Segunda de tres partes
La propuesta rusa de integración de una gran zona económica que comprenda desde la ciudad de Vladivostok hasta Lisboa, Portugal, deja ver claramente un objetivo: romper el área de integración euroatlántica. Además, en la histórica conferencia de países de religión islámica en Kuala Lumpur (2003), Putin presentó a la Federación actual de Rusia como “defensora histórica del Islam” (dejando atrás la invasión de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, a Afganistán), pero también, consecuente, si consideramos que el islamismo es la segunda religión más numerosa dentro de la Federación.
Con todo esto, China está respondiendo al giro estratégico anunciado por el presidente Barack Obama en la Cumbre de la Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC) de 2011, celebrada en Hawái, que presupone la consumación de un cambio en el pensamiento estratégico, en la concepción política y militar de Estados Unidos, que abre un proceso de transición estratégica desde su indisputable dominio de más de medio siglo de toda la región continental atlántica hacia el nuevo motor dinámico de la economía mundial, hacia la región de las grandes definiciones estratégicas y de las grandes potencias en ascenso y de los más poderosos ejércitos, con vocación y acción de poder global. El mundo ha cambiado mucho en el cierre del siglo XX y poco más de la primera década del siglo XXI. Nos adentramos irreversiblemente en una nueva era.
Tanto China como Rusia no se preparan para una guerra ya decidida y planificada, sino para su tremenda y desafortunada eventualidad histórica. Firman diversos instrumentos jurídicos de cooperación militar con Estados Unidos, Japón, Europa, sobre la seguridad colectiva, regional-global, pero, desgraciadamente, nunca puede descartarse, porque así ha sido la historia de las luchas por el gran poder en los territorios nacionales, regionales y a escala internacional desde hace más de 2 mil años. En América Latina también se han forzado cambios de régimen, en una gran alianza de los gobiernos estadunidenses con los bloques de derecha nacionales, que se rehúsan al desarrollo de nuevas concepciones para el progreso nacional, aunque hayan sido sancionadas por mayorías electorales, y se maniobra de 1 mil maneras para imponer el retroceso logrado en Paraguay y Honduras, con sonados fracasos en Venezuela y Ecuador.
Como establecimos antes, la transición estratégica de las doctrinas de seguridad y defensa dentro del proceso RMA-Estados Unidos, se inicia con la llamada “pausa estratégica”, un periodo inédito comprendido entre la desaparición de la URSS y la emergencia de un nuevo competidor o potencia global, concepto que llegó a ser empleado por el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Les Aspin. Su plan sobre reestructuración de las Fuerzas Armadas se llamó Bottom-Up Review, en 1993, lanzado durante la administración Clinton para justificar diversas decisiones en materia de defensa, criticado por la oposición republicana que consideraba necesario y posible aprovechar dicho periodo para transformar todo el entramado militar estadunidense y enfrentarse diferenciadamente a eventuales conflictos futuros. La visión de los republicanos al respecto se consensó en el documento elaborado, a solicitud, por un think thank neoconservador con el título Proyect for a New American Century, en 2000. Pero, Leslie Aspin según comenta John Barry (26 de diciembre de 1993), entendía que: “La arquitectura básica se había diseñado 45 años antes por el primer secretario de Defensa, James Forrestal, y decía por ello: ‘Ahora tengo la oportunidad de estructurar la defensa estadunidense para los próximos 45 años’; así lo dijo Aspin a un amigo en enero pasado [se refiere a 1992], cuando aceptó el cargo”.
Comenzó a sentar las bases de una nueva estrategia de defensa al plantear su escepticismo sobre la prosecución de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI, por su sigla en inglés, lanzada por Regan), su inclinación por una Marina más pequeña y el recorte de tropas destinadas a Europa, proyectos que provocaron la desconfianza de los mandos militares. Y agrega Barry: “Fue, de hecho, un chivo expiatorio para el traspiés de la administración Clinton en Bosnia, Somalia y Haití. Intensificó los esfuerzos militares y aprobó una operación para capturar al Señor de la guerra, Mohamed Farrah Aidid. Pero la operación resultó en la muerte de 18 soldados y el derribo de tres helicópteros estadunidenses. Ante las fuertes críticas del Congreso, y asumiendo su responsabilidad, el secretario Aspin tuvo que presentar su dimisión a finales de 1993, tras sólo 1 año como jefe del Pentágono. El fracaso de Somalia, además el debate sobre la integración de los homosexuales en el ejército, el enfrentamiento de Aspin con los mandos militares y la Oficina de Presupuestos sobre el tema de en qué medida había que reducir el presupuesto militar, definieron su futuro (http://www.thedailybeast.com/newsweek/1993/12/26).
La RMA en Estados Unidos fue lanzada formalmente en 1997, pero cobró fama internacional cuando el entonces presidente George W Bush y su secretario de defensa, Donald H Rumsfeld, publicitaron sus objetivos de lograr una transformación de conjunto de la defensa estadunidense (no parcial como la propuesta por Les Aspin con Bill Clinton) como prioridad política de la nueva administración republicana.
Las Revoluciones en Asuntos Militares se producen regularmente luego de eventos que rompen con las tendencias precedentes. La RMA constituye un proceso de cambio profundo en la forma de combatir de un ejército frente a posibles enemigos, motivada por la introducción de nuevos sistemas militares, armas, doctrinas, conceptos y organización de la fuerza militar, lo cual convierte en obsoleta la estructura de combate precedente. Las podemos encontrar una y otra vez a lo largo de la historia junto con la aplicación de nuevas tecnologías al poder militar, o a partir de grandes eventos, generando un cambio radical en la forma de pensar, conducir y ganar la guerra. Como en otros casos, no existe unanimidad entre los estudiosos, pero la innovación tecnológico-militar es sólo una parte de la ecuación total, y el elemento crítico central de las RMA es de naturaleza conceptual, porque modifica los paradigmas en que se apoya hasta entonces la propia ciencia militar.
Las RMA modifican, por ello, las relaciones del Estado con la sociedad, entre los estados, así como la capacidad de éstos para proyectar su poder militar a través de sus ejércitos profesionales y su capacidad de matar y destruir. Por consiguiente, la RMA actual en Estados Unidos ha modificado las estructuras militares, las teorías y doctrinas, así como el entono militar global de la seguridad en el mundo, pero no a fondo.
El eje fundamental de esta nueva forma de concebir la guerra (armas a emplearse, tipos de preparación militar, estructura de las fuerzas de despliegue, posicionamiento territorial, etcétera) desde Estados Unidos, es el Capstone Concept for Joint Operations (Concepto Capstone de Operaciones Conjuntas). El 15 de enero de 2009 el almirante Mike J Mullen, entonces jefe del Estado Mayor de la Defensa estadunidense, presentó el Capstone Concept for Joint Operations como un concepto que marca los grandes principios que deberán guiar el empleo de las Fuerzas Armadas del país para el periodo comprendido entre 2016 y 2028. El concepto ha sido elaborado por el Mando Conjunto estadunidense, e incorpora tanto las lecciones aprendidas de los recientes conflictos (Afganistán e Irak) como las tendencias identificadas en los estudios prospectivos que ha realizado este órgano encargado de liderar la transformación militar estadunidense.
El concepto angular, que orienta el desarrollo de nuevos conceptos operativos y la adquisición de nuevas capacidades militares, se fundamenta sobre tres premisas clave:
1. Que el ambiente estratégico presente y futuro es incierto, complejo y conflictivo.
2. Que ninguna crisis podrá resolverse satisfactoriamente con el empleo aislado del poder militar, por lo que éste deberá combinarse e integrarse con otras iniciativas de tipo civil, político, económico, humanitario o informativo.
3. Que las fuerzas armadas del país deberán disponer de un catálogo de capacidades equilibrado y adecuado, tanto para la guerra convencional como para el combate irregular e híbrido.
Contempla un escenario estratégico de enorme incertidumbre, complejidad y cambio, con nuevos actores, dinámicas, peligros, sorpresas estratégicas y conflictos de distinta naturaleza e intensidad, que podrán surgir en cualquier punto del planeta. Sostiene igualmente que Estados Unidos no verá comprometida su primacía global, aunque sí limitada su presencia regional por la emergencia de nuevos competidores y la creciente dificultad política para mantener el tamaño de sus fuerzas avanzadas. También verá disputada su hegemonía en áreas puntuales como el espacio, el ciberespacio o la información, y amenazada su autonomía operativa por la difusión de adversarios irregulares (que no actúan conforme a los usos y costumbres de la guerra) e híbridos (que combinan métodos y medios irregulares con acciones convencionales), así como las cambiantes percepciones de las sociedades occidentales en el empleo de la fuerza militar.
Todo ello obliga a reforzar la supremacía militar estadunidense en áreas consideradas clave como el espacio, el ciberespacio, la esfera informativa y la fuerza de disuasión, incrementar la capacidad de proyección y sostenimiento global de la fuerza y desarrollar capacidades específicas para la lucha irregular. Exige también integrar todos los instrumentos del potencial nacional y cooperar con la comunidad internacional para afrontar satisfactoriamente estos retos de alcance global, actuar “proactivamente” para evitar que emerjan nuevas crisis. En suma, una gran alianza internacional para mantener su hegemonía global, apuntalada por su superioridad militar estratégica frente a los nuevos retos.
Una vez analizado el ambiente estratégico, el documento enumera los cinco grandes cometidos que deberán llevar a cabo –de forma autónoma o con el apoyo del resto de instrumentos de la nación– las fuerzas armadas estadunidenses:
1. Garantizar la defensa del territorio, intereses, ciudadanos y fuerzas estadunidenses frente a cualquier ataque, mediante la disuasión, la seguridad cooperativa, la defensa avanzada o la respuesta militar.
2. Mantener la disuasión mediante la preservación del potencial convencional y el reforzamiento del nuclear, el mantenimiento de la presencia avanzada, la revisión del patrón de despliegue global y el fomento de acuerdos de seguridad con otros países.
3. Reforzar la seguridad cooperativa mediante compromisos bilaterales y multilaterales o la prestación de asistencia y ayuda militar directa a socios y aliados de Washington.
4. Responder a cualquier crisis que surja en cualquier punto del planeta, que puede abarcar desde la asistencia humanitaria hasta la guerra convencional o nuclear contra adversarios avanzados, pasando por el combate irregular, operaciones de cambio de régimen, ocupación o de construcción nacional (nación building).
5. Triunfar en cualquier conflicto, bien sea convencional, irregular o híbrido y asegurar el pleno dominio militar estadunidense en toda la gama de operaciones.
Seguidamente, el documento describe las cuatro grandes actividades militares para las cuales deberán organizarse, equiparse, adoctrinarse y adiestrarse las fuerzas armadas de Estados Unidos: a) el combate; b) la seguridad; c) el compromiso; y d) la reconstrucción y el socorro. Todas cuestiones fundamentales en la práctica vistas en Oriente Medio, África del Norte y en América Latina, tras de dos objetivos estratégicos: acrecentar la brecha de capacidades militares entre Estados Unidos y cualquier otro posible adversario; y mantener el sistema hegemónico.
Para América Latina, todo lo anterior conlleva tres riegos esenciales: 1) amenaza de operaciones desestabilizadoras en gobiernos del “giro a la izquierda”, precedidas de “guerra informativa” mediante grupos de “operaciones especiales”, aprovechando o induciendo cualquier tema que resulte conflictivo a tales gobiernos; 2) mantenimiento de la presión militar, con instalación de nuevas bases militares, oferta de entrenamiento y adiestramiento táctico a militares y policías latinoamericanos, para lo que el tema de la criminalidad transnacional seguirá siendo idóneo, aunque emerge el de la contención de movimientos sociales en los centros urbanos, instalando escuelas de entrenamiento especiales al efecto, como la establecida en Chile; y 3) el boicot, abierto o disfrazado, a iniciativas que en la región pretendan bajar el nivel de presión desde el gobierno estadunidense en temas como el uso de drogas ilícitas (se rechazó en la última Cumbre de las Américas la iniciativa, apoyada por varios países, sobre la legalización de la marihuana, que golpea directamente el paradigma fallido impuesto por Estados Unidos y las potencias occidentales de “guerra contra las drogas”, que ha ensangrentado a las naciones latinoamericanas), o bien, alternativas autónomas a las políticas de seguridad regional, como las diseñadas en los órganos correspondientes de Unión de Naciones Suramericanas, las políticas de recuperación del control de sectores estratégicos por parte del Estado, etcétera.
*Economista y maestro en finanzas, especializado en economía internacional y en inteligencia para la seguridad nacional; miembro de la Red México-China de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México
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