Acabamos de tener una jornada electoral en la que se repiten las mismas prácticas antidemocráticas de toda la vida, aplicadas por todos los jugadores políticos; tres elecciones a gobernador y una elección para elegir presidentes municipales, en donde volvieron a poner en práctica toda su sapiencia política los de derecha, los del centro, los que dicen ser de izquierda y muchos más que se cuelan en el negocio. Los resultados no tuvieron sorpresas porque los aparatos electorales funcionan eficientemente a favor de los que el sistema quiere que ganen.
Empecemos por definir democracia. El concepto se forma de los vocablos demos (que se traduce como “pueblo”) y kratós (que puede entenderse como “poder” y “gobierno”). En la práctica, es una modalidad de gobierno y de organización de un Estado. Por medio de mecanismos de participación directa o indirecta, el pueblo selecciona a sus representantes. Románticamente puedo decir que es una opción de alcance social donde para la Ley todos los ciudadanos gozan de libertad y poseen los mismos derechos, y las relaciones sociales se establecen de acuerdo con mecanismos contractuales…
Razonando esta última óptica podemos decir que vivimos en la democracia. Ciertamente, el pueblo, o por lo menos los que así lo desean, tiene el derecho de elegir a sus representantes y así está establecido en la Constitución y en las leyes electorales. Esto no tiene discusión. Lo que hay que ver es la forma en que los jugadores hacen uso de esta democracia y cómo consiguen los tan anhelados triunfos.
Las argucias que emplean no son exclusivas de un jugador, todos lo hacen: compran votos, regalan despensas, otorgan tarjetas rosas, acarrean a grupos de personas, contratan a otras para hacer el trabajo sucio, desarrollan guerras sucias, hacen uso de la corrupción.
Las elecciones finalmente son como la teoría de los juegos, que se define como modelos de situaciones conflictivas y cooperativas en las que podemos reconocer situaciones y pautas que se repiten con frecuencia en el mundo real.
Hay dos clases de juegos que plantean una problemática muy diferente y requieren una forma de análisis distinta. Si los jugadores pueden comunicarse entre ellos y negociar los resultados se tratará de juegos con transferencia de utilidad (también llamados juegos cooperativos), en los que la problemática se concentra en el análisis de las posibles coaliciones y su estabilidad. Aquí se ubican las alianzas.
En los juegos sin transferencia de utilidad, (también llamados juegos no cooperativos) los jugadores no pueden llegar a acuerdos previos; es el caso de los juegos conocidos como “la guerra de los sexos”, el “dilema del prisionero” o el modelo “halcón-paloma”. Aquí se ubica la competitividad.
Me gustaría retomar unos párrafos de un ensayo intitulado Teoría de Juegos, cuyo autor, Felipe Costales, considera la aplicación de la teoría de juegos en la ciencia política. Él considera que “La Teoría de Juegos no ha tenido el mismo impacto en la ciencia política que en economía. Tal vez esto se deba a que la gente conduce menos racionalmente cuando lo que está en juego son ideas que cuando lo que está en juego es su dinero. Sin embargo, se ha convertido en un instrumento importante para clarificar la lógica subyacente de un cierto número de problemas más paradigmáticos”.
El autor considera un ejemplo de teoría de juegos en la ciencia política y lo desarrolla de la siguiente manera:
“La elección de programa: Hay dos partidos, los Formalistas y los Idealistas. Ninguno de los dos se preocupa en absoluto por cuestiones de principio. Sólo se preocupan por el poder y, por tanto, eligen el programa con el único objetivo de maximizar el voto en las próximas elecciones. Los votantes, por otra parte, sólo se preocupan por cuestiones de principio y, por ende, carecen por completo de fidelidad a los partidos. Para simplificar, las opiniones que un votante puede tener se identifican con los números reales en el intervalo (0. 1) […]. Podemos imaginarnos que este intervalo representa el espectro político de izquierda a derecha. Así, alguien con la opinión x = 0, cree que la sociedad debería estar organizada como un hormiguero, mientras que alguien en la opinión x = 1 cree que debería estar organizada como una piscina llena de tiburones.
“Cada partido centra su programa en algún punto del espectro político y no puede cambiar su posición posteriormente. Los votantes votan por el partido que se encuentra más cerca de su posición. Dado que se supone que los votantes se encuentran distribuidos uniformemente sobre el espectro político […], es fácil ver cuántos votos conseguirá cada partido una vez que han elegido programa. El secreto está en buscar el votante mediano entre aquellos cuyas opiniones se encuentran entre los programas de ambos partidos. El votante mediano se encuentra a medio camino entre las posiciones políticas de los dos partidos. Luego los que se encuentran a la derecha del mediano votante votarán por un partido, y los que se encuentran a la izquierda lo harán por el otro.
“Supongamos que los partidos bajan al ruedo político uno a uno. Los Idealistas escogen en primer lugar, y luego lo hacen los Formalistas. ¿Dónde debería colocarse cada uno? Problemas como éste pueden ser resueltos por inducción hacia atrás. Para cada programa posible x, los Idealistas se preguntan qué ocurriría si se colocarán en x. Si x es menor a ½, los Formalistas responderían colocándose inmediatamente a la derecha de x. Entonces los Idealistas recogerían una fracción x de los votantes y los Formalistas recogerían 1-x. Por tanto, los Idealistas ganarían menos de la mitad del voto. Lo mismo ocurre si los Idealistas se sitúan en x menor a ½, excepto que ahora los Formalistas responderán colocándose inmediatamente a su izquierda. Por tanto, lo mejor para los Idealistas es colocarse en el centro del espectro político. Los Formalistas también se colocarán en x = ½, y el voto se dividirá mitad y mitad.
“En este modelo el partido Institucionalista escoge programa después de los Idealistas y Formalistas. Esto cambia mucho las cosas. Los Idealistas y los Formalistas ciertamente no se colocarán ahora en el centro del espectro político. Si lo hicieran los Institucionalistas se podrían colocar inmediatamente a su derecha o a su izquierda. Entonces recogerían la mitad del voto dejando que los primeros partidos se dividan la otra mitad. Un razonamiento por inducción hacia atrás, algunas sutilezas surgen debido al hecho que disponemos de un número infinito de opiniones políticas, lo cual hace ver que los Idealistas y los Formalistas se colocarán en x = ¼ y x = ¾, dejando que los Institucionalistas adopten la posición centrista x = ½. Los primeros partidos recibirán entonces 3/8 de los votos cada uno, y los Institucionalistas sólo recogerán ¼.
“Pero, ¿por qué querrían los Institucionalistas entrar en la arena política si están condenados al papel de Cenicienta, con los primeros partidos en el papel de Hermanas Feas? Modifiquemos, por tanto, el modelo de manera que los institucionalistas consideren que vale la pena formar un partido sólo si pueden prever que recibirán más del 26 por ciento de los votos. En este caso los Idealistas se moverán un poco hacia el centro, aunque no lo bastante como para que los Institucionalistas puedan entrar flanqueándolos por la izquierda. Por tanto, sólo se moverán desde x = 0.25 a x = 0.26. Análogamente, los Formalistas se moverán desde x = 0.75 a x = 0.74. En esta elección los Idealistas y los Formalistas se dividen el voto a partes iguales y los Institucionalistas se quedan fuera.
“Un comentarista político ignorante de la amenaza supone que la entrada de los Institucionalistas podría fácilmente malinterpretar las razones por las que los Idealistas y los Formalistas han elegido sus programas. El comentarista podría incluso llegar a pensar que cada partido ni siquiera intenta hacerse con el centro por cuestiones de principio. Pero es sólo tras un análisis estratégico que la conducta de los dos partidos puede ser evaluada correctamente. Obsérvese, en particular, que su conducta ha sido determinada por algo que de hecho no llegó a ocurrir. Como Sherlock Holmes explicaba, a menudo lo importante es que el perro no ladró aquella noche.”
¿Cómo se traduce la teoría de juegos en la realidad política mexicana? Ganar al precio que sea. Los jugadores se mueven para comprar el voto determinando la población más necesitada. Tenemos un ejemplo. En las elecciones del Estado de México hay que analizar en donde ganan los dos partidos en disputa. En el caso del PRI, en las zonas rurales en donde la pobreza es un síntoma de todos los días, por el contrario Morena gana en las principales regiones urbanas (zona metropolitana). Aun cuando hubo propuestas de los dos partidos, lo que imperó es buscar a ese votante y, a través de dádivas, conseguir el voto. Es una triste realidad.
¿Qué pasará en el 2018? Se los dejo de tarea.
Oscar Enrique Díaz Santos*
*Doctor en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México y especialista en gasto público y presupuesto
[BLOQUE: OPINIÓN]SECCIÓN: ARTÍCULO]
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