Categorías: Opinión

Iglesia y poder: defensores de la Inquisición

Publicado por
Edgar González Ruiz *

La Inquisición española, o Tribunal del Santo Oficio, encarnó la intolerancia católica en su versión más radical, con su implacable persecución de los disidentes religiosos, fueran judíos, musulmanes, protestantes o librepensadores. Creada en 1478 por los reyes católicos, dicho tribunal se mantuvo hasta su abolición definitiva en 1834.

Las víctimas de la Inquisición eran torturadas, inmoladas en la hoguera o sometidas a crueles castigos, simplemente porque no comulgaban con las doctrinas del catolicismo.

Todavía durante el siglo XX, en las filas conservadoras había quienes defendían abiertamente esa institución, nacida para luchar contra el pluralismo religioso y el libre pensamiento.

Thomas Walsh

Uno de los más conocidos apologistas de la Inquisición española fue el historiador William Thomas Walsh (1891-1949), quien escribió sus trabajos como decidido partidario del catolicismo, incluso de sus aspectos más polémicos, como la Inquisición.

Por su radicalismo, adoptó puntos de vista antisemitas para defender las instituciones católicas del pasado. En la Dublin Review, sostuvo que “todas las miserias de los judíos no son producto del odio o la incomprensión de otros, sino de su propio rechazo a nuestro señor y salvador Jesucristo” (http://en.wikipedia.org/wiki/William_Thomas_Walsh).

En 1948 se publicó en España su obra Personajes de la Inquisición (Espasa Calpe, Madrid), donde defiende abiertamente a ese tribunal, con argumentos propios de la Edad Media. Afirmaba que “…gracias a la Inquisición y a la expulsión [de judíos y musulmanes], España pudo permanecer católica y militando en la catolicidad durante el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo. Y de este modo, la salvación espiritual de toda la América Latina fue posible” (página 208). En la misma obra se expresaba elogiosamente de la dictadura católica de Francisco Franco: “De España, tengo muchas esperanzas de que pueda prevalecer el espíritu católico del general Franco” (página 320).

En 1944, William Thomas Walsh fue condecorado por el gobierno franquista, al que tanto admiraba, con la Cruz de Comendador de Alfonso el Sabio; Walsh fue el primer estadunidense en recibir esa distinción (www.catholicauthors.com/walsh.html).

Alfonso Junco y Salvador Abascal

En México, todavía en el siglo XX, había quienes expresaban abiertamente sus simpatías hacia la Inquisición. Uno de ellos fue el católico regiomontano Alfonso Junco Voigt (1896-1974), quien en su libro Inquisición sobre la Inquisición escribió que “la Inquisición –tribunal con jueces eclesiásticos y sanciones civiles– obligaba al católico a no ser traidor a su religión. En ella veíanse el nervio y la médula de la patria. Todo el mundo estaba entonces de acuerdo en que se castigara la traición a la religión como un enorme delito”. La Inquisición, escribió, “era querida con entusiasmo. Constituía una auténtica encarnación democrática. Era avasalladoramente popular” (Alfonso Junco, Inquisición sobre la Inquisición, Jus, México, 1949, páginas 15 y 19).

En 1952, el procurador de Justicia de la República nombró como perito a Junco, para que censurara las revistas pornográficas, labor inquisitorial que en la década de 1990 intensificaron muchos gobernantes panistas, llamados “alcaldes mochos”.

Naturalmente, al igual que muchos otros conservadores católicos, Junco era partidario entusiasta de la dictadura de Franco: “Alfonso Junco fue uno de los más acérrimos defensores del franquismo y, a la postre, partidario no sólo de la cruzada del general Franco en contra del bando republicano, sino de la decisión, que al término del conflicto adoptaría, de mandar a la otra España al exilio” (http://es.wikipedia.org/wiki/Alfonso_Junco).

Salvador Abascal Infante (1910-2000), dirigente histórico del sinarquismo y padre de Carlos Abascal Carranza (secretario del Trabajo y Previsión Social y de Gobernación en la época foxista) fue otro gran defensor de la Inquisición. En su libro La Inquisición en Hispanoamérica (Tradición, México, 1998), afirmaba que “…claro que el Santo Oficio estuvo siempre, durante siglos, al fidelísimo servicio del bien común, del verdadero y necesario Bien Común: el de la Paz de los espíritus por el reinado de la Ley Natural elevada por la Gracia al Orden Sobrenatural” (sic).

Justificaba los castigos y torturas que imponía la Inquisición. Según él, el tormento inquisitorial “no pudo haber sido tan brutal como indebidamente se asegura”, dado que muchos reos lo “vencieron”, es decir, persistieron en declarar su inocencia pese a haber sido torturados. Pero a los que no lo “vencieron”, los acusa de no haberlo soportado “porque habían mentido” al declarar su inocencia (página 64). Esto es, en todo caso, de antemano daba por sentada la bondad del procedimiento de la Inquisición.

Sobre todo, defendía la aplicación del tormento como arma para la defensa de la Iglesia y de la “sociedad civil”: “…lo que le dio al tormento carta de naturaleza en la Inquisición fue el gravísimo peligro que no solamente la Iglesia, sino también la sociedad civil misma corría con la herejía si ésta no era aniquilada. Se necesitaba un medio eficaz y rápido de descubrir a los cómplices de los herejes manifiestos” (página 104).

Por ello, Abascal aprobaba con entusiasmo las persecuciones que durante la Colonia sufrieron en manos del Santo Oficio los llamados “herejes” y “judaizantes”.

Según él, los “gobiernos y pueblos católicos” de hace siglos no podían “cruzarse de brazos” ante la “feroz embestida” de la heterodoxia, pues “hubiera sido cobardía y traición no sólo a la religión única verdadera sino también a la nación, a la patria. Porque el crimen de lesa religión católica era el crimen político máximo, mayor que el regicidio. Y sigue siéndolo, aunque esto ya no se entienda. Y el objetivo más codiciado del judaísmo y protestantismo era cabalmente el Imperio Hispano: destrozar su unidad católica, que era el nervio de su unidad política, para apoderarse tranquilamente de sus restos” (página 97).

Consideraba que el siglo XVII fue una época de oro de la nación mexicana, pues regían entonces las normas del catolicismo y “ni había divorcio, ni adulterios consentidos socialmente, ni incestos ni abortos provocados, ni parricidios, ni suicidios, ni secuestros, ni drogadicción, ni homosexualidad consentida, ni pornografía, múltiples crímenes propios de una sociedad gangrenada, y excristiana como la actual. Regía socialmente el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría […]. Los casos de homosexualidad eran residuos de la época precortesiana. Y llega a extinguirse esa inmundicia” (página 139).

Edgar González Ruiz*

*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México

[OPINIÓN]

 

 

 

 Contralínea 449 / del 10 al 16 de Agosto 2015

 

 

 

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