Hemos dicho muchas veces que la privacidad se va convirtiendo en cosa del pasado. Con Facebook, Whatsapp y tantas aplicaciones que permiten comunicarnos utilizando nuestros smartphones, ahora ya es casi obligatorio que los demás sepan en qué lugar te encuentras y con quién; y además debes estar disponible en todo momento. Aunado a esto, la violación a la privacidad y el espionaje para recolectar información sobre los hábitos de las personas con una finalidad económica se van convirtiendo poco a poco en el estándar.
El caso más reciente es la demanda que sufre en estos momentos la empresa Bose, fabricante de los famosos audífonos inalámbricos. Aparentemente, la empresa consideró excelente la idea de que los usuarios, además de pagar una buena cantidad de dinero por los aparatos, también debían nutrir a su equipo de marketing mientras escuchan su música. Se acusa de que Bose podría recibir, mediante la app, datos sobre la música que les gusta a los usuarios, los programas de radio que escuchan y los podcast favoritos, entre otras cosas.
Con esa información se podría hacer un perfil de la persona, con sus gustos personales, sin mencionar que para descargar la app el usuario se registró con su nombre y correo electrónico. La sospecha viene de que Bose tiene un convenio con la empresa Segment.io dedicada a vender la información de los usuarios.
De comprobarse la acusación sería sólo un ejemplo más de lo difícil que es para las empresas aguantarse las ganas de espiar a sus usuarios porque el avance de la tecnología lo facilita.
Muchas apps, servicios y redes sociales, primordialmente Facebook, realizan esa recolección de información de sus usuarios. Saben que cualquiera que pueda comprar un teléfono inteligente y al contar con servicio de internet pueda comprar otras cosas. Lo que necesita hacer es juntar esos datos que le ofrecemos sobre nosotros mismos, los lugares que visitamos, la escuela a la que vamos, las rutas que recorremos, las personas con las que nos reunimos, lo que nos gusta, lo que nos llama la atención, la música y películas que compartimos, los libros de los que hablamos.
Mediante un algoritmo sabrán que anuncios deben mostrarte. Es por eso que nunca verás anuncios de un Rolex: saben que es muy poco probable que te interese o que puedas comprar un reloj de dicha marca, también habrás notado que no te ofrecen vehículos de lujo. ¿Por qué no? Pues por la zona donde vives: aunque estés en Polanco o en las Lomas de Chapultepec, Facebook al igual que Google saben que después de cierta hora comienza tu largo regreso a casa. Resultado del algoritmo: no vives ahí, eres trabajador y a lo máximo que aspirarás será a un Iphone en pagos. Los anuncios que ves son usualmente lo que está dentro de tu capacidad económica y algunos productos para los que ahorrando unos cuantos meses podrías adquirir. Así Facebook y Google tratan de ofrecer a sus anunciantes clientes potenciales, no anuncios masivos que serían un desperdicio.
Ésa es la teoría del negocio, recolectar datos precisos para sus ventas. Y estaría muy bien si no violara la privacidad de las personas. Además, no se debe perder de vista el riesgo que representa que se concentre y comparta tanta información personal sin conocimiento del afectado.
En una situación mucho más cercana, a muchos les ha sucedido que estando en la escuela dejan abierta su sesión de Facebook, y quien la encuentra hace una broma pesada publicando algo que le hará pasar un momento incómodo y burla de sus amigos o compañeros para después cerrar la sesión.
Y aunque no es la forma más ética de avisarle a alguien que dejó su sesión abierta, sí es una muy impactante para que puedan medir algunas de las consecuencias y hacerse consciente de que es importante tener en cuenta la información a la que pueden tener acceso. Porque esa persona que encontró la sesión abierta, en lugar de avisar, se dedica a investigar y a explorar sobre tu vida. Ese desconocido de pronto se encuentra con mensajes de los padres, hermanos y hermanas, familiares y amigos. Direcciones, lugar donde se estudió, donde se trabajó, opiniones políticas y burlas.
En Facebook damos like o me gusta a lo que llama nuestra atención y que quizá nos gustaría seguir recibiendo. A lo que nuestros amigos comparten, los sitios que son frecuentados o los viajes que realizamos, el seguimiento de asuntos políticos por ejemplo, aunque no los compartas, la red social detecta que hiciste clic y el tiempo que permaneciste leyendo. Poco a poco Facebook sabe más de ti que tus conocidos, que tus amigos, más que tus propios familiares.
Aparentemente se aprovechan de todo. Desde hace mucho los usuarios se quejaban del botón me gusta, querían más opciones, por lo menos la que la de no me gusta. Facebook cumplió y fue más allá, ofreció algunos como, me enoja, me entristece, me asombra, me encanta. También innovaron y en el estado se ofrecieron opciones como me siento contento, triste, sensible, terrible, enojado, decepcionado, etcétera.
Esas opciones ayudaron a mejorar la interactividad. Sirvieron para medir el éxito de las publicaciones a los social media managers y para el manejo interno de la red social. Pero ahora se muestra como otro ejemplo de cómo se aprovechan de esa información que los usuarios comparten. Un documento interno de Facebook en Australia indicaba que la red social trabajaba en un estudio en el cual se realizaba un seguimiento de los estados y publicaciones de los más jóvenes para detectar los estados de ánimo y momentos de vulnerabilidad sentimental, un momento que los anunciantes consideran valioso. Y tomando en cuenta que la edad mínima para crear una cuenta es de 13 años, dichas pruebas violarían las leyes australianas que tratan sobre publicidad y menores. Facebook respondió diciendo que no ofrece herramientas basadas en estados de ánimo a sus anunciantes, que dicho estudio se ofreció a los anunciantes para que vieran cómo se expresaban los usuarios, y que se trataba de datos anónimos. Pero se disculpó porque dicha investigación no respetó sus propios lineamientos internos. Toda una respuesta de relaciones públicas, pero nos muestra tal y cómo ven a sus usuarios, como ratas de laboratorio, hasta que de alguna forma se hace público.
Si bien es probable que alguna vez dejemos abierta la sesión en una computadora pública, o que por algún momento seamos víctimas de algún hacker novato o experimentado, el riesgo mayor está en otra situación más común: redes sociales, sitios web y apps recolectando nuestra vida privada sin muchas legislaciones que nos protejan, por lo menos no aquí en México.
Gonzalo Monterrosa
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