Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
El permanente franquismo es un agravante peligroso del fracasado modelo productivo, un modelo que se inició en la década de 1960 sobre el ladrillo y sigue a pesar de su fracaso. Domenech, Buster y Raventós han escrito con muy buena puntería que en España, la actual “corrupción sistemática echa sus raíces en el capitalismo oligopólico de amiguetes en el que se transformó la estructura de poder empresarial del franquismo con las privatizaciones de la transición”.
Buen indicador de esa corrupción es que los tribunales españoles investigan hoy 1 mil 661 casos de corrupción política y financiera, al tiempo que más de 300 políticos profesionales están imputados por presunta corrupción, aunque sólo cuatro estén en la cárcel y ningún empresario o banquero, la otra parte del tándem. Pues para que haya corrupción son necesarios corrompido y corruptor. Otra línea directa del franquismo.
Por eso sólo un 4.5 por ciento de contribuyentes declara a Hacienda más de 60 mil euros anuales. Por eso hay una economía sumergida del 25 por ciento del producto interno bruto, (una pérdida de recaudación por IVA de más de punto y medio respecto a la media de la Unión Europea). Por eso un tercio o más de billetes de 500 euros están en España, que ocupa el lugar 30 de corrupción de la lista de Transparencia Internacional, tras Chipre y Botsuana.
Hay un sello inequívocamente franquista (cuando los poderes políticos estaban en indecente tótum revolútum) en la reciente decisión de la Fiscalía de no investigar los contratos del ministerio de Fomento con los generosos empresarios donantes del gobernante Partido Popular. Porque esa investigación es impertinente, dijo el fiscal. ¿Impertinente? ¿Que molesta con sus exigencias? ¿Que se comporta con insolencia y descaro? ¿Inoportuna, indiscreta? Que eso significa sobre todo el vocablo impertinente.
Sorprende que, cuando una parte notable de ingresos públicos se van por la cloaca de la sistemática corrupción, no se quiera averiguar por dónde se van y a beneficio de quién desaparecen. Como también lleva el sello del nunca expulsado del todo franquismo, que en los primeros meses de gobierno de Rajoy gobernara con más de 30 decretos-ley.
Y, como recuerda Juan Luis Gallego, es muy franquista que en los últimos tiempos se dispare el más rancio y ridículo patriotismo que practica por sistema el odio contra el contrario. Patriotismo que se opone con ferocidad y malas artes “a la integración de los inmigrantes, al laicismo, a la bioética, al matrimonio homosexual, al pacifismo, a la igualdad de mujeres y hombres, a la discriminación positiva en favor de la mujer…”.
Como dijo hace poco Carmen Negrín, nieta del que fuera presidente de gobierno republicano Juan Negrín, “el franquismo nunca se ha ido: se ha transformado, se ha adaptado y está muy presente en toda la sociedad española”. Hasta el muy conservador Financial Times ha publicado que los dirigentes del Partido Popular “no han acabado su viaje desde sus orígenes franquistas a un centro-derecha moderno”.
A quienes crean que no hay para tanto, recuerden, como ha dicho el historiador Paul Preston, que en el bando que se rebeló contra la legítima República, el bando franquista, “había un plan de exterminio” de todos quienes no estuvieran de acuerdo con ellos. ¿Qué tiene que ver hoy? Pues que realmente son mala gente, pintiparados para aplicar sin vacilar la “doctrina del shock” que nos explicó Naomi Klein.
El franquismo que no acabamos de echar es grave obstáculo para que la ciudadanía de España se libere de la crisis-saqueo.
Algo habrá que hacer.
*Periodista y escritor
Fuente: Contralínea 356 / 14-19 octubre de 2013
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