El excanciller alemán Gerhard Schröder fue propuesto como director independiente del Consejo Administrativo de la petrolera rusa Rosneft, algo que se resolverá el próximo 19 de septiembre. Actualmente, Schröder preside el Comité de Accionistas de la empresa Nordstream, encargada de construir el oleoducto que va de Rusia a Alemania.
Desde su retiro de la política alemana en 2005 y con la llegada de la actual jefa de gobierno Angela Merkel al poder, el exfuncionario ha recibido un sinnúmero de críticas tanto de sus antiguos adversarios como de sus propios aliados. En vistas de unas elecciones generales a 1 mes, y con unos niveles de rusofobia que no tienen precedente en Alemania, hasta su propio partido parece distanciarse de él, en la medida que tiene que mantener una cierta credibilidad con su electorado.
El secretario general del Partido Social-Demócrata Hubertus Heil declaró a la prensa el pasado 14 de agosto que es, “ante todo, una decisión personal de Gerhard Schröder”. Dado que el actual candidato al puesto de canciller, Martin Schulz, se encuentra en un momento crucial de la campaña –las elecciones serán el 24 de septiembre–, no ha querido formalmente decir más al respecto.
No obstante, la distancia entre Schröder y su partido parece haber alcanzado proporciones nunca antes vistas. En cualquier caso, anunció que –de ser electo canciller– una vez que concluya el encargo no pasaría al sector privado.
En general, la prensa alemana tampoco ha reaccionado a favor de la candidatura del exmandatario social-demócrata al puesto directivo de la petrolera, por el contexto que se vive: las sanciones contra Rusia se dan en medio de las acusaciones de que ésta desea influir en las próximas votaciones, tal como se le señaló en Francia cuando fue electo Emmanuel Macron y en Estados Unidos con Donald Trump. Para muchos, el tener una persona de la altura de Schröder en la dirección de una empresa rusa crea ante todo discordia en la clase política alemana.
Al mismo tiempo, el gobierno alemán parece reavivar la rusofobia imperante, al igual que los medios de comunicación locales, con el argumento de que Moscú pretende “anexar” la península de Crimea y sigue su política injerencista en Ucrania, en particular en Lugansk y Donetsk. Si bien las relaciones comerciales entre las dos naciones se han mantenido – pese a las sanciones–, el caso de la alemana Siemens y la venta de turbinas de gas para una central eléctrica en Crimea levantó a su vez un fuerte olaje en las relaciones ya frágiles. Cuando salió a la luz que estas fueron transportadas a Crimea para ser empleadas en las ciudades de Simferópol y Sebastopol, el escándalo en Alemania obligó a Siemens reducir su contacto con sus clientes rusos a su mínimo.
Existe una creciente polarización en la nación teutona, incluso entre pequeños partidos. Desde siempre, el partido Die Linke (La Izquierda) ha abogado por normalizar las relaciones con Moscú, algo que le ha valido abucheos y desprecio en la arena política. Ahora el Partido Democrático Libre, liderado por Christian Lindner, también se atrevió a desdecir el consenso establecido, tal vez con el afán de desmarcarse de la CDU/CSU.
Por su parte, el controvertido partido de extrema derecha, Alternativa para Alemania, incluso se sumó a los disidentes, sin por ello conseguir matizar su imagen de partido tendencialmente racista y xenófoba o ganar sustancialmente en popularidad por ahora.
Esto indica que estamos cerca de ver un panorama más matizado en cuanto a las relaciones ruso-germánicas, al menos por parte de sectores políticos fuera de la gran coalición aún en el gobierno.
Lo cierto es que más allá de si es o no seleccionado entre los candidatos para la dirección independiente de la petrolera rusa, a Schröder se le acusa de tener “amistad” con Vladimir Putin, lo cual en la Alemania es casi sinónimo de ser agente del Kremlin y de querer menoscabar las sanciones contra el régimen ruso. Incluso se la ha llamado lacayo al servicio de Moscú.
Al respecto, el embajador ucraniano ante Alemania, Andrej Melnyk, calificó como “moralmente reprobable” el hecho de que un excanciller y líder del Partido Social-Demócrata sea instrumento de los intereses del Kremlin.
Lejos de todo maniqueísmo, Schröder representa el viejo espíritu de la cooperación de la social democracia, hoy caduco. El Partido Social-Demócrata que hoy contiende a las urnas es temeroso de ser tachado pro-ruso y por lo tanto de anti-patriótico. El candidato y exsecretario general Schulz no se sale ni un ápice de los consensos establecidos ni las tendencias actuales, aunque trate en vano de demostrar una imagen fresca y audaz de sí mismo ante el electorado. La duda legítima sería ver cuánto tiempo más Schröder es tolerado en las filas del partido y cuando será conveniente expulsarlo definitivamente.
Con toda probabilidad independientemente de la coalición que eligiera a Angela Merkel para su siguiente mandato, la línea intransigente va a continuar mientras que le alcancen los votos en la Cámara Alta del Parlamento alemán (Bundestag). Mientras tanto, la división en la misma sociedad es más que evidente: la rusofilia de Schröder no es acepatada en Alemania, ni su futuro empleo es bien visto por una parte de los medios afines a la línea del gobierno alemán.
Axel Plasa
[OPINIÓN]
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