Categorías: Opinión

La CIA y el asesinato de John F Kennedy

Publicado por
Fernando Velázquez*

El 22 de noviembre pasado se cumplieron 50 años del asesinato, en Dallas, Texas, del entonces presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy. El aniversario del magnicidio ha dado la excusa a muchos investigadores, observadores, analistas y expertos en desinformación para publicar datos relacionados con el crimen.

El periodista Jim Di Eugenio, al escribir en las páginas de Consortiumnews, señala que en 1991, 6 meses antes de que el cineasta Oliver Stone presentara su película sobre la muerte de Kennedy, grandes diarios ya estaban atacando la obra.

Stone basó gran parte de la película en la investigación que hiciera sobre el crimen el fiscal del Distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison. Al final de la película, Stone mostró un letrero que indicaba que “los archivos del Comité Sobre Asesinatos de la Casa de Representantes se mantendrán clasificados hasta 2029”.

El Congreso estadunidense después realizaría unas audiencias que terminarían logrando la desclasificación de 2 millones de páginas de material sobre el asesinato de Kennedy.

Jim Di Eugenio subraya que, no obstante la enorme cantidad de datos adicionales revelados en los documentos desclasificados, la cobertura televisiva del crimen continúa perpetuando la historia oficial, sin prestar atención a los eventos históricos que ocurrían en la época y lo que la Presidencia de Kennedy representaba.

Entre los puntos sobresalientes de la película de Oliver Stone está la llamada “bala mágica”, que causara múltiples heridas al cuello de Kennedy, y al pecho, la muñeca y muslo de John Connolly. Luego está el material fílmico conocido como The Zapruder film, que mostraba la cabeza de Kennedy moviéndose hacia atrás al recibir el disparo fatal, cuando se supone que Lee Harvey Oswald estaba detrás del presidente, en el Texas Bookstore Depository.

Algunas explicaciones presentadas por personas que desarrollan una historia diferente incluyen la posible participación de la mafia y de Fidel Castro, dice Di Eugenio. Pero gran parte de la evidencia apunta a la narrativa del fiscal Jim Garrison y la película de Oliver Stone. Es decir, el crimen incluyó a elementos de la comunidad de inteligencia y operativos derechistas que consideraban a Kennedy como “línea blanda contra el comunismo”.

La Oficina Federal de Investigación (FBI, por su sigla en inglés) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) estadunidenses, no sólo tenían un archivo sobre Lee Harvey Oswald sino que, al regresar éste de Rusia, no tuvo problemas con las autoridades. Y en el verano de 1963, al llegar a Dallas, numerosos testigos señalaron haber visto a Oswald junto con el exagente del FBI Guy Banister o en su oficina en el 544 de Camp Street.

También Wendel Roache y Ron Smith, dos agentes de la policía de migración, en 1963, cuando seguían a David Ferrie por sus asociaciones con cubanos indocumentados, llegaron a la oficina de Banister, y Oswald estaba allí.

Luego está la participación de James Angleton, jefe de contrainteligencia de la CIA, quien reemplazara a John Whitten como enlace entre la agencia y la Comisión Warren.

Cuando Oswald entró a la embajada de Estados Unidos en Moscú para renunciar a su ciudadanía, la información sobre el incidente fue enviada a varios receptores de inteligencia en Washington.

El FBI envío una advertencia falsh sobre Oswald con el objetivo de estar alerta sobre un intento de éste de regresar a Estados Unidos con un nombre falso. Después de todo, existía la posibilidad de que el Comité para la Seguridad del Estado (Komitet Gosudárstvennoy Bezopásnosti, KGB), lo reclutara como espía.

Sin embargo, la CIA no actúo sobre el caso siguiendo protocolo y llenando la Forma 201, la misma que identifica a alguien como persona de interés para la Agencia. Ni tampoco envió la información a la división Soviet Russia, sino que la pasó a la unidad supersecreta CI/SIG, creada para prevenir penetración de agentes y conectada con las operaciones encubiertas más complejas. Esta unidad también era conocida como La selva de espejos (ver: Oswald y la CIA, de John Newman).

Uno de los miembros de la Comisión Warren, entidad encargada de investigar el asesinato de Kennedy, era Allen Dulles, exdirector de la CIA, el mismo que había sido reemplazado por el presidente después del fiasco de Playa Girón en 1961.

Otra interrogante es el hecho de que el personal médico del Bethesda Medical Center, el hospital donde hicieron la autopsia a Kennedy después de que llegara a Washington, dijo no haber visto una enorme herida detrás de la cabeza del presidente, la misma que los empleados del Parkland Hospital de Dallas dicen haber notado cuando Kennedy llegó allí poco después de ser baleado.

Di Eugenio señala que esa herida detrás del cráneo indica que fue hecha durante el mortal ataque en Dallas, cuando Kennedy fuera impactado de frente.

El periodista apunta a la interrogante surgida por una bala que formaba parte de la evidencia en el crimen contra el presidente.

En entrevista realizada en 1967 por el escritor Josiah Thompson con O P Wright, el director de seguridad en el Hospital Parkland, Thompson mostró a Wright la foto de una bala CE 399. Él respondió que esa bala no fue la que él mismo dio al Servicio Secreto. Aclara que la CE 399 es redonda, tiene cobertura militar, y está pintada de cobre. Mientras que la que él entregó fue una bala color plomo y con punta aguda, del tipo usada por cazadores.

En un artículo de Fidel Castro publicado en mayo de 2009, el líder cubano señalaba que John F Kennedy se miraba a sí mismo como representante de una nueva generación.

Después de la Crisis de los misiles, en octubre de 1962, el presidente estadunidense emergió como una autoridad gracias a los errores de su principal adversario. Kennedy quería seriamente hablar con Cuba y eso fue precisamente lo que hizo al enviar a Jean Daniel a dialogar con Fidel. Su misión estaba siendo realizada al momento en que las noticias reportaron el asesinato en Dallas, Texas.

Por su parte, la escritora Elizabeth Woodworth dice que Kennedy se oponía a una guerra contra Cuba, como también temía que los generales lo derrocaran y escalaran el conflicto a nivel nuclear, conflicto que, pensaban, era ganable.

Añade que, tanto el asesinato de John F Kennedy, como el de su hermano Robert y el de Martin Luther King hijo, no fueron cometidos por un asesino solitario.

Concluye diciendo que Kennedy, al igual que el reverendo Luther King hijo, lanzó una campaña no violenta contra la guerra de Vietnam respondiendo a la brutalidad aplicada al utilizar napalm contra los niños vietnamitas.

Un memorándum del FBI en 1963 describía al líder afroamericano como “el negro más peligroso en el futuro de la nación desde el punto de vista del comunismo, el negro y la seguridad nacional”. Luther King fue arrestado 29 veces y su casa fue bombardeada.

El 50 aniversario del crimen de John F Kennedy (el primer magnicidio de un presidente estadunidense visto en la televisión en tiempo real por millones de personas) permite comparar la teoría oficial del asesino solitario, Lee Harvey Oswald, con un creciente cuerpo de evidencia que apunta a otra historia: Kennedy fue asesinado porque Washington buscaba una guerra termonuclear contra Moscú y el joven presidente rehusaba hacerles el juego a los generales.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era el único país del Norte con su estructura industrial intacta y una enorme reserva de oro. La nueva era iniciada por Washington buscaba tomar el control de las colonias británicas, francesas y holandesas. El mundo unipolar que buscaba Washington tenía dos obstáculos en su camino: China y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Los planificadores de la expansión estadunidense sabían que la URSS, en cuestión de años, lograría paridad nuclear con su principal adversario. Por tanto, era necesario atacarlos antes, a sabiendas que “al final de la batalla” las tropas estadunidenses saldrían triunfantes.

Las piezas se estaban colocando en lugares clave del tablero de ajedrez mundial. Washington tenía armas atómicas emplazadas en Turquía e Italia, pero Moscú, además de su inferioridad numérica nuclear, no disponía de misiles cerca de la frontera de Estados Unidos.

El Estado Mayor insistía en que había una brecha entre su país y la Unión Soviética, la misma que debían cerrar construyendo más bombas atómicas. Esa misma línea “fue impulsada” por el joven John F Kennedy en su campaña presidencial contra su adversario Richard Nixon.

Después de ganar las elecciones en 1960, Kennedy envío a Robert McNamara al Pentágono a informarse sobre “la brecha nuclear” entre Estados Unidos y la URSS. Al enterarse de que la brecha era un mito, Kennedy también comprendió que los generales planeaban un enfrentamiento termonuclear con los soviéticos.

El presidente no era ningún extraño a la ideología anticomunista.

Su padre, Joseph Patrick Kennedy, además de haber sido el titular de la US Securities and Exchange Commision y embajador en Inglaterra, se las había ingeniado para dar la impresión de que él tenía algunas simpatías por los anticomunistas alemanes nazis, y era amigo del senador Joseph McCarthy. El senador lideraba una cacería de brujas en todo el país contra disidentes en nombre de “la guerra contra el comunismo”.

De acuerdo con Ivan Eland, autor del libro El fracaso de la contrainsurgencia. Por qué nunca son ganados los corazones y las mentes, el temido senador no sólo frecuentaba a los Kennedy, sino que en 1952 empleó a Robert Kennedy (después procurador de Justicia de la nación y candidato presidencial) como jefe de personal en el Subcomité Permanente de Investigaciones, para examinar posible infiltración de comunistas en el gobierno.

Joseph McCarthy mantenía “su inquisición anticomunista” acusando a personas de ser comunistas, simpatizar con el comunismo, deslealtad y homosexualidad.

La peligrosa búsqueda de los asesinos de JFK

El cineasta y exsoldado Oliver Stone, en su película JFK (1991), usó datos recabados por el exfiscal Jim Garrison, quien estaba convencido que el crimen fue el resultado de un complot.

Stone asegura que si uno ve el tiraje fílmico de Abraham Zapruder sobre el asesinato en Dallas en 1963, puede darse cuenta cómo Kennedy es herido en la garganta, luego en la espalda, y después impactado desde enfrente. Y al recibir el cuarto, quinto o sexto disparo, su cuerpo cae hacia el lado izquierdo.

Añade que varias personas en los hospitales en Texas y en Washington, donde se le hizo la autopsia, vieron una enorme herida en la parte de atrás del cráneo.

Inclusive el personal médico en el hospital Parkland, de Dallas, vio cómo partes el cerebro de Kennedy se estaban saliendo por la herida de atrás en la cabeza.

Sin embargo, esa enorme herida no fue revelada por los que hicieron la autopsia, porque querían dar la impresión de que el presidente había sido asesinado desde atrás (donde supuestamente se encontraba Lee Harvey Oswald), y no impactado de frente.

La película de Oliver Stone también mostró a millones de estadunidenses datos sobre la extraña relación de Lee Harvey Oswald (el supuesto asesino de Kennedy) con el FBI y la CIA, sus vínculos con derechistas de Dallas y Nueva Orleáns, la miope investigación de la Comisión Warren y problemas con la autopsia que hicieran al presidente después del crimen.

El personal médico del Bethesda Medical Centre, en Washington, realizó una autopsia supervisada por el personal castrense, dice Stone. Ellos eran de la naval obedeciendo órdenes de los oficiales militares.

En cuanto al fiscal Jim Garrison, que optó por investigar un posible complot para asesinar al presidente Kennedy, tuvo problemas con las autoridades.

La CIA siguió de cerca el caso, tenían archivos de Garrison, le pusieron micrófonos en su oficina, le robaron sus documentos e infiltraron soplones dentro de sus empleados. Además, tres de sus testigos murieron y otros no fueron llamados a declarar porque se bloqueó la orden judicial para obligarlos a hacerlo.

Comentando sobre las acciones que realizara Kennedy para “contrariar” a los generales, Oliver Stone dice que la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos), en Cuba, había sido planificada por el presidente Dwight Eisenhower y fue algo que Kennedy aprobó sin mucho entusiasmo.

También rehusó invadir Laos, en Indochina, y al ocurrir la Crisis de los misiles en 1962, él optó por la retirada táctica buscando el diálogo con Moscú en lugar de apoyar los bombardeos contra misiles emplazados en Cuba.

En marzo de 1962, el Estado Mayor estadunidense, liderado por el general Lyman L Lemnitzer, propuso la Operación Northwoods, un plan diseñado para ganar apoyo para una invasión a Cuba, que incluía el asesinato de migrantes cubanos, hundir barcos y botes con refugiados cubanos en alta mar, secuestrar aviones, explotar un barco y hasta orquestar actos de terrorismo en ciudades estadunidenses.

Kennedy rechazó el plan y días más tarde informó al general Lemnitzer que él no tenía intenciones de usar la fuerza para tomar Cuba, señala el reconocido escritor James Bamford. Unos meses después, la posición de Lemnitzer no fue renovada y éste fue transferido a otro empleo.

Los generales estaban ansiosos de iniciar una guerra contra Moscú y molestos con Kennedy porque no tomó medidas para bloquear la construcción del muro de Berlín.

Los integrantes de la administración de Kennedy eran unos imperialistas muy capaces, dice Clark Kissinger, escritor, activista, y uno de los fundadores del grupo Estudiantes por una Sociedad Democrática.

Eso les llevo a la creación de los Boinas Verdes, fuerzas especiales, asesores militares en Vietnam y en toda una serie de campañas de contrainsurgencia en América Latina.

En ese contexto expansionista del gobierno estadunidense bajo el liderazgo de Kennedy apareció la llamada Alianza para el Progreso, que en la superficie buscaba “el desarrollo” de América Latina, pero que en realidad estaba sentando las bases para lo que hoy se conoce como los “tratados de libre comercio” como el de América del Norte, el de República Dominicana y Centroamérica, o el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica.

En cuanto a su apoyo y lealtad hacia los afroamericanos y la gente de color, todavía en espera de realizar la tan publicitada frase de “Todos nacemos iguales con el derecho de obtener la vida, la libertad y la felicidad”, Iván Eland dice que Kennedy se mostraba ambivalente hacia una aprobación de la ley de derechos civiles.

El presidente buscaba la reelección y necesitaba el apoyo de los blancos del Sur.

Después de intentar bloquear “La marcha en Washington” liderada por Martin Luther King y pedirle al reverendo que se deshiciera de unos integrantes de su grupo porque tenían nexos con comunistas, tímidamente propuso el Acta de los Derechos Civiles. La misma que sería firmada por el presidente Lyndon B Johnson en 1964.

Kennedy no sólo se oponía a una guerra contra Cuba, sino que temía que los generales lo derrocaran y escalaran el conflicto a una guerra termonuclear, en la cual ellos pensaban obtener el triunfo, acota la escritora Elizabeth Woodworth.

En su desesperación, Kennedy inició de manera urgente negociaciones secretas con su enemigo de la Guerra Fría, el líder soviético Nikita Kruschev.

El desastre fue prevenido a través de una reunión histórica el 27 de octubre de 1962.

El escritor y exmiembro de Estudiantes por una Sociedad Democrática, Carl Kissinger, aclara que si bien Kennedy tenía una marcada tendencia anticomunista, tampoco era muy diferente a cualquier otro ocupante de la Casa Blanca, pues en esencia, todos ellos fungen como el comandante en jefe del imperio.

Desde Kennedy hasta Obama hoy día, dice, ése es su trabajo.

Algunos alegan que la Crisis de los misiles en Cuba motivó a Kennedy a encaminarse hacia la paz, lo cual lo llevó al inicio del Tratado sobre la Eliminación de Armas Nucleares y a esfuerzos por retirar las tropas de Vietnam.

En junio de 1963 hizo un llamado a la paz con los soviéticos, y ese mismo año murió en Dallas, Texas, producto de un aparente complot del que, hasta este día, los autores intelectuales permanecen invisibles.

Analistas alegan que si un periodista lograra desmentir la versión oficial sobre el caso Kennedy, dejaría sin trabajo a los servicios de inteligencia, cuya descripción de empleo es especializarse en el engaño.

*Periodista en Radio Pacífica en California, Estados Unidos

 

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 Fuente: Contralínea 363 / 01 diciembre de 2013

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