Europa se está resquebrajando. El viejo, y ¡ay! cuán socorrido estribillo, acompaña esta vez la avalancha de negros nubarrones, precursores de la gigantesca tempestad que se avecina. Europa se está resquebrajando, repiten insistentemente las fuentes transatlánticas, empeñadas en persuadirnos que la apuesta por la unidad europea tiene los días contados. Sí, esta vez la advertencia nos llega de Washington, aunque también de los populistas griegos, dispuestos a jugar a fondo la baza de la destrucción/reconstrucción de las endebles estructuras de la Unión Europea.
Muchos son los heraldos de la inminente desgracia, aunque distintas las partituras que vaticinan el ocaso del sueño europeísta. Algo huele a podrido en el viejo continente, aseguran las almas caritativas de Washington, Nueva York o Londres. ¿Mero catastrofismo? Efectivamente, muchas cosas huelen a podrido en estas latitudes. Los males que achacan a los europeos tienen nombre: crisis económica, populismo, racismo, xenofobia, una gigantesca oleada de inmigrantes (y no sólo refugiados) que busca el bienestar en países opulentos, unos confines comunitarios convertidos en coladero, una nueva amenaza: el radicalismo islámico, que se abre camino a pasos agigantados en los países de Europa occidental. Pero hay más.
En esas circunstancias, nada halagüeñas para los pobladores del viejo continente, aparecen, ¡cómo no! los pájaros de mal agüero. Se trata de personajes ilustres, que utilizan su prestigio para entonar las primeras notas del canto del cisne comunitario. No, ése no es el Réquiem por la señora Europa, aunque sus intérpretes tratan de convencernos que nuestro proyecto no tiene porvenir. ¿Sus alegaciones?
Empecemos por la rivalidad entre los dos imperios: Estados Unidos y Rusia. Durante la primera quincena de febrero, el exsecretario de Estado estadunidense, Henry Kissinger, se entrevistó en Moscú con el presidente Putin. Su cometido: tratar de convencer a los dueños del Kremlin de la utilidad de sumarse al proceso de globalización capitaneado por Washington. Lógicamente, ello implica el abandono por parte de Rusia del proyecto BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que preocupa tanto a los grandes bancos estadunidenses como al propio Fondo Monetario Internacional (FMI).
Kissinger, artífice de la crisis del petróleo que desembocó, en 1974, en la creación del petrodólar, es un ferviente defensor de la política económica llevada a cabo por el Partido Republicano. Consciente de que un posible descalabro del sistema financiero mundial afectaría no sólo al futuro inquilino de la Casa Blanca, sino también y ante todo a los duendes de Wall Street, el exsecretario pidió a los rusos que actúen con exquisita prudencia a la hora de deshacerse de los bonos del Tesoro estadunidense adquiridos en las últimas décadas.
En efecto, una venta masiva podría provocar el colapso de las instituciones financieras de Estados Unidos. El impacto del crac superaría la debacle bursátil de 2008.
El no menos sonado viaje del periodista y escritor norteamericano Robert D Kaplan a los Balcanes coincidió, extrañamente, con la estancia de Kissinger en Moscú. Kaplan, que se hizo famoso a raíz de sus análisis sobre la evolución de los países de Europa oriental tras la caída del imperio soviético, no dudó en advertir a los políticos de la región –Rumanía, Bulgaria, Polonia, los Estados bálticos– que “Europa tiene problemas, ya que está sumida en una crisis muy profunda”, que los gobernantes difícilmente podrán superar. Por si fuera poco, Kaplan sugiere que la clase política de Europa oriental está cada vez más propensa a dirigir sus miradas hacia Estados Unidos, único protector válido y poderoso.
El experiodista independiente que pisó por vez primera el suelo balcánico en 1981, apuesta por la vuelta de las divisiones americanas al viejo continente, donde, según él, han de estar acuartelados, ya que su presencia podría disuadir al enemigo: Rusia.
Por su parte, el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, advierte en las mismas fechas que la Organización del Tratado del Atlántico Norte dispone de armas nucleares y no descarta su posible (aunque por ahora hipotética) utilización. Mensaje dirigido a Moscú que, según Stoltenberg, está llevando a cabo una política agresiva.
Por último, aunque no menos importante, es el deseo del propio presidente Barack Obama de intervenir de manera directa o indirecta en la campaña del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. El inquilino de la Casa Blanca tratará de persuadir a los ingleses sobre las ventajas de su pertenencia al club comunitario. Una misión extremadamente difícil, teniendo en cuenta el rechazo de la sociedad inglesa de su política de globalización, así como el sentimiento generalizado de que los políticos europeos son incapaces de gestionar los asuntos de la Unión.
Tampoco hay que olvidar la otra cara de la moneda: Inglaterra ha sido, es y será la punta de lanza de los intereses estadunidenses en Europa. Lo advirtió en su momento el anglófobo general De Gaulle, y lo han podido comprobar sus sucesores.
En resumidas cuentas: ¿se está resquebrajando Europa? O, mejor dicho ¿a quién le interesa el que Europa se esté resquebrajando?
Adrián Mac Liman*
*Analista político internacional
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
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