Carlos Miguélez Monroy*/Centro de Colaboraciones Solidarias
“Por supuesto que designar Catar como sede del Mundial en 2022 fue un error, pero cometemos muchos errores en la vida”, dijo en un ataque de sinceridad el presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), Joseph Blatter. Pero no todos los errores cuestan los 200 mil millones de dólares que calcula la empresa Deloitte en infraestructuras y otros gastos para una cita mundialista, que se considera inviable en el verano por las temperaturas y en el invierno porque coincide con las ligas europeas. Tampoco los desaciertos implican la utilización de mano de obra en condiciones de esclavitud proveniente del Sureste asiático.
Dejó de serlo hasta en Brasil, quizá el pueblo más futbolero del mundo. El país suramericano se ha convertido en un hervidero contra la celebración del mundial a pocos días de su inauguración. Los manifestantes se declaran amigos del futbol, pero más amigos de una vida digna que se les aleja por el encarecimiento del transporte público, las deficiencias en la educación pública básica y en los sistemas de salud. Junto con las denuncias de desalojos forzados en ciudades como Fortaleza para la construcción de infraestructuras, los ciudadanos se han enterado de que el gasto para el máximo evento futbolístico supera las erogaciones de los mundiales de Alemania y Sudáfrica juntos.
“Imagina que tengo una familia muy pobre, no puedo pagar la comida de mis hijos, mi casa es un caos, no sale agua de la ducha y de pronto digo: ‘¡Voy a organizar una fiesta!’ El mundial no provoca desigualdad, pero la refuerza y la hace más evidente”, dice Carla Toledo Dauden, activista brasileña que se dio a conocer con un video que cuenta con casi 7 millones de visitas. Su cámara fue de las primeras en captar la ebullición que vive su país y que se ve cada día en imágenes de televisión.
Aunque dice no poder afirmar las razones que culminaron con la designación de su país como anfitrión, considera que el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva presionó muy fuerte en un momento en el que a Brasil le convenía proyectar una imagen de progreso y modernidad.
“La FIFA ha estado eligiendo países empobrecidos de los que se pueden aprovechar y sacar más dinero del mundial. Es más fácil cambiar las reglas de juego en esos países”, afirma.
Quien sí equipara a la FIFA con las mafias es el periodista Andrew Jennings. En una ocasión declaró: “Esta familia criminal tiene incluso sus propios tribunales privados de la FIFA y un sistema de disciplina que no puede ser impugnado ante los tribunales civiles. Y tiene una cultura de omertá, un código de honor y silencio. ¿Ha oído hablar de algún funcionario de la FIFA que denuncie a sus jefes?”
Además de la sombra de corrupción que planea sobre el futbol, la elección de sedes provoca rechazo cuando no se cumplen unos estándares aceptables de derechos humanos, como ocurre con Catar y con Rusia, sede en 2018. En el caso de Catar ni siquiera existe una tradición futbolística que sí hay en Rusia y, por supuesto, en Brasil.
El “periodismo deportivo” también contribuye a la indignación, incluso de personas apasionadas por el futbol. Los coches de lujo, los diamantes en las orejas y las mansiones con gimnasio propio chocan con las “tristezas” que manifiestan algunos jugadores cuando buscan mejorar su contrato. El futbolista Carlos Vela declaró que desearía volver a casa al terminar su jornada de trabajo sin que nadie lo molestara. Nadie lo haría si se levantara a las 6 de la mañana, como muchos de quienes lo han idolatrado a él y a muchos otros ídolos de barro hasta ahora.
*Periodista y coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias
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