La teoría del periodismo de investigación observa que hay tres características fundamentales para esta especialidad: 1) que el tema sea iniciativa del propio periodista y no de sus jefes, sus fuentes o algunos otros actores en posición de poder; 2) que la investigación sea producto del trabajo del periodista y no de terceros, y 3) que alguna persona o grupo en posición de poder institucional (gubernamental) o fáctico (corporaciones, medios de comunicación, asociaciones civiles, farmacéuticas, crimen organizado o de cuello blanco, sindicatos, religiones, etcétera) busquen ocultar la información. Esto garantiza que la revelación periodística no sólo sea independiente de intereses ruines, sino que sea sobre asuntos ilegales, ilegítimos o inmorales que lastiman a sectores sociales, sobre todo en situación de vulnerabilidad, y que deben cambiar.
Despojar de este objetivo al periodismo es condenarlo a lo que sucede en la mayoría de medios de comunicación: convertir la información en una vil mercancía sujeta a los intereses de quien puede pagar por tener predominio en las narrativas o silenciar voces que disienten de su visión del mundo, como ya lo ha advertido el periodista y estudioso de los medios de comunicación, Ignacio Ramonet.
En su ensayo “Los periodistas están en vías de extinción”, Ramonet advirtió desde hace dos décadas que “la información no tiene valor en sí misma por lo que se refiere, por ejemplo, a la verdad o a su eficacia cívica. La información es, ante todo, una mercancía y, en tanto que tal, está sometida a las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, y no a otras leyes como, por ejemplo, los criterios cívicos o éticos”. Claramente eso no es periodismo.
Rizard Kapuscinski decía que para ser buenos periodistas primero hay que ser buenas personas. Además, señalaba que los cínicos [concepto que incluye a los corruptos] no sirven para este oficio. Por ello, estoy convencida que se necesitan periodistas buenos, con conciencia de clase y conciencia social, que investiguen a todos pero en particular se centren en los regímenes opresores, en el sentido amplio del concepto ‘opresión’ (el ahorcamiento económico generado por el modelo económico neoliberal, el saqueo de los bienes nacionales por parte de las grandes corporaciones, la contaminación asesina de la industria criminal, la apropiación del dinero público por parte de funcionarios y empresarios corruptos, etcétera). Periodistas comprometidos con el bienestar general y no próximos a los intereses de la oligarquía opresora.
Entrevistada por el periodista Jordi Évole, la escritora y periodista investigadora canadiense Naomi Klein –autora de La doctrina del shock y No logo– claramente dijo: “sí, soy una anticapitalista. Creo que tenemos un sistema político y económico que nos está fallando en múltiples niveles, incluyendo el nivel más importante de todos que es que este sistema está en guerra con nuestro ecosistema”.
En lo personal, me parece que el periodismo debe contribuir a acabar con las grandes injusticias. Desde esta trinchera puedo sostener que yo sí tengo un ideal y es que en mi querido México y en el mundo las mayorías empobrecidas tengan oportunidades de superar esas circunstancias que les limitan desde su nacimiento hasta su muerte. Sí, soy afín a un mundo y a un país donde eso se consiga y no me avergüenzo de ello, al contrario, me comprometo con ello como periodista y como ser humano, porque necesitamos un mundo justo y lo que tenemos desde el modelo capitalista no lo es, y jamás lo será.
De acuerdo con el razonamiento de la filósofa Chantal Mouffe, en política se debe reconocer que hay conflictos que simplemente no tienen solución; y que uno de esos conflictos sin solución es el neoliberalismo, porque nunca se van a conciliar los intereses de los capitalistas con los intereses del pueblo, de la clase obrera o, para decirlo más claro, de las mayorías empobrecidas.
Por ello, “darle voz a los que no la tienen” no es una frase hueca, un cliché o una pose. Su significado es muy valioso para comprender la ruta que debe seguir siempre esta actividad, y es que el periodista debe siempre privilegiar a los desposeídos –es decir, a los más pobres–, a los más vulnerables y a las víctimas. En este sentido, las personas en situación de pobreza son víctimas de un sistema que propicia la desigualdad social, generando hordas de miserables y apenas un puñado de súper ricos, explotadores de las masas.
En el libro Ética y autorregulación periodísticas en México –del ya fallecido Omar Raúl Martínez Sánchez–, se explica que, desde el punto de vista ético, es deseable que una virtud del informador sea su espíritu de justicia, es decir, que tenga “la entera disposición periodística a la búsqueda de lo veraz, lo correcto, lo bueno y lo justo al momento de reflejar la realidad social”.
Por tanto, periodismo servil sólo puede ser aquel que desde la corrupción se compromete con intereses ilegítimos, que se aleja de los valores éticos de esta profesión, que se alía al gran capital en su propio beneficio. No el que se compromete con la sociedad, con la ética y con la búsqueda de la verdad.
Más aún, aquel que se corrompe ni siquiera debería ser considerado periodismo, como ocurrió con opinadores y medios en los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, cuando se aliaron con Genaro García Luna: montajes primero, pactos de silencio después (no hay que olvidar que en marzo de 2011 firmaron un pacto para encubrir las masacres del gobierno calderonista).
Por eso creo en la justicia social, en la igualdad de oportunidades, en la búsqueda gobiernos democráticos surgidos de la voluntad popular informada, y en el claro compromiso de investigar a todos y no supeditarse a la agenda que establece el poder económico por diversas vías, incluida la cooptación del gremio.
Un periodismo comprometido con el bienestar de las mayorías no sólo es posible, sino que es necesario desde los puntos de vista ético y moral, con crítica y rigurosidad investigativa. Si el periodismo debe en su esencia ser anticapitalista, antineoliberal y antifascista debe ser una discusión no sólo entre quienes nos dedicamos a esta actividad y entre los teóricos del periodismo, sino sobre todo entre los pueblos, porque a ellos nos debemos como los ejecutores de la herramienta del derecho humano a la información y son los pueblos los que deben ser escuchados.
Entender por qué siempre desde los medios de comunicación se cuestiona a los periodistas identificados como de izquierda es entender todo lo anterior: no les gusta y no les conviene tener periodistas independientes que también cuestionen a sus jefes y sus intereses ilegítimos. Por ello nunca se autocritican ni se someten a escrutinio, a pesar de que abierta y subrepticiamente promueven al rapaz modelo neoliberal.
Todo ello sucede porque las corporaciones mediáticas son en esencia los aparatos ideológicos del gran capital, y en ese sentido buscan aplastar toda visión contraria a sus intereses económicos y políticos.
El conservadurismo siempre ha anhelado tener el monopolio del intelecto. Por años así parecía: acaparaban todos los espacios hasta convertirlos en poderes fácticos (medios, universidades, incluidas las públicas; producciones editoriales, ferias de libros y foros similares). Por eso niegan consciencia y pensamiento a quienes no coinciden con ellos, y recurren a la descalificación. Hay que recordarles que en democracia hay libertad, y que la libertad es el pilar del periodismo.
La teoría del periodismo de investigación también alerta una serie de riesgos identificados como los más frecuentes en esta profesión: uno de ellos es el de las campañas de desprestigio que utilizan redes de personas influyentes y se soportan también en medios de comunicación que han convertido la información en mercancía, en “líderes de opinión”, comunicadores y hasta académicos “renombrados”.
Dichas campañas buscan restar credibilidad al trabajo periodístico, al medio de comunicación que lo publica, al propio comunicador o desprestigiar todo en su conjunto. Por ello, en los manuales de formación periodística se sugiere que la investigación se publique hasta que se tengan todas las evidencias; es decir, cuando esté suficientemente documentada, pues será el propio trabajo el que hable por el o la periodista. El mejor argumento que tenemos es precisamente nuestro trabajo.
Si se tiene en cuenta lo anterior, no sorprenden las campañas con motes como: “medio afín”, “periodista afín”, “reportera afín” o, incluso, “periodista que investiga desde el privilegio”. El burdo intento por descalificar el trabajo periodístico tiene por objetivo fijar en el imaginario colectivo que las investigaciones que publicamos no son importantes porque, según esos señalamientos, son tendenciosas o serviles.
La superficialidad de esos razonamientos es obvia: quienes los profieren no buscan una discusión de fondo sobre el trabajo periodístico nuestro, pero tampoco acerca de su propio trabajo, sino que buscan denostar y ya. No sólo carecen de pruebas para sostener algo así, sino que ni siquiera presentan un análisis riguroso de contenido porque, simplemente, no les interesa profundizar y, menos aún, abrir la posibilidad a un buen debate sobre el periodismo y la ética.
Se les olvida –o no lo saben– que toda actividad informativa y de opinión es sujeta de escrutinio social profundo por el sólo hecho de ejercer un derecho humano: el de la información, del que se derivan las libertades de expresión, opinión y prensa (y ello conlleva responsabilidades de carácter social y comunitario para quienes trabajan en medios o quienes usan redes sociales para difundir informaciones).
Nada de eso tiene que ver con su nueva campaña de desprestigio, pues tampoco buscan discutir el objetivo del periodismo desde el punto de vista ético –basado en los valores irrenunciables de la búsqueda de la verdad, la honestidad, la independencia y la responsabilidad social–, y menos interpela el fondo de las investigaciones periodísticas, es decir, si están sustentadas en pruebas y hechos, si lo publicado es veraz o no.
Para ellos es más fácil acuñar motes que debatir seriamente sobre la función social del periodismo, porque su objetivo es denigrar y posicionar una idea basada en una descalificación sin sustento. Por supuesto, no les importa una discusión de fondo que también someta su trabajo al análisis y escrutinio social, ya que están acostumbrados a publicar mentiras y montajes sin explicar al pueblo de México por qué incurrieron en fallas de método, pero sobre todo por qué faltaron a los principios éticos de la profesión; faltas en las que incurren de forma sistemática y, en algunos casos, deliberada. Mucho menos buscan dialogar sobre el daño social que sus noticias falsas causan no sólo a comunidades específicas, sino a la propia construcción de la democracia nacional.
Esa discusión de fondo no les importa porque muchos de los que replican las campañas de desprestigio a las y los periodistas de investigación ni siquiera lo hacen en defensa de sus ideales o de su ideología, lo hacen por intereses y, en el peor de los casos, por corrupción. Reitero: todas las informaciones y opiniones están sujetas al escrutinio social, pero en especial aquellas que se hacen pasar por periodísticas cuando en realidad no lo son.
La actual campaña de “periodista afín” también recuerda a otras muchas en las que, alrededor del mundo, se ha descalificado a periodistas de investigación, por ejemplo, llamándolos “periodistas militantes”, “de ONG”, “periodistas activistas” o incluso “periodistas rojos”, en clara referencia al comunismo. Ese tipo de descrédito al trabajo profesional suele tener por objetivo no sólo confundir al público, sino de forma perversa despojar a esta profesión de su esencia: el fin último del periodismo no se limita a revelar hechos, situaciones o intereses que afectan a las mayorías o a los más vulnerables, ni ser simplemente un transmisor de informaciones, sino que entraña como objetivo primordial que eso que está mal cambie, es decir, que se corrija. No, que se profundice y dañe a más personas a cambio de beneficios económicos o prebendas de todo tipo. Por ello, desde el punto de vista ético, el periodismo sólo puede concebirse como un servicio social.
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