Las noticias sobre el incremento de infantes centroamericanos y mexicanos que emigran hacia Estados Unidos a través de nuestro territorio se esparcen en los medios de información y en las redes sociales, mucho más rápido de lo que viaja La Bestia, el ferrocarril llamado así, que cubre gran parte de la ruta migratoria que esos infantes y miles de adultos transitan. Por desgracia, lo más probable es que así de rápido como se propagan esas nuevas, así de rápido se instalarán en el acontecer cotidiano de una sociedad en su mayor parte indolente sobre la realidad de esos tristes trashumantes que nuestras sociedades segregan con condiciones de miseria haciéndolos aventurarse más allá de sus fronteras. Emigrantes de todas las edades han empleado desde hace años a La Bestia como medio de transporte para alcanzar el llamado sueño americano, que a últimas fechas se ha convertido en la pesadilla de la deportación y que ha vuelto diversas zonas de urbes fronterizas un enjambre de deportados que viven en condiciones infrahumanas, como el caso de algunas áreas de la ciudad de Tijuana, en Baja California.
No es un problema nuevo. Es añejo, complicado, complejo y, ahora con el incremento en la escena migratoria de los infantes, pequeños que se atreven a andar los pasos de sus padres, de sus semejantes mayores, totalmente desprotegidos y a expensas de la rapiña deshumana de los criminales, se vuelve ineludible reflexionar al respecto. Pero sin duda debemos ir más allá de la reflexión y exigir a las autoridades una solución inmediata. La pregunta es: ¿qué tan difícil es para un gobierno, para todos los gobiernos, acabar con el trayecto de desesperación y muerte de La Bestia que ahora devora niños? No dudo que resolver un problema de tal magnitud sea difícil, pero tampoco dudo que no se tenga la capacidad para solventarlo, que no se tengan las herramientas, los recursos. Pero con una sociedad pendiente del inalcanzable quinto partido de la selección nacional de futbol en un mundial; con Los Pinos convertidos en pasarela de modelos, con la clase política empeñada en desvaríos reformista-estructurales; con legisladores sacando a los animales del circo, cuando ahí afuera anda La Bestia; cuando La Bestia no es la locomotora sino la sociedad indolente en la que nos hemos convertido, entonces es impensable solucionar el problema.
Si una sociedad es incapaz de exigirle a su gobierno una solución a un problema como ese, si un gobierno es tan incompetente para solucionarlo, ¿entonces a dónde vamos como humanidad? Es acaso que nuestra evolución cultural ha dejado de ser eso para convertirse en una involución, para llevarnos a una barbarie primigenia permeada por la indolencia. Y no estamos hablando de los actos de barbarie cometidos a lo largo y ancho de nuestra nación, conocidos como enfrentamientos entre bandas criminales, ajustes de cuentas, secuestros, feminicidios, daños colaterales… El panorama es desolador, y si nosotros como sociedad no damos un viraje en nuestra concepción y proceder ante los problemas sociales que nos merman como humanos, entonces no habrá nunca un mejor futuro por más reformas estructurales que se impongan, por más quintos partidos mundialistas que se alcancen o por más que los animales se vayan del circo.
*Maestro en ciencias en exploración y geofísica marina; licenciado en arqueología especializado en contextos sumergidos y buzo profesional; licenciado en letras hispánicas; licenciado en diseño gráfico; integrante del taller Madre Crónica
Roberto E Galindo Domínguez*
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