La Habana, Cuba. Greta Thunberg tiene 16 años, es pequeña, delgada y lleva siempre dos trenzas, pero inició desde Suecia un movimiento sin precedentes que movilizó a más de 1 millón de jóvenes en todo el mundo.
Greta vive con síndrome de Asperger, trastorno que forma parte del espectro autista y es causa de su personalidad introvertida, pero que no le impide defender su derecho a un futuro y denunciar la inacción de los gobiernos ante la destrucción del planeta.
En agosto de 2018, salió de su casa con un cartel en mano y decidió ausentarse a clases para sentarse frente al palacio del Parlamento sueco, en Estocolmo, en señal de protesta por la indolencia y descuido de la clase política con respecto al cambio climático.
La niña y su letrero “Huelga estudiantil por el clima” captaron poco a poco la atención de los transeúntes, sobre todo, la de adolescentes y jóvenes que publicaron sus fotos en las redes sociales y se sumaron progresivamente a la iniciativa.
Surgió así, de manera espontánea, un movimiento gigante que se extendió más allá de las fronteras de Suecia y de Europa, y que resultó en la movilización de decenas de miles de muchachos todos los viernes desde finales de 2018.
Las manifestaciones cuentan con el apoyo de profesores y científicos, y tuvieron su mayor expresión el 15 de marzo cuando más de 1 millón 500 mil personas marcharon en cerca de 2 mil localidades de 125 países para demandar un verdadero cuidado del medio ambiente.
Las demostraciones no son convocadas por instituciones o gobiernos, surgieron de la preocupación de una niña y son otros como ella quienes abundan en las calles.
Los muchachos, muchos de ellos sin edad suficiente para votar en comicios electorales, decidieron decir “¡Basta!” e intentar solucionar el desastre causado por los mayores.
“No hay un planeta B”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, “No hay tiempo que perder” y “Actuemos ahora juntos” son algunas de las consignas que acompañan las protestas realizadas en todo el orbe.
En Francia, más de 168 mil estudiantes expresaron el 15 de marzo su descontento con la administración de Emmanuel Macron en el Viernes por el clima con mayor participación, y el sábado fueron secundados por los chalecos amarillos y otros sectores. En Bruselas, alrededor de 30 mil belgas demandaron a los políticos asumir sus responsabilidades y actuar de inmediato para evitar males mayores.
La activista de ese país, Anuna De Wever, aseguró que las demostraciones enviaron una señal muy fuerte y su gran repercusión internacional significa que el movimiento sigue creciendo.
Mientras, en Austria, más de 10 mil jóvenes ocuparon el centro de Viena y en Alemania más de 300 mil ciudadanos se congregaron en 230 ciudades para pedir un compromiso real por parte del gobierno.
Multitudinarias manifestaciones tuvieron lugar en España, Italia y Polonia e iniciativas similares llegaron también a otras naciones como Australia, Sudáfrica, Estados Unidos, Chile, Brasil y Paraguay.
Desde Suecia, Greta denunció que “nos encontramos ante una crisis existencial, la mayor que ha afrontado la humanidad”.
“Nosotros no causamos esta situación, nacimos en medio de ella y tendremos que vivir así, al igual que nuestros hijos y nietos. No lo aceptamos. Participamos en las huelgas porque queremos un futuro y vamos a continuar”, aseveró.
A finales de 2018, el Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC, por su sigla en inglés) advirtió sobre el posible aumento de la temperatura global en 1.5 grados centígrados entre 2030 y 2052 si se continúa con el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero.
Lo anterior significa incumplir con el Acuerdo de París de 2015, el cual dispone la realización de los esfuerzos necesarios para quedar por debajo de esa cifra en 2100.
Asimismo, se traduce en graves afectaciones para el planeta y en importantes riesgos para sus habitantes. Además de la extinción de numerosas especies y el incremento de los incendios forestales, estaríamos ante una mayor escasez de agua y de otros recursos naturales, fundamentales para la subsistencia del ser humano.
Según el IPCC, para evitarlo sería necesaria una transición sin precedentes y cambios rápidos y de gran alcance en áreas como la industria, la agricultura, las ciudades y el transporte.
Precisamente, una transformación urgente en los modos de pensar y de actuar es lo que exigen los jóvenes movilizados cada viernes.
“Unidos, nos levantamos el 15 de marzo y lo haremos muchas veces hasta que veamos la justicia climática. Exigimos que los tomadores de decisiones del mundo asuman la responsabilidad y resuelvan esta crisis. Nos han fallado en el pasado, pero hemos comenzado a movernos y no volveremos a descansar”, señala un comunicado difundido en internet por los miembros del movimiento iniciado por Greta y respaldado por otros activistas.
“Somos el futuro sin voz de la humanidad. No aceptaremos una vida con miedo y devastación. Tenemos el derecho de vivir nuestros sueños”, añade.
Llamados por los medios como la generación traicionada, los niños y jóvenes que salen a las calles cada semana encaran a funcionarios y presidentes, exigen un cambio en el sistema en sus naciones y han logrado, incluso, la dimisión de algunos ministros.
Sus marchas son pacíficas y los mensajes claros como este: “No quiero tu esperanza, ni quiero que la tengas. Quiero que entres en pánico, que sientas el miedo que yo siento todos los días, y luego que actúes como si tu casa estuviera en llamas, porque eso es lo que está pasando”.
Esas palabras, pronunciadas por Greta en el Foro Económico de Davos, resumen el sentir de los miles que la siguen. La adolescente diminuta, que lleva siempre dos trenzas, confesó a la prensa que siempre fue la niña del fondo, que no decía nada.
“Pensé que no haría ninguna diferencia porque soy muy pequeña”, declaró la joven que movilizó a más de 1 millón de personas un viernes.
Glenda Arcia/Prensa Latina
[OPINIÓN][ARTÍCULO]
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