periódicos se llenan de informes y propaganda anunciando éxito comercial macroeconómico, pero en la realidad de los ciudadanos la crisis económica continúa o se incrementa.
En otros países que cuentan con urnas de voto electrónico se dice que son más seguras; dicen también que detendrían los fraudes electorales en México.
La idea se oye interesante y algunos dirán que, como siempre, nos hemos tardado en usarlas.
Aunque no podemos decir que México es un país con ideas obsoletas, en la Ley Electoral del 19 de diciembre de 1911 –conocida como la “Ley Madero”– por primera vez que se hace mención de dispositivos automáticos de votación. Después, en 1918, con la “Ley Carranza”, se plantea la transición para utilizar medios mecánicos o automáticos para votar, incluyendo algunas especificaciones como: fácil identificación de partidos por colores y nombres de los candidatos; que automáticamente se marquen el número total de votantes y los votos de cada uno de los candidatos; que exista una forma de incluir candidatos no registrados; que proteja el voto secreto; que el resultado sea inmediato y visible, que incluya votos parciales de cada candidato y que los electores conozcan el manejo.
Varias de esas especificaciones no han sido solventadas hoy día, aún con el uso de internet.
¿Pero qué tanto conviene convertir los votos de papel a información digital? Eso ya lo hicimos con el dinero y obtenemos grandes beneficios (no hacemos filas y podemos comprar cosas del otro lado del mundo sin salir de nuestra casa), aunque también existen nuevos riesgos (antes nadie podía robarnos el dinero que teníamos “guardado” en el banco desde la gasolinería, o al pagar la cuenta en un restaurante; ahora sí).
Sin embargo, por sentido común nos preguntamos: ¿realmente conviene cambiar a urnas electrónicas? Vemos cómo grandes empresas sufren robos de información; que los hackers tienen cada vez más opciones para acceder, editar o robar información y no sólo ellos, los gobiernos ya han inaugurado una guerra fría digital.
Hoy esa idea parece una invitación a quitar toda validez a una elección basada en un conteo automatizado y no podemos pedir básicamente que se desconecte de internet: las posibilidades de hackear una urna incluyen el plano físico.
Por ejemplo, en países como Estados Unidos se utilizan urnas digitales y ya han dejado muestra de los problemas, pues como cualquier máquina y a pesar de que se nos dice lo contrario, fallan cuando más se les necesita.
Aquellos que critican la existencia de los hackers deben saber que hace unas semanas tuvieron su convención en las Vegas, Estados Unidos, llamada DEF CON. Ahí se dieron a la tarea de hacer pruebas con una urnas electrónicas de las que se utilizan en Estados Unidos en las votaciones; el resultado: en menos de 90 minutos lograron acceder al sistema y realizar modificaciones, lo hicieron de forma física y también de manera inalámbrica. Instalaron software malicioso para controlarlas. Considérense advertidos.
Al no haber votos fìsicos para verificar, se debe confiar en la máquina y sus registros en caso de duda. Pero con un voto electrónico no sabemos donde se guarda, si se guardó correctamente o si la máquina fue alterada y modifica automáticamente cierto número de votos para uno y otro partido.
Y si consideramos las múltiples posibilidades que tiene un hacker para modificar configuraciones, en el lugar o a distancia, llega otra vez la duda:
qué sentido tiene utilizar urnas digitales en algo tan importante como una votación para elegir el gobernante de un país.
Parece que el papel, que poco a poco es sinónimo de épocas pasadas, ofrece más confiabilidad en el conteo, rastreo y comprobación. Presenta más dificultad física para realizar los fraudes, que son famosos en México. Incluso las pruebas quedan ahí y son tan contundentes que antes de hacer recuentos prefieren destruirlas. Eso deja claro que los votos en papel pesan en todos los sentidos. Y por ello regularmente se niegan a contar nuevamente los votos, cuando el sentido común indicaría que si hay duda se pueden contar una y otra vez y verificar el resultado, finalmente para eso están ahí.
El papel no facilita el fraude y plantear la reducción de costos no es válido, porque nunca ha sido un tema de interés para las instituciones electorales, que a pesar de la grave crisis económica planteaban la construcción de una nueva sede con un costo de miles de millones de pesos.
Así que debemos preguntarnos qué es más importante, ¿el antiguo sentido común o abrazar las tendencias y confiar ciegamente en la tecnología?
Y es eso, una pregunta.
Gonzalo Monterrosa
[Sociedad Beta]
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