Roberto Savio*/IPS
San Salvador, Bahamas. El Consejo de Expertos Económicos del gobierno alemán presentó el 27 de julio pasado un informe a la canciller Angela Merkel, con una serie de recomendaciones sobre cómo un país débil puede salir de la zona euro.
El informe propone básicamente fortalecer la Unión Monetaria Europea. El ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, sostiene que Grecia debe abandonar el euro porque presupone que nunca será capaz de reembolsar los préstamos que adquirió, y porque piensa que ser estricto es una cuestión de principios.
Por su parte, el presidente del Consejo, Christophe Schmidt, declaró que, “para garantizar la cohesión de la unión monetaria, debemos tener en cuenta que el electorado de los países acreedores no está de acuerdo con financiar a los países deudores en forma permanente. Un país miembro que no coopera, no puede poner en peligro la existencia del euro”.
Éste es el mejor ejemplo de la Europa que concibe Alemania. Cualquier país que no se someta a la ortodoxia germana, tendrá que dejar la moneda común. La solidaridad ya no es un valor europeo, la prioridad le corresponde a las consideraciones fiscales y monetarias.
La actual visión germana, que excluye los valores políticos e ideales del fundamento del proyecto europeo, ha provocado una fuerte respuesta del gobierno de Francia, que últimamente se ha permitido disentir con Berlín.
Alemania sostiene que el federalismo contempla una excepción: cuando se percibe que un Estado miembro de la eurozona desafía las reglas de la unión monetaria, será pasible de la aniquilación de su soberanía estatal y de su democracia nacional. Éste es el tipo de federalismo que Alemania pretende imponer en la Unión Europea.
El presidente francés, François Hollande, que enfrenta a una reelección difícil, debe haber leído con aprensión las memorias de Tim Geithner, secretario del Tesoro entre 2009 y 2013 de la administración del presidente estadunidense, Barack Obama, publicadas el año pasado.
Cuando Geithner encontró a Schäuble para interceder por Atenas, la respuesta fue que Grecia debe salir del euro como señal de advertencia para otros países con problemas fiscales, como España, Francia e Italia.
Ahora, Hollande se ha levantado en defensa de los valores comunitarios, al lanzar un conjunto de propuestas para reforzar la integración europea, que va en dirección opuesta a la de Berlín.
Alemania, por supuesto, insiste en hacer valer su propia visión. Pero el eje París-Berlín, que fue concebido como el núcleo de la integración europea, se ha debilitado seriamente después del 13 de julio, cuando Alemania forzó la adopción de un acuerdo insostenible sobre Grecia.
Por lo tanto, estamos ahora ante un realineamiento importante. Francia fue un país que siempre impidió todo avance sustancial en la integración europea, tratando de ceder el mínimo de su soberanía nacional. Votó contra toda medida radical de integración, comenzando por el veto a la creación de una Comunidad Europea de Defensa en 1964. “Un día negro para Europa”, fue el comentario del excanciller Konrad Adenauer en esa oportunidad.
Hoy en día es Alemania la que está decidida a cambiar el curso de la integración, pasando de un proyecto político a un sistema monetario de cambio fijo, basado en los intereses de los países acreedores: un designio en el que algunas democracias son más iguales que otras.
Según el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, Schäuble ha declarado a sus colegas de la Unión Europea que la Comisión Europea, su órgano ejecutivo, ha adquirido demasiado poder y está interfiriendo en los asuntos políticos, que serían ajenos a su mandato. Y propone transferir algunas funciones de la Comisión a un organismo puramente técnico.
Es una cruda realidad que el acuerdo del 13 de julio procuró eliminar la política y la discrecionalidad del funcionamiento de la unión monetaria, y que esa idea ha sido durante mucho tiempo apreciada por los franceses. Empero, ahora los franceses desean profundizar la integración regional, como una forma de protección ante los ímpetus hegemónicos de Berlín.
Debemos admitir que estamos ante el fin de la Unión Europea como proyecto político basado en la solidaridad recíproca. Europa está en decadencia. La unión monetaria ya no es sólo un paso hacia una unión política democrática, tal como la concibieron Helmut Kohl y François Mitterrand tras la reunificación de Alemania y la creación del euro en 1999.
En efecto, estamos volviendo a una versión más tóxica del viejo mecanismo de cambio monetario de la década de 1990, que dejó a los países atrapados en un mecanismo que se modeló principalmente para Alemania, y que llevó a la salida de la libra esterlina y la salida temporal de la lira italiana.
Pero el euro, como señala el Premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, se ha convertido ahora en una trampa para cucarachas, que una vez que entran se quedan pegadas, y como no pueden salir, tienen que aceptar el diktat del acreedor.
Otro Premio Nobel, Joseph Stigliz (2001), quien fue economista jefe del Banco Mundial, afirma que la actual política europea de austeridad a toda costa es como volver al siglo XIX, cuando se encarcelaba a los deudores. Tal como el deudor preso, impedido de producir algún ingreso para pagar su deuda, la recesión que se profundiza en Grecia hará que ese país sea cada vez menos capaz de reembolsar sus obligaciones.
No es por casualidad que países que pedían ser admitidos en el euro, como Polonia, hayan retirado su solicitud. El euro se ha convertido en un tema político acuciante, con partidos políticos en toda la Unión Europea que piden dejar la moneda única.
El tema se ha convertido en la primera línea de acción de quienes se oponen a la integración europea. Hasta ahora, la respuesta de los gobiernos era que la Constitución Europea hacía imposible la salida de un Estado miembro. Pero ahora que el Consejo de Expertos Económicos del gobierno alemán ha lanzado una propuesta concreta sobre cómo hacerlo, esa línea de defensa se está desmoronando.
Muchos analistas coinciden en que Merkel está jugando con fuego. Alemania no puede seguir siendo un líder creíble de una coalición de países del Norte y del Este de Europa ignorando las realidades y necesidades de la Europa del Sur. Esto va a ser insostenible, incluso, a mediano plazo.
Mientras tanto, el mundo sigue su curso. Se estima que, en 7 años, India va a superar a China como el país más poblado del mundo; en unas pocas décadas, Nigeria tendrá una población mayor que la de Estados Unidos; y Europa se convertirá en la región con más ancianos y la productividad más baja.
Europa, entre tanto, deberá hacer frente a cuatro jinetes del Apocalipsis:
1. Resolver sus relaciones con Rusia.
2. Llegar a un acuerdo común sobre cómo lidiar con el dramático flujo de inmigrantes, cuando los 28 países de la Unión Europea ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo para recibir a 40 mil personas en una región de 500 millones.
3. Una política efectiva de frente al explosivo Oriente Medio y al terrorismo.
4. La respuesta a la solicitud de Gran Bretaña de un nuevo acuerdo en el marco de la Unión Europea.
Podemos vaticinar con certidumbre que esas negociaciones, que se basan exclusivamente en cuestiones económicas, serán el golpe de gracia al sueño europeo original.
Roberto Savio*/IPS
*Fundador y presidente emérito de la agencia IPS, y editor de Other News
[OPINIÓN]
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