Muchos de los futuros “revolucionarios” convocados por el maderismo fueron educados políticamente en el periódico Regeneración, como ellos mismos lo contaron. Madero, en algún momento, llegó a apoyar económicamente su impresión, y ahí se leyeron textos de José María Maytorena (el hombre fuerte de Guaymas, Sonora) y Benjamín Hill, por mencionar algunos.
Ricardo Flores Magón se oponía a la visión de Madero porque consideraba que sólo quería una revolución política y no social y económica, además de estar contra la figura del Estado. Pero los magonistas no verían culminada su obra porque fueron reprimidos por el Estado y desgastados por el tiempo. No tanto así sus ideas que de alguna manera permean en la Constitución de 1917, que fue el documento o pacto social que resultó de la lucha revolucionaria de principios del siglo pasado. El lema de los zapatistas: “Tierra y Libertad” –y al ser Soto y Gama uno de los principales intelectuales del zapatismo– era de los magonistas. Se puede decir también que el Artículo 27 es de inspiración zapatista, cuyos simpatizantes eran los que más claro tenían los derechos y aspiraciones de los campesinos.
Lo que sí es cierto es que de 1910 a 1917 México se vio envuelto en una serie de luchas en su interior, donde hubo villistas, carrancistas, obregonistas, zapatistas, convencionistas, constitucionalistas, callistas, etcétera. Dichas facciones tenían una visión distinta de cómo podía ser este país; muchas de ellas estaban peleadas entre sí y en algunos casos hicieron alianzas, culminando, como ya lo decía, con la Constitución de 1917 y los grandes cambios en los Artículos 3, 27 y 123; el primero referido a la educación, el 27 al tema de las tierras de los campesinos y el 123 a los derechos de los trabajadores. Y qué decir de la separación Iglesia-Estado. Pero darnos la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos no fue suficiente, y la nueva clase revolucionaria y gobernante se seguía matando entre sí, como fueron muertos a balazos Pancho Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza o Álvaro Obregón, por lo que quedó como jefe máximo de la Revolución el general Plutarco Elías Calles (de ahí el mote a su nombre: Jefe Máximo de la Revolución), que estuvo detrás de dos presidentes de la República: Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio.
En ese tiempo había muchos feudos y cacicazgos políticos, militares y económicos de la familia revolucionaria; por eso fue que Plutarco Elías Calles la convocó para que se pusieran de acuerdo y no seguir peleando y matándose entre ellos. De ahí se fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el abuelito del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI). Posteriormente fue exiliado por el general Lázaro Cárdenas, a la sazón uno de los mejores presidentes que ha tenido nuestro país y que más se ha identificado con el pueblo y con la clase campesina y trabajadora.
Fue quien también creó las bases de lo que sería el PRI que ha llegado hasta nuestros tiempos. Pero entonces era para hacerse fuerte y expulsar a Calles, que seguía ejerciendo y entrometiéndose en los destinos del país. Lázaro Cárdenas fundó la Confederación de Trabajadores de México, la Confederación Nacional Campesina y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares. Obviamente, los generales producto de la gesta de 1910 siguieron en activo y haciendo política también: los grandes pilares de lo que él llamo la “segunda regeneración del partido oficial”, pues le cambió el nombre al PNR por el de Partido de la Revolución Mexicana (PRM), lo más seguro, para pintar la raya con Calles. Fue el presidente de la República que más tierra repartió a los ejidos y comunidades, que vio a estas figuras de tenencia de la tierra como una forma de vida completa y quería que los campesinos fueran sus propios patrones; fomentó el cooperativismo y la escuela socialista. Pero la presión de la burguesía y de Estados Unidos era fuerte, por lo que no pudo imponer a su candidato Francisco J Múgica como presidente de la República, un hombre brillante y de ideas progresistas, artífice de lo más avanzado de la Constitución de 1917, entre ellos el Artículo 27 en el cual trabajó junto con Heriberto Jara.
A la postre resultó electo presidente de la República Manuel Ávila Camacho, el último general presidente, hombre de derecha que refunda al PRM para transformarlo en el Partido Revolucionario Institucional, que es como lo conocemos hoy día: un partido con una contradicción en su nombre, pues se dice revolucionario a la vez que institucional. A partir de esa fecha la clase gobernante se alejó de las causas del pueblo pero siguió utilizando el imaginario a su favor para perpetuarse en el poder, y que hoy llega a la Presidencia de la República como producto de un gran fraude (como lo fue el del presidente anterior). Un “nuevo PRI”, dicen los corifeos, pero, ¿qué nuevo PRI será? Y para finalizar, ¿qué festejamos los mexicanos como Revolución? ¿Tenemos motivos realmente que festejar cuando muchos de nuestros jóvenes, estudiantes y maestros tienen un gran desconocimiento de nuestra historia y de nuestra Revolución?
El PRI desde hace mucho se alejó de sus bases, es decir, del pueblo. No obstante siguió con su discurso retórico que unificaba a todas las clases populares permitiéndole llegar al “poder” y, como válvula de escape, permitir la gobernabilidad y seguir saqueando al país. Es con Miguel de la Madrid Hurtado, en 1982, cuando el PRI de plano da un viraje en su visión de Estado y adopta la economía del llamado “libre mercado”. “Dejar hacer dejar pasar” es el lema, que significa “lo menos que se pueda involucrar el Estado en la vida de los particulares”.
Desde ese tiempo, Salinas de Gortari se fue metiendo en los círculos del poder. No olvidemos que fue secretario de Programación y Presupuesto, para resultar, en 1988, candidato electo para la Presidencia de la República. Ya desde entonces se venía consolidando el grupo que haría las reformas neoliberales, como Luis Téllez, Jaime Serra Puche, Herminio Blanco, José Córdoba Montoya, Pedro Aspe, entre otros connotados miembros del primer círculo de Salinas. Pero Salinas no ganó las elecciones en 1988 sino Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del general Lázaro Cárdenas), por lo que Manuel Bartlett tuvo que tumbar el sistema electoral. A la postre, Bartlett se convertiría en secretario de Gobernación, encargado de la política interior y por ende del órgano electoral (entonces no existía el Instituto Federal Electoral, IFE, que fue producto de la presión ciudadana por tener elecciones confiables, las cuales todavía no tenemos). Con la “caída del sistema” –como se le llamó al fraude electoral–, dieron por ganador a Salinas de Gortari. Por eso el frívolo José López Portillo dijo de sí mismo que había sido el último presidente revolucionario. Y en parte tenía razón.
Salinas de Gortari de plano rompió con la alianza campesino-gobierno y reformó el Artículo 27 constitucional, que sellaba esa alianza desde 1917 diciendo que ya no había tierra que repartir. Se acabó el reparto agrario con su arribo a la Presidencia. Durante su gobierno se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y se restablecieron relaciones con el Estado del Vaticano. Salinas buscó una legitimidad desde el exterior, la cual no tenía al interior de nuestro país. Comenzó también el desmantelamiento del Estado benefactor, comenzaron a venderse las empresas del Estado y las paraestatales.
Esta política fue continuada por Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), quien instrumentó el rescate a los banqueros con el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), gran atraco a los mexicanos, sobre todo a los de a pie o las clases más humildes, que al final de cuentas son los que más pagan. Por eso están como están, porque son exprimidos por el capitalismo rapaz.
Con el Fobaproa se privatizó el beneficio y se socializó la deuda, que todavía estamos pagando de nuestros bolsillos. Zedillo se peleó con Salinas, pero el programa de gobierno siguió siendo el mismo, no hubo diferencias.
Posteriormente llegó a la Presidencia el ranchero Vicente Fox Quesada (2000-2006), miembro del Partido Acción Nacional (PAN), hombre iletrado y de aparentes buenas intenciones, dicharachero y extrovertido, que no pudo hacer nada para cambiar el rumbo del Estado pese a decir que su gobierno era el del cambio, resultando al final su mandato un gran fiasco, pues pactó con el PRI para gobernar. De su administración, él mismo dijo: “Mi gobierno es por, para y de los empresarios”. Y aseguraba que teniendo un vocho, un televisor y un changarro, cada mexicano saldría de pobre.
Lo relevó en la Presidencia otro militante del PAN: Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), quien tampoco ganó en las elecciones, pero con la ayuda de Televisa y del Ejército se puso la banda presidencial. En términos prácticos, Felipe Calderón tomó posesión ante Televisa, que es una de los dos televisoras que llegan a todo el país. Para legitimarse, Calderón aplicó la “guerra” contra el narco, que a la fecha lleva casi 100 mil muertos, pero eso sí, protegiendo al Cártel de Sinaloa (que desde Fox ya se le protegía y por eso le dicen el “Cártel oficial”). Una guerra totalmente fallida y fuera de toda lógica, enlodando y permitiendo que el Ejército Mexicano se corrompiera. No es fortuito que casi todos los operativos de gran envergadura los tuviera que hacer la Armada de México, otro cuerpo de las Fuerzas Armadas. Así, Felipe Calderón dejó más pobres a los mexicanos al final de su sexenio que cuando empezó. Eso sí, no se cansó de decir que durante su gobierno él apoyó a tal o cual acción y lo hizo como nunca antes en la historia se había hecho, que nadie había apoyado como él. En los hechos, el PAN gobernó aliado al PRI.
Con esto se fue el panismo y llegó de nueva cuenta el priísmo con Enrique Peña Nieto, apoyado fuertemente por Televisa y los empresarios, esos que sí ganan todo el tiempo.
Peña Nieto tampoco ganó las elecciones limpiamente, pero a diferencia de los dos anteriores fraudes, éste no fue durante la elección, sino antes, porque el PRI sabía que durante el proceso electoral no podría cometerlo; por eso se previno desde mucho tiempo atrás, pues desde su ungimiento como gobernador del Estado de México a Peña ya se le venía preparando para la Presidencia de la República.
El 20 de noviembre, estoy seguro, muchos de nuestros niños y niñas se vistieron o disfrazaron de Francisco I Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Álvaro Obregón u otros revolucionarios de los que nos hablan en nuestras escuelas; estoy seguro de que marcharon juntos en el desfile sin saber nada de cómo históricamente fue, por ejemplo, que Carranza no podía ver a Pancho Villa ni a Zapata, y que Obregón mató a Carranza, o que Madero traicionó a los zapatistas, etcétera. Por eso dicen que la historia primero ocurre como tragedia y después como comedia; y precisamente eso es lo que tenemos en nuestro país, comedias de nuestra historia, que debe ser emancipadora de nuestra clase, de nuestro pueblo, de nuestra gente. El problema es que nos venden esa historia y se las compramos, y lo más grave es que nos la creemos.
Si los mexicanos pensáramos realmente más allá de nuestras necesidades inmediatas y domésticas, del día a día, y viéramos esto como país, nos daríamos cuenta de que hubo muy poco que festejar el 20 de noviembre, y que falta mucho por hacer. Desde su toma de posesión el 1 de diciembre de 2012, Enrique Peña Nieto y el saliente Felipe Calderón sacaron la reforma laboral, una puntilla más a los trabajadores, que da al traste con otra de las conquistas de la Revolución Mexicana de 1910: los derechos laborales. Todo en aras de una supuesta modernidad. Pero la modernidad no es eso, sino una corriente de pensamiento, una forma de ver el mundo que coloca en el centro al ser humano y la naturaleza a su servicio. Que por cierto, este pensamiento es muy cuestionado por los desastres que le estamos causando a nuestro hogar común que es el planeta. No en balde estamos teniendo problemas de contaminación, de cambio climático, de desertificación, de desastres naturales, la disputa por el agua, etcétera.
La lucha del pueblo mexicano como otros que se encuentran excluidos y relegados ha sido una lucha hacia la libertad. Todavía somos un pueblo colonialista que trata a sus pueblos indígenas como retrasados mentales, castrándoles su derecho a ser plenamente. Al pretender nosotros erigirnos como los que verdaderamente sabemos qué es lo que necesitan. Por eso en algunos pueblos del Norte se le rinde culto a Pancho Villa y en el Sur a Emiliano Zapata, porque supieron comprender y enarbolaron la lucha de los desposeídos. En ese sentido Zapata, también llamado el Caudillo del Sur, fue incorruptible hasta su muerte, cualidad que han heredado los neozapatistas (me refiero al Ejército Zapatista de Liberación Nacional), que siguen luchando y no han claudicado. Nosotros hemos fallado. La “verdad oficial” cuesta mucho romperla y nos tiene arropados, rodeados, nos impide ver, diríamos, la verdadera verdad.
Los nuevos caciques que regentean en los pueblos y comunidades –y en las ciudades también– dicen que nos va a ir muy bien con el nuevo gobierno. Así nos han dicho siempre y siempre nos va mal. Debemos, por lo tanto, festejar a nuestros héroes: Villa, Zapata, Felipe Bachomo, Nacabeba, Ayapin, Cajeme, Tetabiate, Jerónimo, Victorio, Francisco Tenamaztle; todos aquellos y aquellas que lucharon porque fuéramos libres, porque no nos explotaran ni sometieran como actualmente nos tienen, lo cual implica una nueva visión del mundo, no repetir los esquemas de los que nos están dominando, construir nuestra verdad, porque la verdad es una construcción social, lo mismo que la objetividad. Busquemos qué es lo que nos hace pueblo, qué nos hace comunidad, porque la liberación es en colectivo, no es individual. Ya he dicho en otras ocasiones que muchos queremos hacerlo solos, pero mucho me temo que es un camino equivocado, y muchos se han ido así, por el individualismo. El mal del mundo es el exacerbado individualismo.
Tenemos que anteponer nuestra verdad a esa verdad de ellos y que no nos sirve. Tenemos que derribar este estado de cosas y al Estado mismo, porque no nos sirve y no nos representa. Eso debemos tenerlo claro, porque si no, vamos a seguir repitiendo viejos esquemas y nos vamos a sentir traicionados, cuando traicionados ya estamos desde hace muchos años y nos la siguen aplicando. La verdadera revolución la vamos a hacer nosotros y la estamos haciendo. Revolución que implica trabajar, estudiar, platicar con la gente, concientizar, acompañar luchas, en una palabra: reeducarnos principalmente, porque tenemos que sacarnos esta basura del cerebro que nos impide ver bien y entender. Por eso es que no entendemos ni conocemos en qué consistió el zapatismo, qué fue el magonismo y la gloriosa División del Norte con Pancho Villa a la cabeza, acompañado de los no menos grandes generales Toribio Ortega, Rosalío Hernández, Pánfilo Natera, Tomás Urbina, Felipe Ángeles, Maclovio Herrera, Manuel Chao, Raúl Madero, etcétera, que fueron quienes destrozaron al Ejército Federal porfirista en la toma de Zacatecas ante el enojo de Carranza. Éste había ordenado suspender el abasto de carbón a los trenes de la División del Norte para que no avanzara hacia la Ciudad de México, permitiendo con esto que Álvaro Obregón llegara más pronto, por el Océano Pacífico, a la Ciudad y firmara los Tratados de Teoloyucan con los representantes del derrotado viejo régimen. Carranza, en el fondo, no creía en las causas populares, veía al pueblo con desconfianza, era un viejo lobo de mar.
Aunque debemos decir que en el bando del carrancismo andaban generales de izquierda de gran valía, como el sinaloense Salvador Alvarado, hombre muy cercano y brazo derecho de Adolfo de la Huerta. Alvarado, como gobernador en Yucatán, hizo grandes cosas y su nombre se encuentra inscrito en letras de oro del Congreso de ese estado. Por eso en Sinaloa existe un municipio con ese nombre.
Otro héroe que los sinaloenses debemos recordar es a Gabriel Leyva Solano, de los primeros caídos en la lucha armada de 1910. De ahí el nombre del municipio de Sinaloa de Leyva y de un poblado en el valle de Guasave.
Los dominadores no quieren que tengamos nuestros héroes ni que pensemos por nosotros mismos, porque eso pone en duda su hegemonía. Pensar es peligroso, pero necesario si realmente queremos ser libres y tener otro futuro. Por eso, cada 20 de noviembre festejemos a nuestros héroes, a nuestros caídos, porque ellos son nosotros y nosotros somos su continuidad. Somos el pueblo en resistencia porque no puede ser de otra manera, dadas las actuales circunstancias en que vivimos. Ser o actuar de otra forma es ser cómplice, si no de manera activa, sí de manera pasiva.
A la Revolución ya le quedó el puro nombre. La Revolución y el festejo están en otra parte –me decía y me sigo diciendo–. Está en los trabajadores, en los campesinos, en los maestros, en los estudiantes y en todas y todos que se resisten a que les arrebaten sus derechos. Está en aquellos que luchan, que no se dejan. Está en los que no son confundidos por la parafernalia del gobierno, los medios de comunicación (televisión, radio, prensa) y las “modas”. El mundo hay que entenderlo al revés, como dice Eduardo Galeano en Patas arriba. La historia del mundo al revés.
Por eso digo y sostengo que la Revolución está en otra parte, no donde dicen que está. Lo que hoy tenemos son festejos sin sentido real para las verdaderas causas de las mayorías, pero muy útiles para los de arriba.
Y máxime ahora que el Estado mexicano privatiza el petróleo. El PRI ha venido dando un vuelco tremendo en su ideología, en su pensar y en su hacer, así que sugiero que sería bueno cambiarle de nombre y junto con el PAN se hicieran un solo partido, porque hoy la derecha tiene tres partidos visibles: el PRI, el PAN y el Partido Verde Ecologista de México. Poco a poco el Estado mexicano ha ido muriendo o lo han venido matando estos partidos.
Mientras, los pueblos, las comunidades y todos los excluidos y excluidas vienen resistiendo a este avasallamiento del capital a como logran entender. En esa resistencia estamos.
*Abogado y maestro en desarrollo rural; integrante del Centro de Orientación y Asesoría a Pueblos Indígenas, AC
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