Centro de Colaboraciones Solidarias
La postura del gobierno turco, poco propenso a sumarse a los esfuerzos bélicos de la coalición liderada por el presidente estadunidense, Barack Obama, generó serios roces entre Washington y Ankara. Mientras el gobierno estadunidense exige la intervención de la artillería turca, ubicada a 1 kilómetro de la ciudad, Turquía reclama la creación de una zona de seguridad destinada a “proteger” a las decenas de miles de refugiados que tratan de cruzar la frontera del país otomano. Aparentemente, se trata de un mero problema jurídico, que podría solucionarse en menos de 24 horas. Pero hay más, mucho más…
Por una parte, las autoridades de Ankara temen que el apoyo a los milicianos kurdos de Siria podría desencadenar una oleada de protestas entre los familiares de las víctimas del conflicto interno. No se trata, reconozcámoslo, de una simple coartada. La cuestión kurda sigue levantando ampollas en el país otomano. Mas a ello se suma otro factor: el deseo jamás oculto de los gobernantes turcos de aprovechar la ofensiva armada de los occidentales para acabar con su archienemigo: el presidente sirio, Bashar al-Assad.
De hecho, durante las conversaciones con Salih Muslim, vicepresidente del Partido de Unión Democrática de Siria, agrupación política creada por la minoría kurda, Ankara supeditó la ayuda turca a tres condiciones sine qua non: que la Unión Democrática rompa sus relaciones con el PKK, retire su apoyo al presidente Al-Assad y se comprometa a abandonar los proyectos independentistas o autonomistas. Exigencias éstas que los kurdos acogieron con suma cautela.
Ante la presencia de más de 9 mil combatientes del Estado Islámico en los suburbios de Kobane, los milicianos kurdos reclaman una acción terrestre de la coalición liderada por Obama. En eso coinciden con Turquía, cuyos estrategas aseguran que los bombardeos aéreos no garantizan la superioridad de la alianza.
Hay otro factor que irrita sobremanera a los turcos: lo que Ankara llama el favoritismo de Occidente. De hecho, los kurdos fueron, según los otomanos, los principales beneficiarios de la regionalización del conflicto de Oriente Medio. Un ejemplo: la región autónoma del Kurdistán irakí, que Estados Unidos e Israel convirtieron en una especie de Estado tampón entre el fanatismo chiíta y el mal llamado belicismo turco. De hecho, Turquía tuvo que ceder ante las presiones de Washington, limitando al mínimo indispensable los operativos de castigo contra la guerrilla del PKK, que había encontrado refugio en las montañas de Irak.
Detalle interesante: esa misma regionalización opone los kurdos a los combatientes del Estado Islámico. En ambos casos, lo que se pretende es acabar con las fronteras artificiales diseñadas en 1916 por las potencias coloniales de la época: Francia y el Reino Unido.
En resumidas cuentas, lo que se está jugando en Kobane es el porvenir de dos opciones geoestratégicas: el autodenominado Califato de Oriente Medio y el hipotético futuro Estado nacional kurdo. Dos espejismos que se contemplan en la misma luna, que combaten encarnizadamente por el control del mismo territorio.
Turquía tiene, pues, buenas razones para desconfiar. De ambos…
*Analista político internacional
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