Al general Samuel Lara Villa, in memoriam
El pasado 29 de abril falleció el general brigadier del Ejército Mexicano José Francisco Gallardo Rodríguez. La partida del general Gallardo consternó a defensores de derechos humanos, activistas, integrantes de movimientos sociales, militantes de organizaciones políticas, intelectuales y estudiantes. Murió sin que se le hiciera justicia y sin recibir respuesta a una carta que envió al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.
Probablemente como no ocurría con militar alguno desde el periodo revolucionario, su partida dejó un sentimiento de pérdida entre la izquierda social mexicana. Redes sociales y algunos medios de comunicación dieron cuenta de pronunciamientos, despedidas y homenajes que al general le rindieron colectivos, sindicatos, asociaciones, organizaciones y personas en lo individual durante la semana siguiente a su muerte.
Sobreviviente a sumarios Consejos de Guerra, la prisión militar, la persecución de los aparatos del Estado, a la calumnia y a campañas de desprestigio, el general Gallardo sucumbió ante la enfermedad Covid-19 que contrajo durante sus labores como asesor de la bancada del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en el Senado de la República. Contaba 74 años de edad.
El tremor que generó la muerte del general entre los movimientos sociales tuvo su equivalente inverso entre la clase política. De no ser por las condolencias de un par de senadores que expresaron a través de sus redes sociales y de algunas lamentaciones de compañeros de partido, el silencio rayó en lo indignante.
Como candidato opositor, López Obrador apoyó la causa del general Gallardo. Éste le correspondió sumándose a la suya, de transformar el país y, con ello, transformar a las Fuerzas Armadas Mexicanas. De hecho, el militar fue candidato, en dos ocasiones, al gobierno de Colima por Morena con el respaldo del hoy presidente. En la entidad luchó por hacer crecer al partido en el que creyó. Sin embargo, nunca fue un incondicional y no guardó silencio ante lo que consideraba injusto o incorrecto del partido y del actual gobierno.
La cercanía entre Gallardo y López Obrador, luego del triunfo electoral de 2018, era tal que se pensaba que el general tendría lugar en el gabinete como secretario de Estado, subsecretario o director general. Hubo quienes lo vieron como secretario de la Defensa, aunque realmente tuvo ahí pocas posibilidades por las resistencias que generaría en los círculos castrenses. Muchos sí lo veían en otras dependencias relacionadas con la seguridad.
El distanciamiento inició precisamente al ser relegado del Poder Ejecutivo. Por su parte, el general Gallardo criticaría la creación de la Guardia Nacional. La comunicación entre ambos personajes se reduciría al mínimo. Finalmente, Gallardo declararía que al presidente de la República lo había doblado la elite militar, cuando la repatriación de general Salvador Cienfuegos –acusado de narcotráfico en Estados Unidos– que gestionó el gobierno mexicano.
La declaración probablemente molestó sobremanera al presidente López Obrador. De otra forma no se entiende el sepulcral silencio ante la muerte del general. Ante el deceso de otras personas, incluso de la farándula, ha llevado su pesar a la conferencia matutina diaria. Ha enviado condolencias a los deudos sin que medie siquiera pregunta de la prensa. Para Gallardo no hubo palabras del presidente ni del gabinete, ni de las Fuerzas Armadas ni del partido.
Desde el 16 de abril de 2019, el presidente de la República recibió en su despacho una carta firmada por el general Gallardo. El militar, le explicaba en la misiva, se la enviaba al jefe del Estado mexicano y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.
El documento –que publicamos íntegramente con esta entrega– [Carta Gral Gallardo Rodríguez] es casi igual al que envió a tres antecesores del hoy presidente López Obrador: Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón y Vicente Fox. De los cuatro no recibió respuesta alguna.
Solicitaba el cumplimiento de cinco demandas y argumentaba la justeza de las mismas. Como se recordará, el general ganó los juicios que, agotando los recursos en México, interpuso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Coidh). Demostró su inocencia de lo que se le acusó en México (insubordinación e injurias contra el Ejército mexicano) y se acreditó como víctima de atropellos por parte de superiores castrenses y civiles. La sentencia de la Corte tuvo que ser aceptada por el Estado mexicano, pero nunca se cumplió. El general Gallardo murió 2 años y 13 días después de haber solicitado al actual presidente que lo ordenara.
En octubre de 1993, la edición 22 de la revista Forum publicó –bajo el título “La necesidad de un ombudsman militar en México”– un extracto de la tesis de maestría del general Gallardo. El general estudiaba el doctorado en Administración Pública en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Al mes siguiente fue detenido a causa de esa publicación, acusado de difamación contra el Ejército y las instituciones militares. Fue sometido, junto con su familia, a campañas de denostación y acoso.
Desde 1994, el Comité de Detenciones Arbitrarias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dictaminó que la detención del general había sido arbitraria. En 2002 llegaría a la misma conclusión el relator especial de la ONU. En ese año fue liberado, a regañadientes por el gobierno de Vicente Fox, ante de las determinaciones de la CIDH.
El organismo multilateral emitió una sentencia en contra del Estado mexicano por violar la Constitución y los Tratados Internacionales al violar los derechos humanos del general Gallardo. Además, recomendó al gobierno: liberarlo inmediatamente; sancionar a los responsables de la campaña en su contra; resarcirlo moral y patrimonialmente; cerrar las causas penales fabricadas en su contra, y terminar la campaña de persecución y hostigamiento contra él y su familia.
El general fue liberado pero siguió siendo perseguido, difamado y aunque legalmente seguía siendo general, el Ejército no quiso reconocerlo más como tal.
Las cartas del general Gallardo a cada presidente de la República que nunca tuvieron respuesta contenían cinco demandas: 1. “Resuelva mi situación dentro del Ejército”; 2. “Me reintegre en mi dignidad militar”; 3. “Ordene el resarcimiento moral y patrimonial”; 4. “Consigne a los responsables de mi encarcelamiento”, y 5. “Dicte las medidas necesarias de no repetición”.
Era de esperarse que no tuviera respuesta alguna de los gobiernos de Fox, Calderón y Peña. La sorpresa para él y para muchos fue el mismo silencio del presidente López Obrador.
Más allá de las desavenencias entre ambos en los últimos meses, el caso del general resultaba digno de atenderse. En 1993, pleno de autoritarismo, su valiente propuesta significó un grito desde el interior del Ejército Mexicano por transformar las Fuerzas Armadas. El atrevimiento del general lo pagaron él y su familia. Justo era reconocerlo.
Fragmentos
Al momento de cerrar la edición, el navío La Montaña, que llevará al Escuadrón Zapatista 421 a Europa, se encontraba anclado en Cuba, “el primer territorio libre de América”, de acuerdo con el reporte del subcomandante Galeano en enlacezapatista.ezln.org.mx. En la ciudad y puerto de Cienfuegos, “La Montaña habrá de repostar y estacionarse algunos días, para luego seguir su viaje”.
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