La Habana, Cuba. La inexistencia de pobladores originarios en los países caribeños y el sucesivo poblamiento con esclavos de origen africano, desde el siglo XVI, constituyen las mejores pruebas del genocidio cometido por los invasores europeos contra los indoantillanos.
Al tiempo que sometían por la fuerza a los aborígenes en La Española, Cuba, Puerto Rico y enclaves menores; luego invadían México y se extendían en la llamada Tierra Firme; fue necesaria bien pronto la presencia del negro para los conquistadores.
La conquista de las Antillas convirtió en pocos años a sus pueblos indígenas en historia muerta, sólo narrada pálidamente en libros y huellas arqueológicas, debido al salvaje exterminio realizado por los victimarios.
Fueron destruidas las formas de organización social existentes, agrupados los indoantillanos en las llamadas encomiendas, bajo el control de los conquistadores, y finalmente aniquilados en gran medida.
Este es el caso de las denominadas Grandes Antillas: Cuba, La Española, primera colonizada –compartida hoy por Haití y República Dominicana–, Puerto Rico y Jamaica, así como el rosario de islas y cayos que componen las Antillas Menores y Las Bahamas.
Con distinto grado de desarrollo, habían florecido en el continente las culturas de los mayas, los aztecas y los incas, mientras diversas comunidades estaban todavía en la etapa recolectora y cazadora, como las antillanas, con algo de agricultura.
La colonización forzosa empezó en esta región y luego se extendió al resto del continente llamado después americano.
En el momento de los viajes del navegante Cristóbal Colón, de 1492 a 1502, y en el posterior arribo de los colonizadores, a comienzos del siglo XVI, las Antillas estaban pobladas por pacíficos moradores comprendidos dentro del tronco lingüístico de los arahuacos.
El poblamiento ocurrió pasando de isla a isla, procedentes de la zona del Orinoco, en la actual República Bolivariana de Venezuela.
El tronco étnico arahuaco se ubica en lo profundo del continente americano, en la región amazónica, de donde grupos sucesivos –durante un largo período histórico– navegaron por sus afluentes hasta la desembocadura del río Orinoco y de allí a las islas del actual Mar Caribe.
Durante la época de la conquista eran principalmente comunidades neolíticas, agricultoress-ceramistas, aunque en Cuba coexistían grupos más antiguos, pescadores-recolectores.
Los llamaron tainos ya fueran de Cuba, Haití y las Lucayas o Bahamas, y en las Antillas Menores iban siendo desplazados por los caribes, étnicamente emparentados con los anteriores.
La expansión Caribe fue interrumpida por los españoles, no obstante, perduró su nombre en el Mar Caribe o de las Antillas.
Aunque se carece de cifras exactas acerca del número de aquellos pobladores al iniciarse la conquista española, se estima fueron aniquilados más de un millón de indo antillanos.
Algunos autores señalan los habitantes de Cuba desde 60 mil-100 mil hasta 300 mil, los de La Española en 250 mil y, Puerto Rico, 60 mil.
A 20 años del llamado descubrimiento (1492), la población indígena de La Española había sido esclavizada, deportada o muerta; en 1513 era sólo de 14 mil, en tanto los indocubanos no pasaban de 5 mil en 1555.
Eran víctimas de largas jornadas de duro trabajo, maltratos, mala alimentación, enfermedades, la ruptura de la cadena reproductiva, suicidios y matanzas sin justificación alguna.
En Cuba fueron utilizados, además, como escuderos y cargadores en las diversas expediciones de conquista (1517 a 1520) que partieron de territorio cubano hacia el continente americano.
El siglo XVI fue dominado por la fiebre de la expansión a cuanto territorio avistó Cristóbal Colón y los numerosos navegantes que después partieron de Europa a las supuestas Indias, ambiciosos de grandes riquezas.
Una Real Cédula del 10 de abril de 1495 invitó a los súbditos de la Corona de Castilla a viajar al Nuevo Mundo y gente de todo tipo, incluso de las prisiones, integraron las expediciones.
A estos siguieron centenares de conquistadores y colonizadores, más inclinados al saqueo del continente americano que al trabajo físico en su labor fundacional.
Menos aún al buen trato a los pobladores originarios del Caribe, que llamaron indios, muchos de los cuales no resistieron físicamente el brutal impacto.
De salvajes, incapaces e infrahumanos los tildaron; “en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos”, sostuvo el teólogo y cronista Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573).
Este personaje, confesor personal del rey de España, fue el defensor oficial de la colonización forzosa y conversión al cristianismo como un acto de caridad “a seres no creados por Dios, que no son personas y viven fuera de la ley natural”.
“Eran naturalmente vagos y viciosos, melancólicos, cobardes, y en general gentes embusteras y holgazanas”, según el célebre Cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), quien afirmó haberlos visto hablar con el diablo.
Otros frailes, conquistadores y cronistas negaron incluso su naturaleza humana, tema de grandes polémicas a pesar del reconocimiento por el Papa Pablo III, en 1537, del carácter racional de los indígenas americanos.
Fray Bartolomé de Las Casas (1474-1566), llamado el defensor de los indios, pone al desnudo los horrores de la conquista española en su obra Brevísima destrucción de las Indias (1552).
Los conquistadores ultrajaron las dignidades y despojaron a los habitantes originarios de grandes riquezas materiales, en época de rapiña y barbarie, pero sin poder nunca aniquilar los valores culturales, los más preciados de estos pueblos originarios. Estos aborígenes, aunque aplastados por el conquistador, legaron al mundo el cultivo de la yuca, el boniato, tipos de algodón, de frijoles, ají, maní, calabaza, sabrosas frutas y el famoso tabaco.
Un legado valioso, incalculable en su trascendencia, posee Cuba de sus pueblos originarios exterminados por los invasores, el cual nada ni nadie pudo borrar a medio milenio del inicio de la conquista española.
Se encuentra tanto en la cultura material como espiritual, en la naturaleza (flora y fauna) y sus accidentes físico-geográficos (orográficos, hidrográficos y costeros), en su larga historia y el ambiente presente.
Están en la misma existencia de Cuba, desde la oriental punta de Maisí a la occidental península de Guanahacabibes, sin olvidar la central Sierra de Guamuhaya, y menos al huracán, otra voz taína.
Quizás lo más visible sea el propio nombre arahuaco de la mayor de las Antillas y del 15 por ciento (cuatro mil 624) de sus topónimos e hidrónimos, referidos a sistemas montañosos, ríos, regiones y otros importantes accidentes geográficos, junto a términos comunes como sabana y cayo.
Marta Denis Valle/Prensa Latina
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